V Domingo de Pascua: Jesucristo, Nuestro Camino

Tratándose de Dios, el primer instrumento de comprensión no es la inteligencia, sino el amor.

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Para todo cristiano, Cristo es indispensable. Imagen de la Iglesia de Santiago, en Mérida, utilizada sólo como contexto. (Eduardo Vargas/SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- Jesucristo es el eje de la vida del cristiano, pues sólo por Él tenemos acceso al Padre, a Dios.

Pero Jesucristo no obliga a nadie a abrir las puertas al Salvador: es decisión personalísima, porque Dios nos hizo libres: “La invitación del Señor respeta siempre la libertad de los que llama", dijo alguna vez el Papa Juan Pablo Segundo...

Las lecturas de hoy: Hech. 6, 1-7; Sal 32; 1 Pe 2, 4-9; Jn 14, 1-12-

En un fragmento del capítulo 14 del evangelio según San Juan, nos topamos con unas palabras de Jesús, que seguramente han resonado en nuestros corazones más de una vez:

“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí.”

Palabras que nos hablan de la centralidad de Jesucristo en la existencia de todo cristiano.

Por obvio que parezca, resulta indispensable recordar que no se puede ser cristiano sin Cristo, porque sin Él nada podemos hacer. Jesús mismo explica que sólo por medio de Él tenemos acceso al Padre y que por Él, con Él y en Él se realiza la comunión con el Padre. Mirándolo a Él se puede mirar el rostro visible del Dios invisible.

La vida del discípulo de Cristo tiene sentido sólo desde un misterio de comunión con Él, que redimensiona toda su existencia y la dirige al amor con el Padre en el Espíritu Santo y al amor fraterno para con todos los hombres.

A diferencia de lo que muchas veces se cree, la unión vital con Jesucristo no viene por el camino de la convicción doctrinal. El acto de adhesión personal a Dios que llamamos “fe”, no es el producto de un proceso racional que nos revela la evidencia de su existencia, sino un don de valor infinito que nace del contacto personal con Cristo vivo.

Primero se da un conocimiento que nace del amor y la fe y después la inteligencia acepta las verdades que nos comunica Aquel a quien amamos, a quien le creemos y en quien esperamos.

Es decir, primero creemos en Dios y como consecuencia creemos en sus enseñanzas.

Con frecuencia se nos ha insistido tanto en que es importante conocer la doctrina de la Iglesia, que es posible que no nos hayamos detenido a profundizar nuestra relación viva y dinámica con Jesucristo, lo cual puede derivar en la memorización de ideas, que no son entendidas, porque, tratándose de las cosas de Dios, el primer instrumento de comprensión no es la inteligencia, sino el amor.

La vinculación vital a Jesucristo es revelada a cada paso en los textos del Nuevo Testamento y son ilustradas de manera clara y pedagógica por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Postsinodal Ecclesia in America (8-12), que recoge las conclusiones del Sínodo de los Obispos de América.

En este documento el Papa nos propone varios ejemplos, para ayudarnos a reconocer que la experiencia primaria y central de la conversión y la vida de todo cristiano es el encuentro con Jesucristo vivo: la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42), transforma su vida después de encontrase con el Nazareno y dialogar con él en el brocal de un pozo.

Asimismo, cuando Jesús encuentra a Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10) lo visita en su casa y provoca un cambio radical en su vida: la que antes era una conducta de injusticia, ahora es un comportamiento de generosidad y rectitud.

Juan Pablo II hace mención especial de los encuentros de Jesucristo resucitado con María Magdalena (cf. Jn 20, 11-18), quien supera el desaliento y la tristeza causados por la muerte del Maestro y llega a ser «la apóstol de los apóstoles »; con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), cuyos corazones ardían al escuchar las palabras del Señor y, después de reconocerlo en la fracción del pan, se apresuraron a llevar la noticia a los demás discípulos; y con Pablo (cf. Hch 9, 3-30; 22, 6-11; 26, 12-18), quien de perseguidor es transformado en apóstol de los gentiles.

