Mujeres y hospicios en la Colonia (10)

La sociedad meridana no vivía en ese mundo de libertinaje que algunos extranjeros describieron para el México novohispano.

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Imagen de una monja ayudando a una anciana, estampa común en la época Colonial en Mérida. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Abordando nuestra serie “Mérida, pasado y presente”, hablaremos esta semana de las mujeres y hospicios en la época colonial. La ciudad fue asiento de encomenderos en su gran mayoría, de comerciantes y burócratas. Pero, ¿y las mujeres de ese entonces? 

Historiadores hacen referencia a la población de la ciudad y se limitan decir que las “damas” de la sociedad criolla eran remitidas al convento de monjas, cuando no se daba por hecho que formaban una familia con el esposo. La imagen que se ha manejado de la mujer, al igual que para toda la sociedad femenina en los dominios españoles, es la de su deber como recluida, guardiana del honor de la familia, dedicada exclusivamente a deberes domésticos y religiosos.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el papel de la mujer en la sociedad meridana durante la Colonia no se ha escrito a profundidad, aunque tampoco vamos a ser nosotros quienes la hagamos en este momento, y únicamente queremos resaltar con ayuda de otras investigaciones, los asuntos que a nuestra causa son dignos de mención para visualizar a grandes rasgos al género femenino en la Mérida colonial.

Por mucho tiempo, la situación de la mujer en ese período histórico ha sido vista a través de una imagen “monolítica” la cual representaba al llamado sexo débil, como menores de edad de manera perpetua y como rehén o prisionera del sexo fuerte y de las normativas morales de la Iglesia. Sin embargo, no fue así.

Los relatos de viajeros europeos que llegaron en el siglo XVII, señalan a la mujer con una imagen placentera. Les llamaba la atención la libertad de movimiento de las mujeres en los espacios públicos; la forma provocativa que tenían al vestir y de andar; la afición por el chocolate y el tabaco que fumaban incluso por la calle, y la pasión por los naipes, aunque por supuesto, no todas las mujeres tenían ese proceder. 

Sin embargo, la sociedad meridana no vivía en ese mundo de libertinaje que algunos extranjeros describieron para el México novohispano, aunque tampoco haya sido una sociedad que no compartiese de algunas libertades sociales que se vivían de manera más abierta en el Nuevo Mundo hispánico.

Hospicios para mujeres 

En 1701, a instancias del entonces gobernador Antonio de Benavides, se fundó en la ciudad una Casa de las Arrepentidas, destinada a todas las mujeres que, pesarosas de sus escándalos, voluntariamente proponíanse cambiar de vida.  Crónicas relatan que palpando la necesidad urgente de una casa correccional de mujeres de vida escandalosa, mandó fabricar con aquel fin, en el local de la cárcel pública un estrecho departamento que sirvió también como lugar de detención y de prisión para las mujeres delincuentes. En tales condiciones, el establecimiento era a todas luces inadecuado para conseguir el éxito apetecido de corrección y enmienda.

Con intenciones de ampliar el local, en 1749 el obispo Padilla y Estrada, con autorización real, compró una casa de extensiones considerables a donde se trasladó la Casa de las Recogidas. Esta duró hasta principios del siglo siguiente cuando fue cerrada por falta de fondos. Esta no fue la única “beneficencia” que existió en la Mérida colonial, pero sí la que era una casa destinadas a aquellas personas que tenían o habían tenido una vida o acción social fuera de los patrones establecidos y, segundo, que las personas destinadas a corregirse eran del género femenino. 

Sin duda que las autoridades de aquel entonces debían tener una “preocupación” mayor hacia este género “desviado socialmente” que al de los hombres; para ellos únicamente se hace mención de la cárcel, 

Donativos de los ricos

Otra casa de beneficencia yucateca, pero ésta para ambos sexos, fue la fundada en 1792 por la familia Brunet. En ella se hacía ingresar a los mendigos para ofrecerles vivienda, alimento y vestidos. Los antecedentes de esta fundación se encuentran en el hospicio de San Carlos, institución que admitía individuos y familias pobres sujetándolas a una disciplina de trabajo. 

Sea por costumbre o no, Molina Solís escribió lo siguiente a propósito del hospicio: “Allí, en telares manuales y ruescas, trabajábanse el algodón; la costura y otras labores ocupaban a las asiladas, quienes recibían alimentos, ropa y habitación, a expensas del fruto de su trabajo, de los donativos de la gente acomodada de la ciudad y de los réditos de un pequeño capital”. 

Es notorio que el autor hace referencia únicamente a un segmento de la sociedad: las mujeres, y aunque tampoco hace distinción es posible que hayan sido tanto criollas, mulatas, pardas, negras e indígenas. Finalmente, el convento de Monjas de Mérida también tuvo la virtud de acoger mujeres desamparadas. 

Mi correo es [email protected] y twitter @sergiogrosjean

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