Historia de un encuentro imposible (II)

El recorrido dentro de la librería Juan José Arreola fue un aperitivo lector que degusté...

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El recorrido dentro de la librería Juan José Arreola fue un aperitivo lector que degusté muy temprano, me sentía satisfecha con Las batallas en el desierto bajo el brazo. Todavía desconocía el desayuno de anécdotas que tendrían mis oídos más tarde. Aunque nuestro vuelo salía en cuatro horas y tenía una montaña de tareas de la preparatoria esperándome, mamá y yo continuamos el paso con la intención de adentrarnos más entre las calles del Centro Histórico.

Fue en una de esas calles que leí “Café de Tacuba”. Se trataba de un inmueble antiguo y preservado que atraía con el menú  a cualquier curioso que caminara en su banqueta. Entramos sin la intención de comer, pero sí con la de llenar nuestra memoria de estos recuerdos que narro.  Caminamos alrededor de las mesas como si en vez de en un restaurante estuviéramos en un museo novohispano; sin duda, esa era una casona del siglo XVII. Entonces, nos abordó un señor bien vestido y muy seguro. Se presentó como el gerente.

 ¿De dónde nos visitan?, preguntó.

De Tabasco, le respondimos sin dejar de mirar los enormes cuadros que cubrían las paredes, entre los que estaba el conocidísimo retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, una pintura de unas monjas a las que se atribuye la creación exquisita del mole y otros frescos donde aparecen personajes históricos.

Uno de los arcos que había que cruzar para pasar a las mesas nos anunció la leyenda: “Fundada en 1912”. Dato que el gerente reafirmó cuando le dijimos nuestro estado de procedencia, pues mencionó muy orgulloso, como si de la familia fundadora fuera, que el fundador de la cafetería había sido un tabasqueño: don Dionisio Mollinedo. La fotografía  de “Papá Nicho”, como se refirió a él, se encontraba en la pared derecha junto a la puerta. Su pose me hizo pensar en una personalidad inhibida, más que la de un gran señor, como seguro tuvo que ser para lograr la osadía de levantar una cafetería, ahora emblemática, en la capital del país.

No tomé ni una sola taza de café, no me senté a comer una pizca de pan. Pero me llevé las anécdotas y leyendas que el gerente me contó muy amable mientras continuábamos recorriendo la casa.

Ningún Gabriel García Márquez se cruzó en mi camino.  Sin embargo, una mujer con hábitos sí lo hizo y me siguió hasta la cama. Las primeras noches tras mi regreso de Ciudad de México, la leyenda de la “Monja del Café” me mantuvo sin dormir. La religiosa es una fantasma que se dice suele aparecer en el Café de Tacuba (Continuará).

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