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Cuando leí el poemario La sal enferma, de Rodrigo Quijano, confirmé que el desierto puede contenerse en apenas dos palabras. Se asemeja tanto a un reloj de arena, al pasar las páginas el lector cuenta las partículas que van cayendo una a una, intentando descifrar el significado. Rodrigo comparte un terreno despoblado, sin señalamientos, en el que debía hacer mi propio camino y encontrar el desierto escondido en mis entrañas.

Podía girar el reloj de arena, comenzar de nuevo, repetir la lectura del poemario y encontrar siempre el inconsciente temido de ser descifrado, porque en él habitan los miedos, malas experiencias, los fracasos, como si se tratase de tormentas de arena. Si resistí quiere decir que entiendo la naturaleza que me rodea, que se esconde en mi interior y como héroe regresé con el triunfo entre las manos. Con un sentimiento cercano al de Jesús cuando a los 40 días de iniciación venció las adversidades del desierto. Todos estos pensamientos, sensaciones y sentimientos los evoca la voz de este libro.

En la poesía y la prosa, en la sencilla y llana escritura, el desierto ha sido interpretado desde tiempos inmemoriales. Cada lectura es una impresión personal, como el desierto de Sonora, que vuelto en versos descubrimos la reconciliación con los orígenes del poeta caborquense Abigael Bohórquez; también el desierto africano que se convirtió en una extensión de la existencia, ya bastante presurosa, del poeta maldito Arthur Rimbaud; un desierto muy cercano al que debió conocer William S. Burroughs durante sus estancias en Tánger, ciudad en la que imaginó la novela El almuerzo desnudo (1956).

En La sal enferma, Rodrigo visibiliza la interioridad concibiendo al polvo como el final y renacimiento de la vida, la civilización y su historia. Nadie imagina que detrás de esa estatua sobre la avenida de la ciudad existió un hombre de orígenes en el polvo. Que lo único que quedará de la gloria de un héroe son partículas en el aire. Como sucede con la literatura, un desierto de poesía de otros tiempos, donde el poeta recoge los restos reinventándolos con el canto, soñando la aridez.

La iniciación en la poesía es de arduos pasos, sobre un camino arriba de dunas formadas de la arena esparcida por otros poetas. Pasos que en algunos versos Rodrigo siente difíciles, pero que con los años irá descifrando mejor los significados en este arte de la palabra.

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