'Cristo, que llama a sus discípulos, a vivir la libertad en el amor'

I Domingo Ordinario. Lecturas: Jonás 3, 1-5. 10; Sal. 24; 1Cor. 7, 29-31, Mc. 1, 14-20

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En sintonía con estos días de la “Semana de la Unidad de los cristianos” con el lema: “Dame de beber” (Jn. 4,1-42) el Santo Padre Francisco nos invita a todos a reunirnos para orar. (Contexto/AP)
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MÉRIDA, Yuc.- Estamos dentro de una temática vocacional, el domingo pasado escuchamos los llamados a Samuel en el Antiguo Testamento, Juan y Andrés en el Nuevo Testamento.

I.- Jonás 3, 1-5. 10

Es un libro atípico en cuanto que no está compuesto de oráculos, como otros libros proféticos, sino de una narración.
Es una parábola que encierra una profunda enseñanza, si bien el personaje central es histórico pues otros libros lo mencionan (2Re. 14,25).

El profeta está convencido de la voluntad de Dios de salvar a todos los hombres; pero como sabe que debe predicar contra el mal –contra corriente de sus contemporáneos- lo que le resulta fatigoso es lo que le da miedo, pues a la mayoría de los profetas los mataron; preludiando lo que harían con Jesús. No obstante que los ninivitas hicieron mucho mal a Israel, Dios quiere salvarlos.

En este párrafo que hemos escuchado vemos la eficacia de la palabra –como instrumento de Dios- su anuncio y el arrepentimiento ejemplar que logra.

Es una grande gracia del Espíritu y una reacción extraordinaria la que ofrecen a ésta predicación, además de que no persiguen al profeta.

Todos participamos de la dimensión profética por el bautismo y nuestra misión deberá ser:

a) Denunciar el mal, contra su vida, su libertad y su persona.

b) Llamado a la conversión, a corresponder al amor de Dios.

c) Proclamación de las promesas, que provienen de un Dios Padre misericordioso.

d) Anuncio de Cristo, a todos y en todas partes;  “Puesto que Dios no quiere la muerte del malvado sino que se convierta y viva” (Ez. 18, 23).

Cristo mismo pone este acontecimiento como ejemplo saludable en su predicación (Mt. 12, 39).

II.-  1 Cor. 7, 29.-31

En este capítulo se hicieron las respuestas que da el apóstol.

¿Cómo lograr vivir en aquel ambiente difícil y desparvado, sin contaminarse?

¿Cómo apreciar la legitimidad del matrimonio y de la sexualidad después de la conversión a Cristo?

Pablo proyecta la luz de la Pascua sobre la vivencia humana hecha de gozo y dolor, de afectos e intereses.

Y por ello propone un nuevo sistema de valores, en la perspectiva del “Reino”, de la trascendencia; comprendiendo que “se vive una sola vez”, vale la pena vivir bien la única experiencia de vida, y que el tiempo pasa veloz, hay que aprovecharlo con las buenas obras con las que llegaremos como méritos al cielo.

Nada que ver con un gozo inmediato como propone el poeta Horacio: “carpe diem”, aprovecha, goza la vida antes de que se marchiten las rosas.

La invitación de Cristo: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc. 1,15).

Es -como dice el gran doctor-, una invitación en la línea de “ser” y no del “tener” (Erick Fromm).

Porque el Señor Jesús sabe que en la actuación afanosa y absorbente de cada día del ser humano, lo único que queda al final es la caridad.

“En el atardecer de nuestras vidas, seremos evaluados por el amor” (San Juan de la Cruz).

Por tanto, es importante comprometerse para promover a la persona, y transformar el mundo, pero sin dejarse seducir y avasallar por todo lo del mundo.

III S. Mc. 1, 14-20

En forma sucinta el evangelista nos narra el trabajo de San Juan Bautista, el Bautismo de Jesús y sus tentaciones, el inicio de su predicación, y la invitación a ser “apóstoles” a dos pares de hermanos.

La invitación de hoy de Jesús es la esencia del Kerygma ó núcleo de predicación primitiva de la Iglesia: “Conviértanse y crean”.
Hay una dimensión teológica: “El tiempo se ha cumplido” porque la historia de la salvación llega en Cristo a su plenitud.

Es el culmen de toda la dinámica del Antiguo Testamento, para realizar así la clave de la lectura de toda la Sagrada Escritura, que se entiende y comprende en Cristo Nuestro Señor.

“El Reino de Dios está cerca”, que tiene más una dimensión antropológica. Dios tiene un designio por realizar, y un plan de salvación iniciado en Cristo; y que debe actuarse en la dinámica incierta, obscura y llena de preguntas y cuestionamientos de la historia humana.