Pero Jesucristo no obliga a nadie, abrir las puertas al Salvador depende de la decisión personal de cada uno. Así lo señala el Papa cuando dice: “La invitación del Señor respeta siempre la libertad de los que llama. Hay casos en que el hombre, al encontrarse con Jesús, se cierra al cambio de vida al que Él lo invita".

Fueron numerosos los casos de contemporáneos de Jesús que lo vieron y oyeron, y, sin embargo, no se abrieron a su palabra. El Evangelio de San Juan señala el pecado como la causa que impide al ser humano abrirse a la luz que es Cristo:

Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (Jn 3, 19).

Los textos evangélicos enseñan que el apego a las riquezas es un obstáculo para acoger el llamado a un seguimiento generoso y pleno de Jesús. Típico es, a este respecto, el caso del joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22; Lc 18, 18-23).”

De aquí podemos derivar dos preguntas para nuestra reflexión personal: primera, ¿se ha purificado nuestro corazón del pecado, de modo que esté en condiciones de recibir a Cristo? Y, segunda, ¿qué tanto está apegado nuestro corazón a los bienes materiales, ocupan ellos en mi vida el lugar que sólo puede corresponderle a Jesucristo?

Lugares privilegiados para el Encuentro con Cristo Vivo

En el mismo documento se nos indican los tres lugares privilegiados para el encuentro con Jesucristo vivo:

1º. « La Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la meditación y la oración ». Es así que se revela necesario el estudio tenaz y devoto de la Palabra de Dios, siempre en comunión con la Iglesia.

2º. La sagrada liturgia, especialmente la celebración de la Eucaristía, con las múltiples presencias de Jesucristo: en la persona del celebrante, en la proclamación de la palabra, en la comunidad reunida, pero muy especialmente en las especies eucarísticas: su cuerpo y su sangre, que nos son entregados como alimento. El contacto con Jesucristo vivo en la eucaristía encuentra un modo muy especial de comunión con él mediante la práctica de la adoración a su presencia verdadera, ya sea en la exposición solmene o en la humilde y callada espera del sagrario.

3º. «Las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica». Como recordaba el Papa Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, «en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt 25, 40), el Hijo del hombre ».No podemos quejarnos, Jesucristo nos sale al encuentro a la vuelta de cada esquina y nos propone un diálogo de intimidad para revelarnos el amor del Padre y cambiar nuestra vida.

El Encuentro Definitivo

Pero el encuentro con Cristo no sólo tiene dimensiones históricas, además se abre para la vida eterna, en las primeras palabras que hoy nos dirige el Señor, nos promete una bienaventuranza insuperable:

“No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, Yo se lo habría dicho a ustedes, porque voy a prepararles un lugar. Cuando me vaya y les prepare un sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde Yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy.”

La vida de comunión con Cristo durante el tiempo que dure nuestro peregrinar en la historia es sólo el preámbulo de nuestra comunión perfecta con Él en la casa del Padre. El tiempo de Pascua nos recuerda insistentemente que estamos de paso por este mundo, pero que nuestro destino final se decide en la opción hecha por Cristo en el aquí y ahora de nuestra existencia.Acoger a Jesucristo como Señor hoy, es fuente presente de felicidad y de paz, y al mismo tiempo es la garantía de una vida de perfecta y eterna felicidad.

El camino para conquistar la felicidad presente y futura es Cristo mismo (“Yo soy el camino”), lo cual indica que la tarea más importante de nuestra vida es encontrarlo, unirnos a Él, hacer que su causa sea nuestra causa e invitar a otros a reconocer el rostro de amor del Salvador de todos los hombres.

Si Jesús es la ruta que orienta nuestra vida, si Él es nuestro camino, entonces se aplican a nosotros las palabras de san Pedro de la segunda lectura de hoy: “Ustedes (…) son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad, para que proclamen las obras maravillosas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.”

Amén.

Mérida, Yucatán, mayo 14 de 2017


+ Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo Emérito de Yucatán

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