|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

“¿Cuánto tiempo te irás?”, pregunté. “No mucho”, contestó mi mamá, mientras cerraba la maleta de segunda mano que había comprado, específicamente, para su viaje al otro lado.

A mis cinco años no sabía dónde se encontraban los Estados Unidos de América; la información más certera que tenía era a mi mamá poniendo su dedo sobre un globo terráqueo, que teníamos de adorno en la casa, y diciéndome: “Mira, aquí es; aquí está tu papá”.

Tenía tres años cuando mi padre se fue. El año anterior a su partida, un error de diciembre detonó una de las peores crisis económicas que ha vivido México. Mi padre siendo trabajador de la construcción se quedó sin trabajo y por más que intentaba no podía mantener dignamente a su familia. Como muchos de sus compatriotas, se fue al norte persiguiendo un sueño. Dejó a su país nativo con altas expectativas de lo que sería la vida en el otro lado. Historias de los que habían ido y regresado lo convencieron de que ganar dólares allá era fácil; que sólo había que armarse de valor e ir. Y, por arte de magia, problema solucionado.

Su realidad fue muy diferente, aunque trabajaba duro y nos mandaba dinero periódicamente, pronto se dio cuenta de que nunca reuniría lo suficiente para darnos la mejor vida que tanto soñaba; fue ahí cuando decidió enviar por mi mamá, con la esperanza de que entre ambos ganaran lo suficiente para hacer su sueño realidad. Pero mientras tanto, además de estar sin él, también nos dejaba sin mamá.

“Es tiempo de irse”, comentó mi mamá, mientras nos abrazaba a mi hermano chico y a mí. “Pero no se preocupen”, agregó, dirigiéndose a mi abuela, con quien nos íbamos a quedar: “Tu yerno le ha pagado a unas personas para que me crucen con documentos prestados y toda la cosa. Fue caro, pero no quiere que corra peligro”.

“¿Y por qué no podemos ir nosotros, contigo?”, le pregunté, con mis ojos llenándose de lágrimas.

“No me los puedo llevar; todavía no es tiempo”, limpiándome los ojos, agregó: “Trabajaré tan duro como pueda, cada dólar que gane será para ustedes; tu papá y yo estaremos de regreso antes de lo que se imaginan”.

Esto fue hace diez años; mi hermano y yo seguimos con mi abuela; esa fue la última vez que sentí los labios de mi mamá sobre mis mejillas.

El otro lado se llevó a mis padres.

Lo más leído

skeleton





skeleton