'El que permanezca unido a la Vid llevara fruto'

V Domingo de Pascua. Hech 9, 26-31; Sal 21; 1ª S.Jn 3,18-24; S.Jn 15, 1-8.

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La predicación valiente y decidida de San Pablo acarreó hostilidad de los judíos de procedencia griega. (catholictradition.org)
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Seguimos experimentando la alegría de la Pascua en la esperanza de la venida del Espíritu.

1.- Hech 9, 26-31

Este capítulo nos sirve para introducir la figura de Pablo vinculado a la fascinante historia de la Iglesia en sus inicios, en la que lo encontramos narrándonos su conversión y ofreciendo a las comunidades sus 14 cartas, consideradas por la Iglesia como “Palabra de Dios”.

Pablo era un fervoroso apasionado judío y fariseo, que para salvaguardar la integridad de su doctrina y la cohesión de su pueblo, persiguió a los cristianos, así queda claro en el momento del martirio de San Esteban, cuando cuidó los vestidos de los que lo apedrearon y su celo lo llevaba a encarcelarlos y castigarlos.
    
San Lucas narra ampliamente la conversión de San Pablo en el libro de los Hechos tres veces: la primera descrita por el Evangelista (cap. 9, 1-7) y las otras dos en boca del mismo apóstol (cap. 22, 4-21 y 26, 8-18).

Nosotros hemos escuchado en la lectura de hoy lo que corresponde a lo sucedido después de la conversión.

San Pablo se había ido de Jerusalén a Damasco para perseguir allá a los cristianos con toda la autorización de los Sumos Sacerdotes. En las puertas de Damasco se realiza el encuentro con Jesús y el proceso de su conversión; y ahora regresa a Jerusalén para que los apóstoles lo reconocieran como discípulo, dado lo reciente de su conversión, acaecida en lugar lejano, a ello se debe la desconfianza con la cual algunos lo veían.

Bernabé era un levita originario de Chipre, muy estimado y respetado en la comunidad de Jerusalén, fue de los primeros convertidos que vendió sus posesiones y puso ese dinero a disposición de los apóstoles, aunque no fue escogido por Jesús como los demás apóstoles. Estima y valora a San Pablo su amigo, y logra que la comunidad de los creyentes en Jerusalén lo acepten sin temor.

Pasado un año, la comunidad gozaba de paz y se iba estableciendo en las tres regiones de la Palestina de entonces: Judea, Samaria y Galilea.

La predicación de Pablo, valerosa y decidida, acarreó hostilidad por parte sobretodo de los judíos de procedencia griega; y por ello se va por Cesárea a Tarso, para evitar que los conflictos pasaran a mayores.

Todo ello nos muestra que Dios elige como apóstoles a los que Él quiere, que Pablo es un ejemplo de amor apasionado y valeroso a Cristo, y que su testimonio debe alentar nuestra decisión a vivir, presentarnos y confesarnos como católicos. 

II.- 1 Jn 3, 18-24

El apóstol  habla más con el corazón, que con sus ideas. El amor hacia Dios y hacia el prójimo para que sea auténtico debe tener dos vertientes esenciales:

a) Debe traducirse en hechos concretos y compromiso de servicio para que sea auténticamente cristiano:

b) Debe prolongar, proyectar, contagiar el amor de Dios manifestado en Jesucristo, amamos a nuestros prójimos porque aceptamos a Él como Redentor y Salvador.

Los cristianos estamos seguros -por el don de la fe- de que poseemos la verdad, pero la exigencia es que haya armonía y coherencia entre la fe y la vida.

El nexo del simbolismo usado en el Evangelio, se evoca en la conclusión donde se usa el verbo vivir-permanecer del sarmiento de la vida, cuyo fruto fundamental lo especifica la moral pascual “el amor con los hechos y la verdad” (v.18).

La “Verdad” para San Juan es la revelación de Cristo acogida por la fe. La adhesión a esa verdad, que es Cristo (2 Jn 1-2) nos hace ser como Cristo “que dio la  vida por la  persona amada” (Jn 15,13). Debemos  de buscar esa purificación    del  perdón (v.20)  que   brota   del    corazón   infinitamente misericordioso de Dios.

La fe y el amor cuando se traducen en servicio, son los dos constitutivos fundamentales de nuestra realidad como cristianos.

Cada uno podemos preguntarnos ¿yo soy persona frágil y pasajera, estoy realmente injertado a la vid? ¿Qué tiene mayor peso dentro de mí: la confianza en la misericordia de Dios hacia mí, o la desconfianza justificada que tengo por la fragilidad que tengo en mí?

Puede ser que respondamos que lo primero, es decir, la confianza, pero donde nos vemos frágiles es en la observancia de sus mandamientos.

Nuestra conciencia puede condenarnos y es entonces cuando nos refugiamos en la confianza “porque Él es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce” (1 Jn 3, 20).

Así comprendemos mejor la respuesta del Pedro arrepentido: “Señor tú lo sabes todo, Tu sabes que te amo” (S. Jn 21, 17). Respuesta que da Pedro bajo la acción del Espíritu. 

