'Hay que caminar al encuentro de los brazos abiertos de nuestro Padre'

¿Quién entre ustedes si tiene 100 ovejas y pierde una no deja los 99 restantes y va a buscar la perdida hasta que la encuentra?

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Dios abre todas las puertas de su casa, da toda la libertad de hijos, quiere que permanezcamos con Él. (astrogems.com)
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IV Domingo de Cuaresma

Jos 5,9. 10-12; 2Cor 5,17-21; Lc 15, 1-3.11-32

Es unánime el sentir de los grandes escritores, que la parábola apenas escuchada, constituye una de las páginas más bellas y conmovedoras de la literatura universal.

¡Dios es Padre! Esta revelación es central en Jesucristo. Así nos enseñó a orar, y es el nombre más entrañable que podemos dirigir a Dios en esta tierra. Es siempre generoso para perdonar y dar todo aquello que con humildad le pedimos. Pues cuando la persona pretende una autonomía que rechaza o prescinde de Dios, Él nos hace sentir su ausencia. Él nos ofrece su propia casa, la Iglesia, pero las puertas en ella están siempre abiertas, tanto para ingresar como para salir o incluso abandonarla.

Paternidad sin fronteras

¿Quién entre ustedes si tiene 100 ovejas y pierde una no deja los 99 restantes y va a buscar la perdida hasta que la encuentra? .Como ven este criterio Evangélico no lo comparten los fariseos que lo escuchaban, pues se quejaban de que Jesús recibía a “pecadores y comía con ellos” ; lo mismo los que lo escuchaban más deseosos de guardar las 99, lo mismo el hijo mayor “el bueno” porque se había quedado fiel en la casa de su papá

No es frecuente la manera de comportarse del papá con el hijo menor, cuando accede a su petición: “dame la parte de bienes que me corresponden” , no trató ni de consentirlo ni de detenerlo; sabiendo los riesgos que comportan la inexperiencia, el mundo y las pasiones. Porque es indudable el peligro que corría, joven, sin experiencia, con bienes y sin control.

Se podrá pensar que a este papá le interesaba conservar siempre la amistad de su hijo a través de éste gesto de misericordia y bondad; más que negárselos como un signo de severidad y apropiación que no lo dejará gozar de los bienes de su herencia ahora, y tan solo pudiera hacerlo cuando ya hubiese muerto su padre.

De hecho, en este signo arriesga mucho pues volvió frágil la relación con sus dos hijos. Pero más inusual y sorprendente nos parece la actitud del papá al regreso del hijo menor. No lo regaña, no lo rechaza, no le impone castigo, no escucha el “discursito” que el hijo había preparado; como haciéndole comprender: me interesa que regresaste y eso basta, no quiero conocer los motivos de tu vuelta a casa.

“Estaba todavía lejos cuando su padre lo vio y se estremeció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello lo cubrió de besos” .Es el papá que se conmueve, que vibra de emoción, lo que significa que es la totalidad de la persona la que se involucra en el acontecimiento que está viviendo. Es el papá que corre al encuentro, que lo abraza, que lo besa.

El hijo queda sorprendido e inmovilizado por ésta recepción que lo restituye a su familia, le cambia sus vestidos, le pone sandalias para distinguirlo de un siervo que camina descalzo, pero sobretodo no tan sólo lo perdona, sino que le restituye la dignidad de hijo al colocarle de nuevo el anillo.

El hijo bueno (el hijo mayor)

Las parábolas de la misericordia son presentadas como ayuda a los pecadores y para la conversión de aquellos que presumían de ser “justos” y despreciaban a los demás . Así nos aparece en esta parábola el hijo mayor, que necesitaba de un cambio de corazón, fruto de la verdadera penitencia. Solemos considerarnos “buenos” y con derecho a evaluar, juzgar y despreciar a los demás.

Porque evaluamos a los demás según nuestro propio criterio, somos la medida para los otros, lo que significa una sutil forma de decir que lo adecuado, lo correcto y lo bueno, es lo que se hace “a la imagen y semejanza de uno”, como se ve es un sutil orgullo y soberbia que se esconde en estos juicios, críticas, y rechazos hacia los otros.

No hay duda de que nos consideramos mejores de aquellos a los que despreciamos. Se puede sospechar que el desprecio manifestado por el hermano está provocado por la envida. Porque, aunque el otro tuvo valor de irse, de usar mal una libertad, pero arriesgo, gozó, disfrutó y dilapidó. Cuantas veces estamos en la ventana de la casa del Padre y envidiamos a los que están fuera.

