'Dichosa Tú que has creído'

IV Domingo de Adviento. Miq. 5, 1-4; Heb. 10, 5-10; Lc. 1, 39-45.

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'Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin'. (preguntasantoral.es)
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MÉRIDA, Yuc.- Se cumple el cuarto domingo a la espera de la conmemoración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. 

Primera lectura: Miq. 5, 1-4.

En este IV domingo del tiempo de Adviento la liturgia nos dice que para el Señor no importa la humildad del origen humano de las personas. Para Él todos somos sus hijos y tenemos la misma dignidad, pues el hombre ve lo externo, pero Dios ve nuestros corazones. Él nos ha llamado para convertirnos en un signo de su poder salvador y de su paz. A nosotros corresponde no sólo escuchar su Palabra, sino tener la apertura necesaria para que su Espíritu conduzca nuestros pasos por el camino del bien.

Dios quiere hacer su obra en nosotros; Dios quiere transformarnos en hijos suyos. Si le vivimos fieles, Él hará que, mediante nosotros, por voluntad suya, llegue a todos su Vida y su amor, que nos renueva. La Iglesia del Señor, nacida del costado abierto del Redentor, debe trabajar constantemente para que la grandeza de quien nació hecho uno de nosotros, llene la tierra y sea, así, la paz para todas las naciones.
Salmo responsorial: Sal. 80 (79).

El Señor mismo, nacido de mujer, hecho uno de nosotros, se ha convertido en Pastor de su pueblo, para que quienes le pertenecemos no desbalaguemos como ovejas sin pastor. Muchas veces hemos vivido lejos del Señor, pues tal vez no hubo quién nos orientara, quién se preocupara de nosotros.  Y vivimos lejos del Señor, envueltos en la oscuridad del pecado. Pero Dios se ha compadecido de nosotros, y ha salido a buscarnos incansablemente para manifestarnos el amor que nos tiene.

Quienes nos hemos dejado encontrar por Él; quienes escuchamos su Palabra y le permitimos dar fruto abundante en nosotros, hemos de tomar la firme determinación de ya no alejarnos del Señor, y pedirle que nos conserve la vida para que se convierta en una continua alabanza de su Santo Nombre.

Vivamos tras las huellas de Cristo, siguiendo el buen ejemplo de aquellos que Él ha puesto como signos de su servicio y entrega a su Iglesia pues, nos ha constituido en Cabeza, Esposo, Siervo y Pastor en ella.

Segunda lectura: Heb. 10, 5-10

Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad. De un modo decidido y por voluntad propia el Señor viene a nosotros como Salvador, dando Él su vida por nosotros. Nadie le quita la vida; Él la da porque esa es su voluntad; y hasta ese extremo llega su amor por nosotros, pues nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por los que ama. 

La encarnación del Hijo de Dios tiene un carácter sacrificial; ese es su último sentido: ser la única ofrenda mediante la cual nosotros somos santificados. Por eso la celebración Eucarística, en que celebramos el memorial de la Pascua de Cristo, se convierte para nosotros en el culmen y en la fuente de la vida de toda la Iglesia. Una Iglesia que no conduzca a sus fieles a unirse a Cristo en la Eucaristía sería una Iglesia con un apostolado infecundo, pues la Iglesia se construye en torno a la Eucaristía; y se construye en torno a ella no sólo porque se reúne para celebrarla, sino porque, unida a Cristo, entrega su cuerpo y derrama su sangre para el perdón de los pecados de todos, a imagen del amor de su Señor. 

El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo continúa encarnándose en la historia por medio de su Iglesia. Ojalá y que quienes la conformamos, en una auténtica alianza con el Señor podamos realmente decir junto con Él, de un modo continuo, amoroso y comprometido hasta sus últimas consecuencias: Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad.

Evangelio: Lc. 1, 39-45

Tal vez haya muchas cosas y actitudes muy lejanas a nosotros que están en María, y que nos sería imposible imitar: como su Concepción Inmaculada, y su vida sin pecado. Pero hoy el Señor propone a su Iglesia el ejemplo de esa Mujer amorosa y fiel a Dios para que lo imitemos. Ella es una mujer de fe. Muchas cosas grandiosas le anunció el ángel acerca del Hijo de Dios que, por obra del Espíritu Santo, se haría hombre en su seno; recordemos: Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin. Aquellas palabras de Isabel: Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor, ¿qué sentido tendrían cuando retumbaran en los oídos de María cuando estaba de pie junto a la cruz en que moría su Hijo como si fuera un malhechor, traicionado cobardemente por todos? Pero María estaba de pie, no se derrumbó a pesar de que las corrientes de las aguas golpearon fuertemente sobre Ella.

