Jesucristo fortalece nuestra fe en el más allá

La existencia de una vida futura y ésta convicción clarifica y fortalece nuestro compromiso humano en el 'más acá'.

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En el Evangelio no encontramos explicaciones precisas con respecto a cómo es el 'más allá'. (Foto tomada de centrefac.org)
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XXXII Domingo Ordinario
2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tes 2, 16-3,5; Lc. 20, 27-38

Este domingo se nos propone una reflexión sobre nuestra fe en el más allá, tanto en la primera lectura como en el Evangelio:

En todas las culturas se encuentra siempre la reflexión acerca del más allá y todas las personas que se han planteado este interrogante lo han respondido con una espiritualidad profunda y con imaginación, según el tipo de encuentro que hayan experimentado con Dios. Sin embargo, con frecuencia sucede que se vive “el más allá”, sólo en la imaginación y la fantasía dando oportunidad a la evasión o la fuga de la realidad y responsabilidad del mundo presente.

I.- Vida presente y vida futura

En el Evangelio no encontramos explicaciones precisas con respecto a cómo es el “más allá”. Lo que pretende la Revelación de Jesús es fortalecer nuestra fe en el “más allá”, la existencia de una vida futura y ésta convicción clarifica y fortalece nuestro compromiso humano en el “más acá”.

Cuando los discípulos le preguntaron al Señor cuándo se iba a constituir el Reino de Dios, les respondió: “No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su autoridad, ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos...” (Hech 1,7).

La inquietud de los apóstoles de conocer el misterio de Dios recibe la respuesta de una invitación a comprometerse responsablemente con la propia vocación en el momento presente.

Según el Evangelio de Juan, Jesús había expuesto al respecto lo siguiente: “En la casa de mi Padre hay lugar para todos, si no fuera así, ya lo habría dicho; ahora voy a prepararles ese lugar. Una vez que me haya ido y les haya preparado el lugar, regresaré y los llevaré conmigo para que puedan estar en donde voy a estar yo. Ustedes ya saben el camino para ir a donde voy yo”. 
(S Jn 14, 1-4)

Desde la perspectiva del mensaje de Jesús toda curiosidad respecto al futuro viene contestada con una invitación a comprometerse en el momento presente, como para hacernos comprender la continuidad de la experiencia humana.

Es en la imitación de Cristo, que recorremos desde ahora el camino que lleva al cielo.

Cuanto mejor comprendamos nuestro compromiso en la vida presente, el “más allá” adquirirá su sentido y significado. Así la vida futura proyectará su esperanza sobre la vida de este mundo y le dará sentido y sabor a todos los acontecimientos que, sin la proyección de la fe, nunca podríamos valorar.

La vida futura es presencia de Dios, de los santos y de todos los hermanos, en el gran banquete de la vida eterna.

II.- La vida sin Dios nos cierra a la relación con el otro 

Debemos educar nuestro corazón para hacer que nuestra vida terrena sea un constante signo y mensaje de la presencia de Dios.

La vida futura es una comunión total: con la realidad, con los acontecimientos de la historia humana, con los hermanos, con los ángeles, con Dios.

Cuando no nos dejemos llevar por la envidia, el odio o el egoísmo, cuando no pasamos de largo ante la necesidad del hermano, cuando cumplimos fielmente nuestro deber, cuando damos amor, generosidad y servicio, caminamos hacia el paraíso.

Porque esta vida es un entrenamiento para aprender a amar, como bien lo decía San Juan de la Cruz: “Al atardecer de nuestras vidas seremos examinados sobre el amor”.

Despreciar al otro, abandonarlo, quedarse en la soledad, es el infierno. Caminar por el mal también, como decía F. Mauriac: “El camino del infierno, es ya un infierno”.

Cuando no queremos compartir, cuando no queremos que otros disfruten, cuando no hacemos que los otros vivan y disfruten los dones que Dios nos da, todo ello es el infierno. El infierno es carencia de amor.

III.-La vida eterna es la confianza absoluta en El.

Nuestras preocupaciones sobre el más allá, a veces dependen más de la curiosidad que de la convicción, porque no traen consecuencias sobre la vida concreta que estamos viviendo.

La pregunta malintencionada de los Saduceos a Jesús no merece respuesta,  por eso en lugar de contestárselas en directo, orienta su interés a cuestiones más fundamentales: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él, todos viven”. (Lc 20, 38)

Jesús quiere hacernos comprender que más que interesarnos por la vida de los muertos, busquemos realizar nuestro compromiso con los vivos, que son nuestros contemporáneos, ahí donde el Señor nos ha colocado.

La muerte de los siete hermanos ejecutados con su mamá bajo el reinado de Antíoco Epifanes, es una clara demostración del valor de la convicción de la fe, y de la continuidad de la vida que les daba esa grande entereza a estos jóvenes, “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”. (2 Mc 9,14)

La palabra de Dios nos invita hoy a fijarnos más que en el valor de la fe de estos jóvenes que eligen el camino del martirio, en el mensaje de la aceptación de la vida futura que nos trae el texto sagrado, de la confianza absoluta en el Señor a quien se entrega la vida.

Conclusiones

  • 1.    Es a la luz de la Palabra de Dios como se descubre el sentido de la vida en la trascendencia de la misma. La relación con Dios da la clave de las demás relaciones con la naturaleza y los otros, establece un tipo original de la cultura humana.
  • 2.    Si la reflexión de este domingo la vemos en continuidad con las celebraciones pasadas de la fiesta de todos los santos y de los fieles difuntos encontraremos que la calidad de la vida consiste en el sentido que damos al sufrimiento como la ofrenda de nuestras vidas al Señor, que a través de su entrega de la vida nos dio la vida.
  • 3.    También es bueno considerar que cuando perdonamos las ofensas, cuando rezamos por nuestros adversarios y por los que nos persiguen, estamos dando vida.
  • 4.    Es conveniente considerar que a veces nos arrepentimos con dolor de los pecados de palabra y de obra, pero no consideramos que estamos dejando de dar vida con el pecado de omisión, es decir, no engendramos la vida del Reino poniendo a trabajar nuestros talentos.
  • 5.    Por último, pongamos hoy todas nuestras preocupaciones en las manos paternales del Padre, para que confiados vivamos la libertad del servicio a Él y a nuestros hermanos.
  • Amén

Mérida, Yucatán, 6 de noviembre de 2016.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán 
 Arzobispo Emérito de Yucatán

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