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Detrás de los libros y sus autores se suelen tejer truculentas historias de rivalidades que desembocan en comentarios maliciosos y despectivos, críticas crueles y hasta humillaciones y riñas entre los escritores. Sin duda esto ha sucedido desde siempre, quién no recuerda los muchos versos burlones que se intercambiaron Francisco de Quevedo y Luis de Góngora debido en apariencia a los celos entre poetas, lo cual trascendió más allá del terreno de lo literario.

La misma Sor Juana tuvo muchos enemigos, no sólo clérigos, sino también poetas de su época y posteriores, pero ella magistralmente les dejó como respuesta “cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”; y efectivamente, sabiduría y talento son siempre el blanco de las peores y más crueles críticas, pero también de las acciones más viles producto de algo tan natural e inherente al hombre como lo es la envidia y que suele, en la gran mayoría de los casos, ser la verdadera génesis de las grandes enemistades entre escritores.

Brecht y Tolstói demeritaron abiertamente la obra del poeta Baudelaire; Nabokov consideró nulidades las obras del mismísimo Cervantes, pero también de Camus, Eliot y Pound; y la lista es interminable. El terreno latinoamericano no es la excepción. Reinaldo Arenas opinó de Carlos Fuentes que le parecía lo más remoto con lo que podía comparar a un verdadero escritor; César Aira declaró de Cortázar que es un mal Borges y Roberto Bolaño dijo de Laura Esquivel que era una mala copista del realismo mágico y, por supuesto, García Márquez tuvo varios conflictos con sus colegas, entre ellos Octavio Paz y Susan Sontang, pero el más polémico fue con Vargas Llosa porque trascendió de la pluma

al duro golpe en el ojo izquierdo que el peruano le propinó en un cine en la Ciudad de México, por razones desconocidas. Curiosamente los hoy tres Premios Nobel tuvieron sus enemistades que se diluyeron con el paso del tiempo y nos quedan sus respectivos méritos literarios a través de sus libros, al fin de cuentas los lectores tenemos la libertad de elegir y opinar.

Los escritores seguirán en su eterna lucha producto de su narcisismo exacerbado, pero entre sus páginas, las que nos ofrecen a los lectores, encontramos la gran maestría con que son capaces de mostrarnos otros mundos y otros seres capaces de tanto engrandecer con sublimidad al ser humano como mostrarnos sus miserias, al fin y al cabo es ésta la condición humana tanto en los libros como en la realidad, y así lo expresó José Emilio Pacheco citando a Mauriac: “Saber hacerse odiar es también necesario”.

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