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Los años de vida de doña Martina son menores que la edad que aparenta poseer. Sin oportunidades en su pueblo natal, emigró a la ciudad en busca de mejores condiciones, creyó encontrarlas cuando casó. La luna de hiel suplió con creces a la efímera luna de miel. Su esposo es golpeador, durante toda la semana utiliza la casa de interés social ubicada en el sur como dormitorio; su oficio de alarife no tiene horario de burócratas.

Doña Martina me ayuda en la limpieza de mi casa los fines de semana; un día de esos, oronda, llegó al trabajo sonriendo a diestra y siniestra, estrenaba una prótesis dental; donde antes existía una ventana entre sus dientes, ahora presumía el acrílico y el metal. “El me los sacó de un puñetazo, caro le salió, porque tuvo que pagar el trabajo con el dentista”, presumió.

Esta semana, en plena celebración de las festividades en honor de la mujer, llegó con los labios partidos, y sin prótesis: “Me pegó como es su costumbre, un golpe me voló los dientes postizos”, fue su queja. La conminé a denunciar la violencia, le dije que golpear a una mujer es un delito grave, que la ley la protegía; ella simplemente sonrió. “La leyes dicen una cosa, pero la realidad es otra, él me da cuatrocientos pesos semanales para que coman mis hijos. Si lo meten preso, ¿quién me dará ese dinero?”.

Dentro de toda esta parafernalia del Día Internacional de la Mujer, agendo entrevistas radiales y en una revista nacional, pero siento que todo esto carece de sentido mientras exista una mujer violentada por su cónyuge. ¿Cómo hacer efectivo el propósito de un mundo sin violencia? No encuentro la respuesta.
Entiendo que la violencia intrafamiliar no se puede aislar solamente con leyes que apliquen castigos que amedrenten al violento. Sostengo que la violencia es una actitud aprendida. Entonces, hay que atacarla desde el frente educativo, desde la educación primaria hay que tocar la puerta del aprendizaje para que se fije el respeto como forma de convivencia.

Mucho se ha dicho, bastante se ha legislado sobre el derecho de las mujeres, cuantioso es el acervo escrito, pero a doña Martina, no le sirve, su consorte la golpeará cada fin de semana, esta es su única diversión. En este momento de irritación recuerdo a Clotilde Armenta, de García Márquez, al decir: “lo solas que estamos las mujeres en el mundo.”

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