'La vocación es misión y realización en la vida'

XV Domingo Ordinario. Am. 7, 12-15; Sal. 84; Ef. 1, 3-14; S. Mc 6., 7-13

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“La vida de un misionero se puede comparar a la de un vagabundo con diferencias notables. Un vagabundo no sabe a dónde va ni le importa, mientras que un misionero sí sabe a dónde va y sí le importa. (Archivo/SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yucatán.- La vocación es la invitación de Dios, que Él nos hace para asumir por decisión libre una forma de colaboración especial en orden a una misión.

En la actualidad se ha ampliado el concepto y suceso incluyéndose toda dimensión legítima y lícita. 

a) Podemos afirmar que el Señor tiene un designio y un proyecto para cada uno de nosotros, las personas humanas. Cada criatura está dotada de los instrumentos y medios necesarios para cumplir su función. 
La función que una criatura cumple nunca es en beneficio propio, sino en beneficio de la comunidad. Y su “realización” está en el cumplimiento de su misión.
b) Dios da la existencia y un conjunto de cualidades diversas necesarias para cumplir con la misión asignada. Y ésta, siempre es en beneficio de la comunidad y de la sociedad. La vocación es encontrar la misión para la cual Dios me ha creado. Y al conocerla, seguirla y realizarla plenamente, llevo a cabo el proyecto de vida que Dios tiene sobre mi y por lo mismo me debo considerar “realizado”. 

I.- Am. 7, 12-15

Amós es el más antiguo de los profetas escritores, del 750 a. de C. Se presenta como un campesino que vive en una sociedad en la que desaparecía la pequeña propiedad, había concentración de tierras y riquezas, lujo insultante; y él es enviado por Dios para denunciar las injusticias sociales y la falsa religión que se contenta con ritos externos.

La elección de Dios es impredecible e irresistible. Por ello el elegido debe aceptar con docilidad y confianza el reto de la incertidumbre a donde es enviado, y de la eficacia de los resultados.

Toda su fuerza es que Dios lo eligió y lo envió, y es un portador y servidor de la Palabra Divina.

La elección de Dios comporta muchas renuncias –abandonar la propia tierra, familiares y amigos–, por ello se vive en un contexto de fe y confianza.

La elección de Dios se centra y concentra en su proyecto, sus objetivos y su misión, encomendadas por el Señor, y no en dar gusto a los poderosos.

II.- Ef. 1, 3-14

Esta carta pertenece a las tres que el apóstol envió desde la cárcel: Colosenses, Filemón y Efesios, alrededor del año 62 en Roma.

Había apelado a César, por ello lo condujeron a la capital y el apóstol comprendía lo inminente de su martirio.

Todo el párrafo se refiere a la vocación, alabando a Dios por la existencia como personas, para establecer relaciones interpersonales, y al enviarnos a su Hijo nos hace conocer y comprender que somos hijos de Dios en Cristo y hermanos con todas las personas para formar así con todos los creyentes el Cuerpo Místico de Cristo. Somos pues hijos-hermanos-herederos en Cristo.

La Carta a los Efesios nos presenta siete pasos muy bien estructurados en esta situación del plan de salvación que nos ofrece la epístola de los Efesios:

1. La elección del ser humano en el Plan de Dios que conduce a la comunión.
2. La predestinación, como respuesta de santidad a la llamada.
3. La redención obrada por Cristo.
4. La revelación del misterio de Cristo.
5. El concepto de herederos por “nuestra esperanza en Cristo”.
6. Llamados todos a con dividir la salvación por el don del Espíritu Santo.
7. La alabanza dada a Dios por estas gracias y dones procedentes de la benevolencia de Dios Padre.

III.- S. Mc 6, 7-13

“Jesús llamó a los 12 y los envió de dos en dos”, así inicia el Evangelio que hemos escuchado hoy. Jesús que llama y envía.

Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “La Iglesia es por su naturaleza misionera, y a cada discípulo de Cristo incumbe el deber de difundir en cuanto le sea posible, la fe (Ad Gentes 2).

