Jesús es el único Salvador

IV Domingo de Pascua. Hech 4, 8-12; Sal 117; 1Jn 3, 1-2; Sn Jn 10, 11-18.

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Sigamos las huellas del Buen Pastor mostrando así nuestra solicitud misericordiosa hacia aquellos que tenemos encomendados. (crcc-usa.org)
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I.- Hech 4, 8-12

La lectura de los Hechos quiere mostrar las consecuencias del discurso de Pedro ante el Sanedrín, que es el centro de la lectura del domingo anterior, el mensaje debe de resonar con fuerza: “El crucificado es el Señor y el Mesías” (ver. 36) y es Dios quien lo ha constituido como tal.

Esta afirmación de seguro asombró en aquel ambiente, pues estaba escrito: “maldito el que cuelga de un madero” (Deut. 21.23), y San Pablo en Gal 3, 13 ha constituido una teología dialéctica de la cruz, para mostrar que un crucificado para los hombres no es lo mismo que para Dios; pues para Él es aquel que se entrega por los otros.

Pedro afirma que Jesús no sólo está vivo, sino además que es el único Salvador. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular, aseverando por lo tanto el valor salvífico de la pasión. (cf Salmo responsorial 102).

Que diferencia el Pedro de las negaciones, al Pedro que proclama con firmeza el Kerygma primitivo  de la centralidad de la fe. La clave de esta transformación la da el inicio de la lectura: “Pedro, lleno del Espíritu Santo dijo…”

II.- 1 Jn 3, 1-2

La persona rodeada por el amor de Dios se vuelve como Cristo y en Cristo “Hijo de Dios”, ésta es la temática de la segunda lectura.

Lo que vincula a Dios con el fiel es su conocimiento, y este verbo lo usa San Juan, para indicar así la fractura que existe entre el mundo y su incredulidad, y en cambio el conocimiento del amor de Dios que engendra la filiación.

Habrá siempre la etapa del conocimiento inicial, y la subsiguiente de un conocimiento que crecerá progresivamente.

Esta experiencia de filiación de la existencia cristiana será definitiva cuando seremos semejantes a Él y lo veremos tal cual es. 

“Así pues, si haber resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba. Porque  habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios, cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con Él”. (Col 3, 1-4)

III.- Sn Jn 10, 11-18

El cuarto Domingo de Pascua es conocido como el del “Buen Pastor”, que ateniéndose a la traducción griega es la descripción del “Pastor ideal”. Y esto se corrobora porque: Él es bueno con nosotros,  Él da la vida por nosotros; Él no nos abandona ni huye ante los peligros, Él nos conoce a nosotros y se nos da a conocer.

Los tres verbos claves en este Evangelio son por lo tanto: conocer + amar y dar la vida.

Es la manifestación de esa bondad misericordiosa de Dios que se personificaba en Cristo.

La imagen de pastor que guía y protege el rebaño es muy conocida en el Antiguo Testamento, aplicada a la revelación de Dios con el pueblo de Israel. Aquel pueblo, formado por campesinos consideraba de mucho respeto el oficio de pastor, y particularmente de las ovejas por el grande significado que se les atribuía. La cena pascual se celebraba sacrificando un cordero, y así eran las grandes ofrendas que se llevaban al Templo.

Entre los grandes personajes hubo varios que fueron pastores: Jacob o Israel el tronco del pueblo, era pastor. Moisés era pastor cuando Dios lo eligió para salvar a su pueblo, el Rey David también.

Por ello en Israel llaman a Dios: “Pastor de Israel”, y así lo repite el Salmo 23: “El Señor es mi pastor nada me faltará”

Cuando nos reunimos en el Templo, es Cristo buen Pastor quien preside. El ministerio del sacerdote tiene como objeto hacer presente sacramentalmente esta realidad cuando  escuchamos la palabra, lo escuchamos a Él. 

Para que se haga una realidad aquello de que, “mis ovejas me conocen”; podemos preguntarnos si leemos su Palabra, la meditamos, la hacemos nuestra, si se constituye en: “Lámpara para guiar nuestros pasos…”

Alrededor de la Eucaristía, ponemos el pan y el vino y son signos para ofrecernos nosotros, ya que la propia vida será transformada por el mismo Espíritu que transforma el pan y el vino.

El buen Pastor al dar la vida por las ovejas, nos condiciona,  debemos aprender a dar y a compartir. Pues no existe auténtico dar y recibir en la mesa eucarística, si no nos implica y compromete a dar y recibir en la vida cotidiana. Porque la presencia de Jesús en la mesa Eucarística nos debe “abrir los ojos” para en el camino de la vida reconocerlo en los más pequeños, débiles y necesitados.