III.- S. Jn 15, 1-8

Hemos escuchado una parte del sermón de Jesús a sus apóstoles en la última Cena. La imagen de la vid ya fue usada por los profetas del Antiguo Testamento Isaías, Jeremías y Ezequiel para expresar la predilección de Dios por el pueblo de Israel. Por ejemplo Is 5,7; Jer 2, 21 y Ez 19. La vid es el pueblo de Israel, y Dios es el viñador.

En este pasaje, Jesús se denomina la Vid: “Yo soy la verdadera Vid, y mi Padre es el viñador” ( S. Jn 15,1).

En esta imagen se apoyó San Pablo para desarrollar su doctrina sobre el Cuerpo de Cristo.

La vid parece tener un tronco delgado y aparentemente débil, de él brotan los sarmientos, hojas y frutos cuyo peso es desproporcionado al de aquel. Jesús es el tronco, la planta, sus discípulos son parte de ella, forman parte de Jesús.

La savia, es la vida que recorre toda la planta y le da vida. La vida de Jesús es divina, también los discípulos poseen esa vida divina y para poseerla es necesario permanecer unidos a Jesús. 

Cristo nos hace comprender una maravillosa garantía: no somos criaturas lanzadas al mundo y dejadas al garete, sino que tenemos una base, un fundamento, un cimiento vitalizante, una fuente de vida que nos permite una existencia fecunda, útil y significativa.

La invitación es a “permanecer en Él”, al grado tal, que si ello no se da, el sarmiento se seca, se arranca y es arrojado al fuego. Dios Padre vela por los que permanecemos unidos a su Hijo Jesucristo, y así se realiza lo que Él decía: “Sin mí, nada podéis hacer”. Sabemos que los sarmientos unidos a la vid que verdean y producen fruto, pueden conocer momentos de prueba, pero es la purificación necesaria que Dios lleva a cabo para tener así una Iglesia “sin mancha ni arruga” (Ef 5, 27). 

La fe, como el amor es un don, que exige una continua respuesta y una continua liberación de lacras, vicios y dependencias. 

Leonardo da Vinci decía que la escultura es el “arte de quitar”, porque en el bloque de piedra está escondida la escultura que el escultor ya entrevé. 

Lo mismo es la vida virtuosa y santa, quitar todo lo que es peso, distracción, detención, inutilidad, para hacerse totalmente disponible hacia Dios en el seguimiento de Cristo. 

“De este modo se nos enseña la unidad perfecta a través del Mediador, ya que permaneciendo nosotros en Él, Él permanece en el Padre, y permaneciendo en el Padre, permanece en nosotros y así tenemos acceso a la unidad con El Padre, ya que estando Él en el Padre por generación natural, también nosotros estamos en Él de un modo connatural por su presencia permanente y connatural en nosotros.

“El Padre está en Cristo y Cristo en nosotros” (San Hilario Obispo, “Tratado sobre la Santísima Trinidad” Lib 8,13-16).

“Debes saber que mientras tu combates y permaneces fiel en el servicio de el Señor, cada vez más tus sentimientos y pensamientos se purificarán. Porque Nuestro Señor Jesucristo ha dicho:

“Aquel que en Mí lleva fruto, lo purificaré, para que lo lleve más abundante” (S Jn 15,2).  “Ten la más sincera decisión y voluntad de hacerte santo, porque Dios ama y apoya con su gracia a los que con decisión y constancia, procuran la salvación de su alma” (Ad monach Aegypt 10, 2).

Comenta San Agustín: “Sus palabras permanecerán en nosotros, cuando hacemos todo lo que Él nos ordena y deseamos todo lo que Él nos ha prometido. Pero cuando sus palabras quedan en nuestra memoria, y no se reflejan ni en nuestra vida, ni en nuestras actuaciones, quiere decir que el sarmiento ya no está unido a la vid, porque ya no se alimenta de la savia que viene de su raíz”. (Coment. In Ioan 81, 3-4).

 IV Conclusiones:

1) Permanecer en Jesús, como María “guardando todas estas cosas en su corazón” (S.Lc 2,51).

2) La fecundidad de la Iglesia es Dios, misterio y gracia; de ninguna manera efecto de su potencial cultural, de su patrimonio económico-social o de su creciente número de creyentes; sino que es fruto de la garantía de Cristo. “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28,30) y de la gracia del Espíritu, que transforma el corazón de cada persona.

3) Separarnos de Él es: asfixia, angustia, desunión, infecundidad y muerte. Permanecer en Él es: fecundidad de vida, plenitud y realización, contemplación, que purifican y facilitan la comunión con Él.

4) Los frutos, como lo dice la carta de San Juan son:
     Crecer en la fe y crecer en el amor.

5) Aceptar que la contradicción, dificultades y pruebas son como poda del dueño de la vid, para mejorar la calidad de la misma.

6) Concluimos con la frase con la que termina el  Evangelio que hemos escuchado:
“La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”. (S. Jn 15,8). Amén

Mérida, Yucatán, 3 de mayo de 2015.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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