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Cerró los ojos para olvidar la noche, no quería pensar en la oscuridad eterna que pronto lo envolvería, sabía que había llegado al final del camino y en sus últimos instantes quería imaginar el cielo.

Cruzó la frontera en compañía de otro mexicano y un guatemalteco; como equipaje llevaba una mochila, tres galones de agua y, en su mente, un costal invisible lleno de recuerdos. Un pollero los cruzó cientos de kilómetros al oeste de Nogales, por una parte del muro que pecaba de poroso. “Por aquí no vigila la migra”, les dijo “Pero hay que caminarle un poco hacia el norte siguiendo esta vereda. No se despeguen, más adelante los recogeremos y llevaremos a Tucson; no podemos hacerlo desde aquí, los carros son fácilmente detectables”.

La primera noche tuvo que desviarse del sendero y esconderse entre los matorrales, pues los persiguieron con lámparas. Desde ese entonces dejó de ver a sus compañeros. Tres días, con sus respectivas noches, llevaba caminando por el desierto. Sed. Hambre. Estaba agotado, quería dormir.

Acostado, boca arriba, en la noche del desierto de Arizona, distinguía un firmamento lleno de estrellas; un solo cielo, que, sin conocer fronteras, cobijaba al mundo entero. Desde ahí, su mente viajó a un lugar incrustado en la selva de Yucatán: su pueblo. Uno en cuyo centro hay una plaza principal flanqueada por una iglesia y un palacio municipal; de ahí, una colección de calles con comercios, tendejones, alguna farmacia y tlapalería, fondas, casas de un solo piso y en los alrededores pequeños huertos. Un pueblo que, si se mira detenidamente, como muchos otros de México, vive de los trabajadores que exporta y las remesas que éstos regresan.

Ahí, su esposa y su hijo –de año y medio- en la comodidad de sus hamacas aún duermen, disfrutan unas horas más de sueño. En unas horas la aventura hacia el norte habrá terminado y su esposa ya no será esposa sino su viuda; y el niño, que no está en edad de comprender, despertará siendo huérfano de padre.

En sus últimos momentos, imagina un cielo donde toma a su hijo en brazos y le entona una canción. Cierra los ojos para dormir.

Su cadáver fue encontrado seis meses después; entre sus dedos, dos zapatitos de color rojo, los primeros que le compró cuando aprendía a caminar.

Desde la oscuridad le habla a su hijo. Desde la oscuridad le cuenta su historia a una nación.

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