El propio Cristo que nos nutre a través de nuestra Madre y Maestra la Iglesia, con el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía, nos envía para que fortalecidos, sigamos las huellas del Buen Pastor mostrando así nuestra solicitud misericordiosa hacia aquellos que tenemos encomendados: conociéndolos, amándolos, velando por ellos, enfrentando sus dificultades, acompañando en sus dolores, sufrimientos e incertidumbres; en una palabra reflejando la actitud del corazón de Cristo.

El contraste es muy fuerte entre el verdadero Pastor, en contraposición al mercenario, que huye, que no enfrenta el peligro, que no salvaguarda a las ovejas que le han sido confiadas, y por el contraste ilumina la verdadera imagen de cómo debe ser el Buen Pastor. 

Por ello Jesús antepone a su presentación “Yo soy el Buen Pastor”, los fariseos son los malos pastores, porque no consideraban como una misión servir a su pueblo.

El amor que vincula a Jesús con los suyos, encuentra su fuente y su plenitud en el amor que une a Jesús con su Padre y la muerte en la Cruz es la expresión máxima de ese amor.

Cristo dio su vida, la ofrendó, se hizo Él  mismo oblación y víctima.

Como dice San Agustín: “Cómo Cristo es Pastor, ¿Qué no es también pastor Pedro?  Claro que Pedro es pastor, como también los otros lo son. De hecho si no fuera pastor, ¿cómo le habría podido decir Jesús “apacienta mis corderos?”. Añado, que el verdadero pastor apacienta las ovejas de su propiedad. Por ello no le dijo a Pedro apacienta tus ovejas, sino las mías. Por tanto Pedro es pastor no por sí mismo, sino en la persona del Pastor que es Cristo. (Discurso 285.5).

Día del Seminario

En esta fecha tan significativa en la que celebramos en nuestra Arquidiócesis el “Día del Seminario”, quiero hacerme partícipe de las intenciones del Santo Padre Francisco, que nos invita a reflexionar sobre el tema “El éxodo, experiencia fundamental de la vocación” con motivo de la LII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesias la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9,38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. Ap. Postsinodal Sacramentum caritatis, 26)

El Papa Francisco en su mensaje nos dice que: “El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de su vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Su vida será más rica y más alegre cada día.

Hoy y siempre debemos orar por los sacerdotes que integran el equipo formador del Seminario y por nuestros seminaristas. Como apenas he indicado, hoy y siempre debemos pedir en la oración por todos ellos, para que respondan con generosa fidelidad al llamado que Jesucristo les hace.

Siempre debemos rogar a Dios que nutra de vocaciones nuestro Seminario de Yucatán. Pero, como dice el dicho popular: “A Dios rogando y con el mazo dando”, cada uno de nosotros debe ser un tenaz promotor de la vocación sacerdotal, que invita y anima a los jóvenes a pensar en la vida sacerdotal como una opción de vida y que anima y sostiene la respuesta de los seminaristas.

También les exhorto a ser generosos en la colecta que se hará en todas misas del sábado y domingo. La cual es destinada en su integridad a auxiliar las necesidades materiales de nuestro Seminario. 

Pido a María Santísima, Madre de Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, que acoja desde el principio a los llamados al sacerdocio, los proteja y acompañe en su  formación.

IV.- Conclusiones

1.- Siguiendo las huellas del Buen Pastor comprendemos que: solo en la entrega generosa de uno mismo al propio ideal y vocación, se realiza la experiencia de Dios y así se ilumina la vida, se le encuentra la razón a esta existencia y se conquista la serenidad y la paz.

2.- Hay muchos que roban no sólo el dinero, sino la fama, la inocencia, la certeza, la ilusión, el ideal, el prestigio y el significado de la vida misma.

3.- El que siembra su egoísmo, cosecha desesperación y vacío.

4.- Cristo Nuestro Señor nos invita a una experiencia de liberación no quiere masificación, sino al contrario: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor 3,17).

5.- Cristo nos hace crecer en personalidad, identidad y libertad; como fruto de su amor, de su ejemplo y de su oblación.

6.- Hagamos de nuestra vida una experiencia maravillosa de seguir a Cristo Buen Pastor entregando nuestra existencia en totalidad al servicio de nuestros hermanos: Todo el amor, toda la verdad, toda la oblación, toda la misericordia en perspectiva de la abnegación de la cruz y de la victoria de la Resurrección. Unámonos en oración porque pronto podamos salir de la epidemia de la influenza que con el favor de Dios volvamos a la normalidad en todas las actividades cotidianas. Amén.

Mérida, Yucatán, 26 de abril de 2015.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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