Homilía: Bautismo del Señor

Jesús nos trae el evangelio, la “Buena nueva”, que consiste en que Dios quiere comunicarnos su vida divina, y quiere ser un Padre para con nosotros.

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Jesús llama 'Padre' a Dios, así nos enseña a dirigirnos a Él en la oración fundamental del 'Padre Nuestro'. (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- Is. 42, 1-4. 6-7; Sal. 28; Hch. 10,34-38; Sn. Lc. 3, 15-16. 21,22

Introducción

La fiesta de hoy nos da la oportunidad de observar cómo los acontecimientos de la vida de Jesús ilustran y guían el camino que los cristianos tenemos que recorrer.

Es bello constatar que los cuatro evangelistas nos hablan del Bautismo de Jesús como un acto previo a su vida pública; así como para nosotros cuando nos bautizamos señala el inicio de nuestra nueva vida cristiana.

I.- Los elementos simbólicos de la narración

 

Detengámonos un instante a mirar algunos detalles del testimonio que las Escrituras nos dan del Bautismo del Señor. Los evangelistas que transmiten el hecho del sacramento de Jesús coinciden:

a) En colocarlo al inicio de su vida pública.

b) Y que hubo algo extraordinario que se resumen en tres fases:

+ Se abrió el cielo  
+ Bajo sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma;
+ Vino una voz del cielo: “Tu eres mi Hijo, el predilecto, en ti me complazco” (Lc. 3.21).

La expresión “se abrió el cielo” significa una especie de unión del cielo con la tierra, como revelación celestial. Los cielos se abren, como una tela que se desgarra, signo de la intervención de Dios, que quiere realizar sus promesas a través del envío del Espíritu Santo.

Cuando el Espíritu Santo desciende en forma de paloma que se posa sobre Jesús, la voz que se escucha desde el cielo que señala a Jesús como “mi Hijo” es una clara expresión de la revelación sensible del misterio de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el bautismo de Jesús se hacen presentes los tres en forma sensible.

II.- Con este estupendo prólogo comienza el libro de la Consolación Is. 40-55. Ha sonado la hora del perdón y de liberación para el pueblo. El Reino mesiánico de paz-salvación-justicia se instala ya en el pueblo de Dios.

Con respecto a la segunda lectura, el Padre ha realizado todo por medio de su Hijo Jesús, a través de un bautismo de regeneración y a través de la renovación en el Espíritu Santo (Tito, 3,5).

III.- Nuestro Bautismo

San Mateo y San Marcos nos narran al final de sus evangelios respectivos, que Jesús envió a todo el mundo a “bautizar” y que éste debe ser: “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; San Marcos añade: “El que crea y sea bautizado se salvará, el que no crea se condenará”, para recalcar la importancia que da Jesús al Bautismo.

Jesús nos trae el evangelio, la “Buena nueva”, que consiste en que Dios quiere comunicarnos su vida, vida divina, y quiere ser un Padre para con nosotros, y la forma sensible que tenemos para iniciarla es la recepción del Bautismo.

Dios quiere ser Padre para con todos, pero la comunicación de su vida depende de la aceptación libre y voluntaria de cada uno. Para darnos el don de la vida, no nos pidió Dios permiso, pero sí para comunicarnos la vida divina.

¿Y por qué bautizamos a los niños? Porque así como los papás dan la vida, el nombre, el apellido y la nacionalidad a sus hijos, y este es un derecho natural, así también le ofrecen lo mejor que tienen en el orden sobrenatural que es su fe.

Además, ello no limita la libertad de la persona, pues cuando crezca podrá elegir su opción, aceptando o rechazando la fe transmitida responsablemente por parte de sus papás, cumpliendo así su deber.

Es cierto que la Iglesia primitiva no tenía como práctica común el bautismo de niños recién nacidos, sino hasta que terminaron las persecuciones del Imperio Romano. Y esto era así porque los que aceptaban ser bautizados firmaban en cierta manera su sentencia de muerte, con la pena adicional de la confiscación de todos sus bienes.

Concluida la etapa adversa de las persecuciones se fueron haciendo habituales los bautizos de los niños, con la explicación de que el mismo Dios que otorgó y encomendó la vida del niño a sus papás, los responsabiliza también de su vida espiritual y eterna.

IV.- Los efectos del Bautismo

Por medio del Bautismo nos hacemos plenamente “hijos de Dios”. Se cancela el pecado original, se restablece la posibilidad de vivir como verdaderos hijos de Dios y en espíritu de filiación con Él. Además de este aspecto de purificación, Dios en el sacramento nos regala las tres grandes virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad.

