El demonio que aterrorizó a Akil

Quien lograba llegar al lugar de las Tres Santas Cruces salvaba la vida de un demonio que asolaba el lugar.

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Se asegura que un ser demoniaco como éste se llevó a Juan y dejó mudo de por vida a su hermano Esteban. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Santa Cruz es un paraje ubicado en la parte norte del municipio de Akil, aproximadamente a tres kilómetros del centro del poblado, sobre la vía conocida como el “Camino Real a Teabo”, muy frecuentado en el pasado porque era paso obligado para quienes se dirigían a aquella población, así como a Maní y Chumayel. En la actualidad, los terrenos son ocupados por una floreciente unidad frutícola que conserva su nombre de antaño.

“No te apartes del camino y avanza a prisa sin mirar atrás”, le decía Esteban a su hermanito, de nombre Juan. “Algo nos viene siguiendo, corre por tu vida y recuerda no voltear”, insistía el mayor de los hermanos, que horas antes habían ido por leña hasta el paraje encantado.

Todos los lugareños sabían que no debían quedarse hasta tarde por esos rumbos, ya que, desde tiempo atrás, se contaba que ahí se aparecía un ser encantado que atemorizaba hasta el más valiente y corajudo de los hombres, otros afirmaban que el mágico espectro era el temido kisín (diablo en lengua maya).

En su loca carrera, los muchachos se apresuraban a llegar hasta un lugar donde se encontraban tres viejas cruces de madera, para salvarse del peligro que los perseguía. Muchas historias cuentan que si alguien era alcanzado, el diablo se los llevaba a sus dominios y nunca regresaban al mundo de los vivos. En el mejor de los casos, las víctimas perdían el conocimiento y despertaban sumergidas en una locura demencial que no les permitía pronunciar palabra alguna hasta el día de su muerte.

La sabiduría popular dictaba que si llegaban hasta el santuario instalado a la vera del camino, el peligro se esfumaba como por arte de magia, ya que se les atribuían poderes mágicos a esas cruces, las cuales eran conocidas como las “Tres Santas Cruces”, por los habitantes de aquella época.

Sólo el mayor llegó

Esteban logró llegar, pero al voltear se dio cuenta que estaba solo, buscó de inmediato a su hermanito, pero sus intentos fueron fallidos, entonces dio aviso a las autoridades del pueblo, que junto con varios hombres y voluntarios organizaron una búsqueda para dar con Juan, pero después de diez infructuosos días, renunciaron a la búsqueda. 

Sin embargo, Esteban se sentía responsable de la pérdida, por lo que decidió seguir con la búsqueda, desafiando los consejos de sus mayores que le decían que su hermanito había sido llevado al infierno por el diablo, seguramente, por haber volteado y mirar al ser demoniaco, sentenciaron.

Al joven poco le importaron las palabras y haciendo gala de la rebeldía de sus años mozos se encaminó, escopeta en mano, al paraje para encontrar al desdichado de Juan. Caminó por todas las veredas y milpas del lugar, pero no lograba localizarlo, por lo que decidió quedarse hasta entrada la noche y enfrentarse con el captor de Juan.

Mientras tanto, los padres de Esteban, al percatarse que éste no regresaba a la casa, revisaron entre las cosas y se dieron cuenta de que faltaba el rifle de la familia. Temiendo lo peor, decidieron ir en busca de su hijo, no les fue complicado decidir hacia dónde dirigirse, ya que sabían que en Santa Cruz hallarían lo que buscaban.

Gritando lo más fuerte que podían, llamaban a su hijo, pero no obtenían resultados satisfactorios, por lo que se internaron en la obscuridad de la noche y atravesaron las tres cruces que los protegían mágicamente de los peligros. 

Después de avanzar como 100 metros por el camino, observaron una pequeña vereda, la cual decidieron seguir porque la mamá había escuchado sollozos. Al internarse en el monte, como tres mecates, hallaron a Esteban paralizado, temblando de miedo y sin poder pronunciar palabra alguna; con mucha dificultad lo llevaron hasta su hogar donde lo atendieron de las convulsiones y calenturas que sufrió por espacio de tres meses; gracias a los cuidados maternales logró recuperarse, pero nunca más pudo pronunciar palabra alguna por lo ocurrido aquella noche y que lo había enmudecido para siempre. Se recuerda que Esteban vivió hasta los 20 años y murió en un mundo silencioso sin poder decir y contar qué le había sucedido en aquel encantado lugar.

Agradezco al señor Víctor Navarrete Muñoz, del municipio de Akil, que me haya proporcionado esta leyenda para darla a conocer

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