“Que hermosos son… los pies del mensajero que anuncia la paz” (Is. 52,7).

A la invitación de Cristo, debe responder la “conversión” de la persona integral. Un cambio de timón, una rectificación de ruta, una corrección de brújula; que se manifiestan en la conducta moral.

La fe en el Evangelio, es una adhesión personal a Cristo,  que libera  y salva;-exigencia del Kerigma- y que de ordinario es anunciado por heraldos, que son “ministros de la reconciliación”. (2 Cor. 5,18).

Y sigue la narración de la vocación de los primeros apóstoles  que no son reticentes como Jonás, sino hombres de pronta e incondicional respuesta.

La escena tiene un valor ejemplar: “abandonar la barca, sus redes y a su padre” ofrece el signo del desprendimiento y despego a lo familiar y a lo social, exigencia de jerarquías de valores y de prioridades, que trae consigo la adhesión a Cristo.
Cristo siempre tiene prioridad en la llamada y debe tener plenitud en la respuesta. Como bien anota San Jerónimo: “La verdadera fe no conoce dudas: inmediatamente oye, cree y sigue…” (Coment. Al Evangelio de San Mc. 1).

No basta la palabra para construir a la Iglesia, no basta la comunidad de discípulos para construir la Iglesia. Los dos elementos deben estar estrechamente unidos. Por ello hablamos de la “sacramentalidad” de la Iglesia.

Palabra y signo para celebrar el Sacramento por la jerarquía. Así lo explica San Agustín al hablar del Bautismo:

“Juntas el agua y la palabra que purifica. Si quitas la palabra ¿qué cosa es el agua sino agua? Al elemento se une la palabra y se forma el Sacramento, que es a su vez como una palabra visible” (Coment. al Evang. de San Jn. 80.3).

IV.- Semana de la Unidad de los Cristianos

En sintonía con estos días de la “Semana de la Unidad de los cristianos” con el lema: “Dame de beber” (Jn. 4,1-42) el Santo Padre Francisco nos invita a todos a reunirnos para orar, como llamado apremiante de Cristo para ir creando entre nosotros lazos de unidad, respeto y caridad. El texto que se ha escogido para la meditación de este año esta centrado en el diálogo entre Jesús y la mujer samaritana.

El estudio y la meditación de este texto propuesto para la Semana de Oración, quiere ayudar a las personas y a las comunidades a que se den cuenta de la dimensión dialógica del proyecto de Jesús que llamamos el Reino de Dios.

Además el texto afirma la importancia de que la persona conozca y comprenda su propia identidad para que la identidad del otro no se perciba como una amenaza. Si no nos sentimos amenazados, seremos capaces de percibir la complementariedad del otro:

¡Sola, una persona o una cultura, no es suficiente! De este modo la imagen que surge de las palabras «dame de beber» es una imagen que habla de complementariedad: beber agua del pozo de otra persona es el primer paso para experimentar el modo de ser del otro. Esto lleva a un intercambio de dones que enriquece. Cuando se rechazan los dones del otro se hace mucho daño a la sociedad y a la Iglesia.

Como miembros de la Iglesia Católica nos sentimos comprometidos en el diálogo ecuménico y agradecemos a todas las Iglesias cristianas que confían en la acción del Espíritu Divino, que anima a todos hacia los vínculos que crecen en la caridad, respetando las sanas y propias diferencias y excluyendo toda agresión o desprecio.

Juntos los cristianos debemos superar el escándalo de la división para ir sembrando la esperanza de un mundo donde vaya creciendo el amor, la justicia y la paz.

Conclusiones

1.- Cristo nos invita a lo esencial de su mensaje: Convertirse y creer para crecer.

2.- La vocación es invitación de Cristo, prioridad de su llamada, debe ser  plenitud incondicional de nuestra respuesta.

3.- Todo seguimiento de Cristo, supone un encuentro personal con Él.

4.- La verdadera fe, debe acompañarse de obras buenas.

“¿A que ayudaría creer, si ello no lo acompañáramos de buenas obras?. No es el mérito de las  buenas  obras que nos conduce a la fe; sino que la fe empieza para   que las buenas obras la sigan”. (Beda   el Venerable, In. Evang.  Marc. 1,1, 14-15).

5.- Por ello a diario debemos orar con el Salmo 24: “Descúbrenos Señor, tus caminos”.

6.- Con nuestra confianza puesta en el corazón de Cristo –gozo y paz- repetimos con el Salmo 24:

“Acuérdate Señor que son eternos tu amor y tu ternura, y según ellos  acuérdate de nosotros”.    

7.- “Porque el Señor es recto y  bondadoso, indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes, descubre a los pobres sus caminos”.  (Sal. 24). Amén.

Mérida, Yuc., 25 de enero de 2015.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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