Sin dinero, mantiene señorío el Convento de Monjas

Un aventurero tuvo por fin la oportunidad de recorrer en el siglo XIX el interior del conjunto religioso, existente desde el año 1596.

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El Convento de Monjas de Mérida tiene una historia de más de 400 años. En la foto, una conferencia en el interior, en mayo del año pasado. (SIPSE)
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Sergio Grosjean/Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- Un día como hoy, sólo que de 1596, tomaron posesión del emblemático Convento de Monjas de Mérida las religiosas que lo habitaron hasta el siglo XIX. 

Hoy, el Convento de Nuestra Señora de la Consolación, a pesar que las autoridades eclesiásticas y los tres niveles de Gobierno se hacen a los tontos y le echan la bolita al vecino para no invertirle los recursos necesarios a este ícono arquitectónico de Mérida, continúa señoreando el panorama del centro de esta capital y preservando aún los secretos de las vidas que transcurrieron entre sus paredes desde tiempos de la Colonia.

Haciendo a un lado las historias con tintes de leyendas como pasadizos subterráneos, de monjas enclaustradas, o cuentos recreados gracias a la ágil pluma de novelistas, hasta hace poco tiempo eran prácticamente desconocidos algunos aspectos de índole socioeconómico en torno al Convento como parte integral de la sociedad meridana de aquellos tiempos, como por ejemplo, en épocas de funciones en el interior del recinto las religiosas elaboraban algunos manjares que comercializaban, tal y como los panes llamados escotafie, chocolates y dulces que eran complemento de su economía en conjunto con la venta de frutas y legumbres que se cultivaban en el interior del convento. 

En el presente todavía a muchos nos sorprende que esta edificación, actualmente envuelta por el entretejido urbano, haya poseído un huerto de miles de metros cuadrados, y donde las religiosas y sus sirvientas cultivaban diversos vegetales ya sea para consumo propio, venta o simplemente para distraerse. El monasterio, hasta antes de su expropiación, comprendía una enorme superficie que cubría en dirección este-oeste desde la calle 64 hasta la 66-A, y de norte-sur de la 61 hasta la 63, tal y como se aprecia en el óleo de mi autoría expuesto en el Museo de la Ciudad.

Hacia el ocaso del siglo XIX, las únicas crónicas que conocemos intramuros del Convento Concepcionista son las que provienen, o de algunos clérigos, o de ciertas historias que se “cocinaban” en la ciudad de Mérida, pero a mediados de la tercera década del siglo XIX arribó a estas tierras el notable viajero llamado Federico de Waldeck.

Este aventurero tuvo la oportunidad de recorrer el interior del conjunto religioso, a pesar de la absoluta prohibición a individuos del sexo masculino, con excepción de ciertas personas autorizadas.

La crónica de este personaje resulta por demás interesante, pues es cierto que algunos datos que menciona eran de dominio público, otros, sin embargo, y en tono sarcástico, resultan verdaderamente sorprendentes al menos para la época en que esto aconteció, y más aún resultan interesantes, pues nos ayuda a comprender de una manera más elocuente la disposición de esta edificación que fue expropiada, desmantelada y lotificada en 1867. Para muestra basta un botón y para ello les transcribimos un extracto del escrito de este hombre que narra textualmente:

Solo el médico tenía permiso de entrar

“Mérida es quizá el único punto en el mundo cristiano donde las monjas gozan de una libertad absoluta en el recinto del claustro, y donde sin embargo observan mejor la prohibición de comunicarse con los hombres. Únicamente él medico penetra en el convento para asistir a las enfermas y  durante toda la visita está acompañado de puerta en puerta por viejas monjas de rostro avinagrado.

Cada religiosa tiene tres y hasta cuatro piezas, con jardín, muchas tienen criadas. Sus bienes son privados y no comunes. La más pobre goza de un alojamiento conveniente, de una alimentación abundante y sana. Aunque cada una tenga su habitación particular, dos religiosas pueden vivir bajo el mismo techo. Se encargan de costura para fuera, fabrican chocolates en tablillas, hacen pan, tortas y dulces y suplen con ello la insuficiencia de sus recursos pecuniarios.

Una muchacha que no tiene más de mil pesos por todo capital, se hace monja desde que perdió toda esperanza de casarse y con esta suma vive tranquilamente el resto de sus días. Las que no poseen absolutamente nada y que son demasiado virtuosas para ganarse la vida en la prostitución, pueden hacerse admitir en el convento en calidad de domesticas y sirven a aquellas de sus compañeras que tienen recursos para alimentarlas; ¿porque todos los monasterios no ofrecen un espectáculo tan edificante?”.

Finalmente, nos da gusto observar que por fin  le “metieron mano” al teatro Peón Contreras ya que era simplemente vergonzoso el estado en el que se encontraba, y ojalá se imite el ejemplo con el Templo de Monjas que está en muy malas condiciones y es necesario, por no decir imprescindible, que se le realice un pronta intervención y no se vale que le dejen ese enorme paquete al sacerdote polaco Marcin Pawel Czyz y a un pequeño grupo de colaboradores  extranjeros y yucatecos que lo apoyan de ejemplar manera. ¡Por los chones tiroleados de los padres, hoy en su día; felicidades! Mi correo es: [email protected]; twitter: @sergiogrosjean

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