Homilía: 'Jesús, cumplimiento de las promesas divinas'

Cristo es el centro de la historia de la salvación y el culmen de la historia centenaria de la relación de Dios con la persona.

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Estamos seguros que Jesucristo regresará, pero no sabemos ni el cuándo, ni el cómo. (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- XXXIII Domingo Ordinario

Dan. 12, 1-3; Sal. 15; Heb. 10, 11-14.18;  S. Mc. 13, 24-32

I.- Dan. 12, 1-3

La primera lectura del día de hoy es un fragmento del capítulo 12 del libro de Daniel.

En la estructura literaria de este libro bíblico encontramos que los capítulos que van del 7 hasta el 12, constituyen la segunda parte de todo el conjunto. Estos capítulos se componen de cuatro visiones o revelaciones por medio de sueños, en las que Daniel ve a través de imágenes simbólicas, la sucesión de los cuatro reinos extranjeros bajo los cuales vivió Israel.

Además, y para entender bien la lectura que hoy nos ha propuesto la liturgia dominical, hemos de tener en cuenta que este pasaje se encuentra en el cuadro más amplio de la última Apocalipsis de Daniel (10, 1-12). Es decir, que es una expresión cargada de símbolos y orientada a suscitar la esperanza de los oyentes.

Después de una amplia introducción, un ángel ofrece a Daniel la síntesis de la historia del imperio de Persia y de Alejandro Magno y un perfil de la dinastía que era la que en ese momento perseguía y oprimía a Israel y este cuadro se completa en el texto escuchado hoy que contempla el futuro escatológico.

Los elegidos por Dios, cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida, no obstante los sufrimientos que deberán pasar, se salvarán.

El mundo divino se introduce en la historia para llevar a cabo su plan. Esto quiere decir que estamos en la lucha permanente entre las fuerzas que obstaculizan el plan de Dios y el que libra a su pueblo de esas amenazas.

Cuando el versículo dos dice: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna y otros para la vergüenza, para el castigo eterno”, introduce el tema de la Resurrección de los muertos que, es un antiquísimo anuncio de la Resurrección. Aquellos que obtienen la vida son en primer lugar los mártires, que prefirieron la muerte antes que perder el Reino de Dios.

También resurgirán los adversarios, pero para ser condenados, en cambio, los que dieron la vida por el Reino resplandecerán como el firmamento. (cfr. Sab 3,7). Así saldrán a la luz las conciencias con respecto a la decisión de Dios sobre la persona.

También en otros textos se vislumbra un mundo nuevo que Dios otorgará a su pueblo, maravilloso e iluminado por Él (Is. 60, 1-20).

II.-  Promesas cumplidas en Jesucristo (Heb. 10, 11-14)

En la carta a los Hebreos el autor compara el sacerdocio judío, que se ejercitaba en el Templo de Jerusalén, con el de Cristo que se ejercita en el cielo y anota las diferencias.

El sacrificio de Cristo supera la antigua estructura sacrificial contrastando entre: impotencia y fuerza, pecado y perdón, pena y salvación, promesa y realización.

Cristo es el centro de la historia de la salvación y el culmen de la historia centenaria de la relación de Dios con la persona.

Aquí queda bien claro que el “futuro ya comenzó”, pues la presencia de Jesús es la esperanza de una nueva humanidad. Las promesas de salvación definitiva que se manifestaron en el Antiguo Testamento encuentran cumplimiento en las palabras y las acciones de Jesucristo y muy especialmente en su Misterio Pascual, cuando se ofrece como sacrificio redentor a favor de todos.

“Cristo ofreció un solo sacrificio por los pecados una vez para siempre” (Heb. 10, 2).

III.- Mc 13, 24-32

Este fragmento evangélico que nos ilumina en el penúltimo domingo del año litúrgico, a veces ha sido mal usado para atemorizar, alimentando psicosis y angustias.

Prestemos atención: Si Jesucristo responde diciendo que sólo el Padre conoce el día y la hora del fin: ¿cómo es posible que una persona se sienta autorizada a andar anunciando la inminencia del fin?, como con frecuencia oímos decir que hacen personas de las sectas…

Estamos seguros que Jesucristo regresará, pero no sabemos ni el cuándo, ni el cómo.

Otra observación que nos puede ayudar, es que cuando hablamos del “fin del mundo” estamos hablando de una realidad trascendente que escapa a toda explicación absoluta. Antes de detenernos a tratar de explicar lo inexplicable debemos ocuparnos de lo que Jesús dice, de las indicaciones que nos da para participar de su victoria al final de los tiempos.

Por ello Jesús termina el Evangelio de hoy recomendándonos:

“Estad atentos y vigilad, porque no saben cuándo vendrá el momento preciso”  (Mc. 13, 33).

Debemos revisar cada uno nuestra perspectiva de estos pasajes evangélicos llamados apocalípticos, pues muchos ven con temor lo que en cambio la Escritura conoce como la “bienaventurada Esperanza”, de un Dios descrito en la Biblia: “bueno, piadoso, lento a la ira y grande en el amor” (Sal. 130, 8).

Dios es justo y santo y esto que debiera ser una constante invitación a acercarnos a Él, a veces nos conduce al temor. Dios es el más indulgente de los papás y quiere que nos relacionemos con Él como verdaderos hijos: “Tengo proyectos de paz y no de castigo, me invocarán y los escucharé” (Jer. 29, 11).

El regreso de Cristo o “segunda venida”, no deben pues suscitar miedo o angustia, sino confianza y esperanza.

Los primeros cristianos que lo comprendieron bien repetían con frecuencia en sus asambleas: “¡Ven Señor Jesús, Ven!”; y esto era una evidente manifestación de que el retorno de Cristo era identificable con el triunfo de los que le son fieles.

Desechamos el pensamiento de caminar hacia la nada y alimentamos el de que vamos a un encuentro con el Señor que nos ama y nos rescató con su sangre.

Jesús además, concluye su discurso con las palabras: “Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc. 13, 32), y por ello no debemos escuchar a los “profetas de desventura” que abundan en nuestros tiempos y que hablan del crepúsculo de la religión, porque la técnica todo lo penetra, abarca y domina; estos predicadores del absurdo olvidan que la ciencia, el desarrollo y la técnica, al final dejan insatisfecho el corazón de la persona humana.

Estas frases catastróficas ya en el siglo XIX se dijeron de la “diosa razón”, del progreso, de la lucha de clases; y siempre, con la prueba del tiempo como “aliado de Dios”, se van desmoronando, agotando y acabando.

Ante un modo que se siente desconcertado por las inseguridades que el hombre mismo ha generado para sí mismo, la certeza que nos dan las palabras de Cristo nos confortan y animan: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Conclusión:

Los discípulos de Cristo vivimos bajo el signo de la esperanza, sabemos que el amor reconciliador de Dios Padre se ha manifestado en Jesucristo y se comunica a todos por medio de su Espíritu.

El anuncio del retorno de Cristo no es una amenaza, pero sí una advertencia: nuestro destino eterno en la vida futura se define con nuestra fidelidad a Cristo en la vida presente. Por eso debemos empeñarnos con entusiasmo por cumplir en nuestra vida los mandamientos de justicia y libertad que Dios nos invita a vivir en la Iglesia.

Así, el testimonio de los seguidores de Jesucristo tendrá una fuerza arrolladora, que anime a muchos más a reconocerlo como único Salvador de todos los hombres y a adherirse al compromiso cristiano por la transformación de este mundo de salvaje en humano y de humano en divino.

Amén.

Mérida, Yuc., a 18 de noviembre de 2012.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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