El Señor nos ha liberado del infierno y de la muerte

Domingo X del Tiempo Ordinario. Gn. 3, 9-15; Sal. 129; 2 Cor. 4,13-5,1; Mc. 3, 20-35.

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SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Una parte del Evangelio de hoy ofrece un excelente ejemplo de cómo fueron naciendo los Evangelios. Que provenían de los recuerdos y vivencias, personales y comunitarios, de lo dicho y hecho por Jesús el Señor, y puestos en conjunto según un orden cronológico (del que efectivamente fueron dichos, pronunciados o realizados; y más frecuentemente por asociación de ideas o temas).

Reflejan la predicación oral de los apóstoles, que al proclamar y transmitir la fe en Jesucristo, con objeto de formar e instruir a las comunidades nacientes, adaptan su predicación a las circunstancias del momento.

Los Evangelios tienen como objeto alimentar la fe de los creyentes, y aunque no lo tenían como principal objetivo nos ofrecen además -bajo la acción del Espíritu-, una historia de Jesús, que es más viva y convincente en cuanto que no se preocupa por un esquema estructural ni por los detalles.

La historia que deducimos de los Evangelios es verdadera y tiene un sentido mucho más profundo que cualquier otra historia profana. Ha sido escrita bajo la acción y conducción del Espíritu Santo, que no sólo conoce los secretos de Dios (1Cor. 2,11) sino también los secretos de los hombres y de la historia.

Hay en este Evangelio 3 tradiciones orales puestas juntas:

  1. Algunos parientes que quieren disuadir a Jesús de su ministerio (v,20.21).
  2. La acusación de vincularse con Satanás y las palabras de Jesús acerca del encuentro entre el fuerte y el más fuerte. (v.22-30)
  3. Los verdaderos parientes de Jesús (v.31-35).

La elección de en qué debemos fijarnos especialmente nos la orienta la liturgia de hoy, con la primera lectura y con el salmo responsorial, ha orientado nuestra reflexión a la parte central del Evangelio de hoy que es el enfrentamiento entre dos reinos, de la lucha mortal y de la victoria del “más fuerte”.

Este anuncio es dramático porque nos conduce al centro mismo del más grande y universal drama de la humanidad que se llama  el mal.  El origen de éste lo encontramos en la primera lectura.

El ser humano es una persona que vive en mucha incertidumbre y contradicción: Está confundido en lo personal confundido de percibirse desnudo.

  • En lo relacional, Adán y Eva se acusan el uno al otro y  se  avergüenzan.
  • En la relación con Dios, huye, se esconde de Él y no sabe qué responder.

Todo inició cuando Adán y Eva aceptaron la sugerencia de la serpiente –prototipo del mal- alentados por la idea absurda de experimentar una “nueva libertad”.

Las palabras de Satanás = “conocerán el bien y el mal” (Gn. 3,5) que en cierta manera tienen analogía con las palabras de Satanás en las tentaciones de Jesús. “Si eres Hijo de Dios, arrójate de la torre…” (Mt. 4,6) que en el fondo quiere decir “¡Desafía a Dios, ponlo a prueba!”

Desde entonces el ser humano encuentra esa división entre dos reinos, esa división, esa fractura, esa solicitación. El no hace lo que quisiera, y hace lo que no quiere (Rm. 7).

En muchas ocasiones la Biblia refleja del dolor, la perplejidad, el lamento que brota de lo más profundo de la persona humana en su peregrinar. De ello se hace eco el Salmo responsorial:

“Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor; escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante” (Sal. 129).

A lo largo de los siglos –religiones diversas, sistemas filosóficos, e ideologías- han tratado de convencer a la persona de que su existencia es linear, sin dramas, y que es la sociedad, las clases, los intereses, la causa de sus males. Por ello decía muy bien el gran filósofo francés Blas Pascal: “Ninguna religión, excepto la nuestra –el cristianismo- ha enseñado que la persona humana nace con el pecado, ninguna secta filosófica lo ha escrito jamás y por lo tanto ninguna ha dicho la verdad”.

El símbolo de la serpiente

La mejor táctica de Satanás es la de hacer creer que él no existe. Es la disimulación hecha ser creado, el que habla moderado, que sugiere, que parece pasar desapercibido; por ello en la Biblia se ha pensado en el símbolo de la serpiente para observar que se insinúa, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones aún las mejores.

Logra a veces hacer creer a toda una civilización clásica pagana que la persona es sana, bella, libre, autosuficiente; y así Satanás obtiene el engaño que quiere que es el de sustraer a la persona voluntariamente de la acción de Dios y que quede bajo su dominio.

Esta es la situación de fondo, que es la derrota del reino de Satanás, que ya estaba preanunciado:

“Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, y su descendencia te aplastará la cabeza…” (Gn 3,15).

Esto se realiza en la presencia y acción de Jesucristo. Así lo vemos en el Evangelio de San Juan: “Este es el momento en que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo” (Jn. 12,31).

Hoy recibimos un mensaje para nuestra fe, se ha terminado la esclavitud (Is. 40,2), no somos más prisioneros en la casa del más fuerte; que el Señor ha venido, ha abierto las puertas, y nos ha liberado con su muerte. Porque después de su muerte: “Fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos…” (1Pe. 3,19).

Adhesión a Cristo

Este acontecimiento lo hemos recibido el día de nuestro Bautismo, fuimos alejados de Satanás y de sus seducciones para adherirnos a Cristo, pasando así del poder de las tinieblas al Reino de su Hijo predilecto. (Col. 1,13).

La batalla decisiva ha venido en la presencia redentora de Cristo, pero la lucha continúa. Siempre está asediando la serpiente seductora. Ya lo sacamos de la casa por el Bautismo, pero quiere volver a entrar. Esto implica que cada uno esté vigilante y tenga decisión.

Para lograr la victoria debemos estar con Cristo. Conocer y profundizar su Palabra, que vivamos la vida de los Sacramentos, que hagamos oración personal, que el domingo sea de veras el día del gozo y gratitud para Dios.

Aquí vale mucho la recomendación de San Pablo: “¡no nos acobardemos!” (2Cor. 4,16). Y así podemos concluir con nuestro corazón lleno de alegría, fortaleza y confianza:
Que la fuerzas redentoras de esta Eucaristía nos protejan de nuestras malas inclinaciones y nos guíen siempre por el camino de tus mandamientos. (oración después de la comunión).

El es mi roca y mi fortaleza, Él el Dios que me libra y que me ayuda. Amén.

Mérida, Yuc., 
7 de junio de 2015.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán.
Arzobispo de Yucatán.

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