El abstencionismo daña a la democracia

Se debe enamorar de nuevo al electorado. Demostrarle que sí sirve ir a votar. Reducir el desprestigio que causan los roces internos.

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La pasada jornada electoral nos muestra signos preocupantes independientemente de los resultados electorales en los que el PRI mantiene -salvo excepciones y muchas veces con mañas-posiciones políticas, el PAN superando expectativas mantiene -muchas veces con alianzas- posiciones e incluso las amplía, y el PRD se ve disminuido.

Estas preocupaciones se refieren a dos males entrelazados. El primero es la reedición de viejos vicios antidemocráticos. Violencia, compra de voto, inducción del mismo, acarreos, utilización partidista de programas públicos, robo de urnas, sistemas electorales cayéndose y callándose, etc.

Todo ello ante un Gobierno Federal que a conveniencia (su propio interés en las reformas lo detiene de momento)  finge no ver nada escudándose en que su personal y programas no participan de estas maquinaciones, pero permitiendo que los gobernadores, cual nuevos virreyes, se ocupen del trabajo sucio en la más amplia impunidad. En casi todos los gobiernos estatales -independientemente de su origen partidista- se cuecen de estas habas. 

El segundo de no existir impediría en gran parte el éxito del primero. Se trata del elevado índice de ciudadanos (en algunos casos el 70%) que se abstuvieron de ir a votar. La elevada participación ciudadana -más allá de leyes perfectas- es el antídoto más efectivo contra las maquinaciones electorales.

Y este abstencionismo debe ocupar a partidos y ciudadanos que apuestan por el ejercicio cívico de los derechos. Motivar la participación ciudadana  ha sido la tarea democrática de siempre. Hacerlo con campañas, candidatos y propuestas de ingenio. Enamorar de nuevo al electorado. Demostrarle que sí sirve ir a votar. Reducir el desprestigio que causan los roces internos. Recordemos que –sobre todo con el retorno de los mapachismos- nos hay democracia posible sin ciudadanos demócratas que vayan a votar.

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