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Al autodefinirse como “fábrica de sueños”, Hollywood se siente un mundo en sí mismo y se considera capacitado para modificar la realidad que lo rodea. Se complace por ser suficientemente rico y poderoso como para intervenir en las naciones y dictar la frivolidad de la moda y la profundidad de los comportamientos. A veces lo consigue para mal, aunque a veces para bien. Pero su historia no ha sido ejemplar. La cacería de brujas durante el macartismo que tan bien narrara Lillian Helman en su “Tiempo de canallas” muestra la “fábrica de pesadillas” en la cual es capaz de convertirse.

Este año, su fiesta máxima, la entrega de los premios Oscar, trató de subsanar el racismo que recibió al nacer como su pecado original y buscó dar espacio a esa realidad que tanto Leopold Senghor como Aime Cesaire llamaron la negritud, o sea, la reflexión que sobre su propia condición hace el descendiente del Africa negra (en realidad, como dice un personaje central de “Moonlight”, lo somos todos porque en ese continente surgió la vida humana).

A pesar del acto fallido freudiano a la hora de la entrega, “Moonlight” obtuvo por méritos propios el premio a la mejor película. Supera por mucho a ese auto homenaje al cliché musical que es “La la land”.

Prefiero el nombre en inglés, “Moonlight”, porque su traducción, “Luz de luna”, le quita el sentido mágico que le da al afirmar Juan (el personaje encarnado por Mahersala Alí, primer musulmán en recibir un Oscar) que en esa hora y bajo ese astro los negros se ven “blue”, también con el sentido de tristeza que esa palabra no ofrece en castellano.

“Moonlight” es la historia de tres momentos en la vida de su personaje central, un negro medularmente triste, o sea “blue”. El director, Barry Jenkins, respeta en su guión los tres actos de la obra de teatro original de Tarell Alvin McCrane para mostrarnos al niño que comienza a descubrir su homosexualidad, al adolescente crucificado por serlo y al hombre que vuelve para ofrecer al espectador una escena de amor no sólo memorable sino de una finura nunca vista, que contrasta con la aparente fiereza y la musculatura de su personaje.

Hollywood nos entrega este año un homenaje a la reflexión sobre la negritud, también sobre el flagelo de las drogas duras y, más que nada, sobre la capacidad del más puro amor homosexual.

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