El cristiano es un llamado, es uno que responde sí a la invitación de Cristo. Hay un amor de elección de Cristo que precede a nuestra respuesta. 

Dios tiene siempre, la iniciativa y precedencia (Ef. 1, 4-6). Lo mismo sucedió con Abraham, que llamado por Dios obedeció (Heb. 11,8).

Cada discípulo es llamado y enviado para ser testigo del amor en una dinámica de superación cotidiana para servir a sus hermanos y llevar la Buena Nueva del evangelio. “¡Hay de mi si nos anunciara el Evangelio!” (1 Cor. 9, 13).

La misión que Dios nos asigna nos trasciende, porque el Señor desea que nuestro horizonte sea la humanidad. Es comprensible y espontáneo que tendemos a ponernos límites, que tengamos que superar timidez y miedo.

Para Jesús, el horizonte no tiene límites: “Id pues y haced discípulos a todas las gentes…” (S. Mt. 28, 19). Para Cristo todos deben ser, amados y salvados. Sus discípulos deben ser personas libres en el espíritu y universales en el corazón.

Con una radical disponibilidad y valor ante el sufrimiento. 

San Agustín al comentar la intervención de San Pedro para disuadir a Jesús de ir a Jerusalén dice: “¿Por qué: “retírate Satanás”? Porque quieres pasar por delante ¿no quieres ser Satanás? Pues entonces camina detrás de mí. Así me seguirás, y si me sigues tomarás tu cruz y no serás mi consejero, sino mi discípulo” (Discursos 330, 4).

Recomendaba San Ambrosio:

“El no abandona a nadie, somos nosotros los que nos separamos de Él… y aquel que se levanta después de la caída, caerá en la cuenta de que está Él ahí, a su lado, presente” (Coment. Ev. S. Lc 5,116).

Y sintiendo la pequeñez del discípulo delante de lo sublime del anuncio, dice San Gregorio Nacianceno:

“¡Tengan indulgencia hacia mi palabra!, hablo como un pequeño instrumento de aquel misterio que es más alto” (Discursos 37.2).

Por ello la importancia de la oración, meditación y contemplación. Para que no nos suceda lo que decía H. Urs Von Balthasar: “que hay cristianos que tienen a Jesús en las espaldas y el mundo de frente a sí: se olvidan que para ser enviados por Cristo al mundo deben haber estado largos tiempos con Él, para conocerlo, comprenderlo y predicarlo”.

Enviados de dos en dos para dar testimonio del amor recíproco, pues el amor viene de Dios (1 Jn. 4, 7).

Como los papás que tuvieron que esperar seis años para que su hijo reaccionara y aquella paciencia llena de amor les valió encontrar una Navidad la gratitud de su hijo: “Gracias, porque su amor, me permitió encontrarme con Cristo”.

Debo concluir con una página muy bella de S.E. Mons. Alfonso Escalante, ilustre Obispo yucateco del siglo XX fundador de los “Misioneros de Guadalupe”,  están en 14 países como misioneros: “La vida de un misionero se puede comparar a la de un vagabundo con diferencias notables. Un vagabundo no sabe a dónde va ni le importa, mientras que un misionero sí sabe a dónde va y sí le importa. Aquel camina para sí mismo, éste camina para Dios. Los dos sienten la comezón de seguir caminando. Resumiendo: un vagabundo tiene la urgencia de caminar, comer, beber; un misionero tiene el mandato de caminar, enseñar y bautizar. ¿Acaso no está bien que nos llamemos “los vagabundos de Dios”? (R. Colin N. “Un vagabundo de Dios” p.71).

“La Iglesia peregrina, es por su naturaleza misionera” (A.A.n.2).

Oremos por los misioneros, asumamos cada uno nuestra propia misión.

Jesús nos invita, nos llama; encontrar nuestra vocación es conocer y vivir nuestra misión en la vida, y realizarla cada uno en una entrega total que sirve y promueve a los demás es la felicidad, la paz y la mejor recompensa de ser y vivir como discípulo de Jesús. Amén  

Mérida, Yucatán,12 de julio de 2015

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán.
IV Arzobispo de Yucatán
Administrador Apostólico de Yucatán

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