Después de la resurrección las palabras del ángel y de Isabel cobran su auténtico sentido y su justa dimensión en la vida de María. Este es el camino de fe de la Iglesia, sometida muchas veces a persecuciones y pruebas que, si no son vistas desde la esperanza que tenemos, podrían hacernos derrumbar y dar marcha atrás en la fe que hemos depositado en Cristo. 

Ojalá y que su glorioso nacimiento, y que su cercanía, su ser Dios con nosotros, nos haga levantar la cabeza para permanecer firmemente anclados en nuestra fe en Cristo, de tal forma que, aunque tengamos que pasar por la prueba amarga de la muerte, sepamos que, no la muerte, sino el Señor de la Vida tiene la última palabra sobre nosotros, pues su Resurrección será, para quienes nos unimos a Él en comunión de vida, un renacer eternamente como criaturas nuevas para Dios.

El Señor se hace cercanía a nosotros en esta Eucaristía para llenarnos de su Espíritu Santo, y hacernos brincar de gozo. La vida a veces pudo habérsenos complicado; incluso nuestra fe confesada con valentía pudo habernos acarreado demasiados problemas. Sin embargo, el Señor se ha acercado a nosotros y nos ha pedido levantar la cabeza y contemplarlo lleno de amor por nosotros, puesto de parte nuestra como nuestro poderoso protector.

Ante esta realidad ¿Acaso no nos llenaremos de alegría y daremos brincos de gozo, pues el Señor, en su amor por nosotros ha dado incluso su vida para perdonarnos nuestros pecados y para hacernos partícipes de su vida y de su Espíritu, que nos santifica? Ojalá y le creamos a Dios de tal forma que sepamos que, suceda lo que suceda, Él está dispuesto a cumplir en nosotros cuanto nos ha dicho y prometido: Que nos libraría, para siempre, de la mano de nuestros enemigos y que nos haría partícipes de su victoria y de la herencia que le corresponde como a Hijo Unigénito del Padre Dios. Y esto hoy se hace realidad para nosotros mediante esta Celebración del Memorial de la Pascua de Cristo.

Conclusiones

1. Creer en Dios es aceptar en nosotros el mensaje de salvación; y, más aún, es convertirnos en colaboradores suyos para que la salvación llegue a todos. Dios ha tenido misericordia de nosotros y nos ha perdonado nuestras infidelidades, pecados y miserias. 

2. Si le decimos al Señor: Aquí estoy para hacer tu voluntad, no podemos decirle a nuestro prójimo: Aquí estoy para hacer mi voluntad de modo egoísta haciéndote daño, destruyéndote, y persiguiéndote. 

3. Si nos consideramos dichosos por cuanto nos ha dicho el Señor: de que somos sus hijos amados, y que estamos llamados a vivir eternamente en su gozo y en su gloria, no podemos pasar la vida convirtiéndonos en ocasión de angustia, tristeza y persecución para los demás, para brillar nosotros a costa de pisotearlos a ellos.

Por eso tratemos de ser congruentes con nuestra fe. Que el Señor, que se acerca, nos ayude para que realmente seamos renovados en Cristo, y el mundo alcance a entender que la Iglesia del Señor tiene en su seno a quienes han nacido como criaturas nuevas que, alejadas de sus antiguos modos de proceder, ahora viven, guiadas por el Espíritu Santo, como un Signo del amor de Dios que Él nos manifestó por medio de su Hijo Jesús, al cual prolonga su Iglesia en el mundo y su historia.

4. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir haciendo en todo la voluntad de Dios, para que su Espíritu nos moldee día a día a imagen del Hijo de Dios; así podremos darlo a conocer desde el testimonio de la propia vida, y no sólo desde palabras, tal vez muy elaboradas, pero huecas de un compromiso fiel y amoroso con el Señor, en quien decimos creer. 

Si vivimos fieles al Señor será posible que todos experimenten el amor de Dios y vuelvan a Él para alabarlo, ya desde ahora, con una vida intachable y con un auténtico amor fraterno hasta llegar a participar, juntos, de la salvación eterna a la que Dios ha llamado a todos. Amén.

Mérida, Yucatán, 20 de diciembre de 2015.   

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán

Arzobispo Emérito de Yucatán

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