Debemos de recordar que permanece lo que conocemos como la “concupiscencia”, que es algo que proviene del pecado y nos inclina al pecado; por ello decimos que la persona humana es frágil, porque tiene esa debilidad, consecuencia del pecado original de nuestros primeros padres.

Los cristianos somos los únicos que entre las religiones monoteístas afirmamos que en Dios hay tres personas realmente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; por tanto, que Dios no es un ser solitario, sino una comunidad, una familia. El Bautismo de Jesús es una revelación de esto.

Jesús llama “Padre” a Dios, así nos enseña a dirigirnos a Él: en la oración fundamental del “Padre Nuestro”, Él mismo se llama Hijo, y en la última cena habla explícitamente del Espíritu Santo como alguien distinto de Él y del Padre, y que nos promete enviarlo para entender y comprender el misterio de lo que Él como plenitud de revelación nos comunicó.

Este acontecimiento lo vemos muy claro en Pentecostés. En la última cena les prometió el envío del Espíritu Santo, momento tan hermoso y significativo de Jesús con sus discípulos: “No se pongan tristes porque yo me vaya, me voy para enviarles al Espíritu Santo”: Él será para ustedes el Espíritu de verdad que esclarecerá muchas de las cosas que yo les dije, pero que no alcanzaron a comprender (Jn. 16,12).

El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios. Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?... El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios, lo nacido de la carne es carne, lo nacido del Espíritu es espíritu” (Jn. 3, 1-6). Para diferenciar con claridad el nacimiento a la vida temporal del nacimiento a la vida divina.

V.- Conclusiones:

1) El Bautismo de Cristo es una solemne manifestación, porque se abre el telón, se quita el velo que encubrirá la personalidad de Jesús que aparece como Hijo predilecto, Siervo del Señor, el Mesías sobre el que descansa el Espíritu del Señor.

Está pues en la raíz, inicio, puerta del ministerio público del Señor como manifestación del gran misterio de Jesús de Nazaret.

2) Al hablar de nuestro Bautismo es necesario afirmar que lo recibido en él debe llevarse a la práctica en un estilo de vida virtuoso que se continúa y vitaliza en el Sacramento de la Reconciliación.

3) El agua y el fuego bautismales son símbolos auténticos:

Borran y purifican y al mismo tiempo generan y producen. El Bautismo cancela el pecado y da la vida divina, que se proyecta en el Sacramento de la Confirmación. Del bautismo florece la madurez cristiana.

Por la Cruz a la luz, por la muerte a la vida, por el sepulcro a la Resurrección (Rm. 6). Como dice bellamente D.M. Turboldo: “La posibilidad que nos ofrece Cristo es ésta: la muerte cada día, como único camino para llegar al mañana eterno” (El Sexto ángel p. 76).

4)  San Pablo nos explica el significado del Bautismo:

“Cuantos han sido bautizados en Cristo Jesús, han sido bautizados en su muerte… Por medio del bautismo hemos sido sepultados con Él en su muerte, porque así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros podemos caminar en una vida nueva” (Rm. 6, 3).

Como dice también San Cirilo: En el mismo instante mueren al pecado y nacen a la vida eterna y así, ésa agua saludable se convierte en sepulcro y madre” (Cateq. Mystagógica 2).

“En el rostro de Cristo, logramos ver nuestro rasgos fundamentales, y que son los de hijos en el Hijo –hijos adoptivos- que se nos ha concedido por el Bautismo” (San Agustín).

El sacramento del bautismo es un don de Dios y una tarea del hombre; es un regalo divino y un compromiso humano; es la oferta que Dios nos hace para llegar a la plenitud y la posibilidad de respuesta que el hombre debe dar. Al contemplar hoy la manifestación de Dios en Jesucristo, quien es reconocido como el predilecto del Padre, no nos queda más que llenarnos del Espíritu Santo y sentirnos animados para vivir lo que el bautismo ha realizado en nuestra frágil naturaleza, llevándonos a ser hijos de Dios.

Así la misión del cristiano en el mundo no es otra que la del mismo Jesús: testificar el amor del Padre movidos por el Espíritu Santo, reconociendo que por el bautismo, Dios también reconoce en cada uno de nosotros a un hijo amado. (cfr. Lc. 3,22). Amén.

Mérida, Yuc., a 13 de enero de 2013.

 

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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