Dios abre todas las puertas de su casa, da toda la libertad de hijos, quiere que permanezcamos con Él, llenos de gratitud y amor, en sintonía y armonía de corazones. Quiere que comprendamos que es un grande pecado, el desprecio de los demás a nombre de la propia fidelidad. Quiere que comprendamos su amor y misericordia para que sepamos ser misericordiosos y caritativos hacia los demás, y con grande amor a Cristo vivamos con Él y como Él quiere.

Convertirse al amor

Las personas que criticaban a Jesús, por una actitud de misericordia y bondad -que reflejaba la actitud del padre en la parábola-  que tenía hacia los pecadores y las prostitutas, era pensando en que “se veía mal”, “caía mal”, sin pensar en una actitud de ayudarles, tenderles la mano, en una palabra, amarlos.

Cuantas veces nos sucede igual que preferimos nuestra “buena fama” al amor: 
•    Nos interesa nuestro buen nombre, más que el servicio,
•    nuestro buen nombre, más que el compromiso, 
•    nuestro buen nombre más que el sacrificio que lleva consigo el amor.

Y esto no debe significar la violación, desprecio o relativización de la moral. Un antiguo adagio mexicano decía: -condena el pecado, pero ten misericordia del pecador-; que sería tanto como decir: conserva tu claridad de conciencia con respecto al rechazo del mal, pero eso que no te impida ser misericordioso y tener caridad con el pecador.

“Aprended a llamar blanco a lo blanco y negro a lo negro; mal al mal y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado” dijo el Santo Padre Juan Pablo II a los universitarios .Si nuestra bondad es excluyente, selectiva, diferenciada, es una bondad en la que se busca uno a sí mismo, pues busca ser aceptado, estimado, honrado, pero no una bondad de servicio, compromiso, para que sea Cristo quien prevalezca, y la Iglesia que se fortalezca a través de nuestro amor y misericordia para con los hermanos.

Debemos aprender a “llorar con los que lloran” y “alegrarse con los que se alegran” como recomienda San Pablo y la conversión profunda debe ser tarea ininterrumpida para todos , pedir en nuestra oración cotidiana un corazón contrito como dice el salmo Miserere .

El hermano mayor, que parece ejemplar pues era todo “casa y trabajo” cumplía, pero por conveniencia y no por convicción. Prueba de ello que cuando vino la prueba no fue capaz de otorgar el perdón a su hermano menor, ni de vibrar al unísono con el corazón lleno de amor y misericordia de su padre.

Que hermoso será saber que cuando hemos cometido errores, o hecho el mal, si reconocemos nuestras fallas, si nos arrepentimos de nuestros pecados, en nuestro hogar, familia o comunidad habrá fiesta, seremos bien recibidos, seremos acogidos en actitud de perdón y reconciliación.

Se dice que se ha disminuido o eclipsado el sentido del pecado, pero más se ha eclipsado la fiesta que debemos hacer cuando el pecador regresa, tenemos miedos unos de otros y generamos miedo de los unos hacia los otros.

Buscar la reconciliación significa hacer la paz con todos y con uno mismo. Aprender a perdonar con “Cristo que perdona desde la Cruz”; para poder rezar el Padre nuestro “perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones: “En la Iglesia existen el agua y las lágrimas, el agua del Bautismo y las lágrimas de la penitencia”.

Conclusiones

Considero muy importante rechazar la violencia que engendra violencia y que estimula una espiral de odio y venganza, que dañan tremendamente el tejido social, y que van en contra de lo que enseña el Evangelio. Esta página de hoy es un canto a la reconciliación, a la misericordia y al perdón. La reconciliación es el diálogo de amor que se restaura.

La reconciliación es un escuchar el llamado de “regresar”, es un pasado que se abandona, es una decisión que se asume, es una actitud de conversión que se inicia: “Me levantaré e iré a mi padre” . La reconciliación es un grito de esperanza, un acto de confianza en Dios, una oportunidad de empezar de nuevo. “El que vive según Cristo es una criatura nueva, para él todo lo viejo ha pasado, ya todo es nuevo” .

Esto nos debe conducir al Sacramento de la Confesión, que es sacramento de alegría, de reconciliación y perdón; que nos reintegra a la comunidad, que debe recibirnos gozosa, para poder vibrar en armonía con el corazón de Cristo, y en sintonía con recibirlo a Él en la Eucaristía. Así tendremos fortaleza y valor de perdonar nosotros también, le haremos comprender que reconocer su pecado y querer volver, no es vergüenza sino una fiesta.

Que, a imitación de Dios, no cerremos la puerta a nadie, y menos al derrotado. Al contrario, perdonarlo, alentarlo, ayudarlo, fortalecerlo en su regreso a casa, apoyarlo para que recupere por la reconciliación toda su identidad y dignidad, y pueda sentir que somos hermanos en Cristo e hijos de Dios, nuestro Padre. Amén.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo Emérito de Yucatán

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