El hambre más profunda es interior

XVII Domingo ordinario. 2 Re 4, 42-44; Sal 144; Ef 4, 1-6; S. Jn 6, 1-15. 'Jesús es “pan de vida”, porque quien penetra su misterio se siente estimulado a la solidaridad y al amor'.

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La homilía en esta ocasión trata sobre el episodio de Cristo y los panes. (infocatolica.com)
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MÉRIDA, Yuc.- Como camino de solución para el delicado problema del hambre de los hombres, se nos indica el día de hoy, como es que con algunos pocos panes milagrosamente multiplicados, se sació el hambre de muchos.

La primera lectura nos recuerda el milagro realizado por el profeta Eliseo, y más solemne resulta la descrita en el Evangelio de San Juan: Jesús sube a la montaña seguido por la multitud, y con sus discípulos.

También ahora en la Iglesia en la medida que se dispone el corazón a compartir con los demás los bienes, como la mejor manera de saciar el hambre de pan, así también como el hambre de valores e ideales.

Jesús es “pan de vida”, porque quien penetra su misterio se siente estimulado a la solidaridad y al amor -como lo vemos en la Carta a los Efesios-, y que es lo que puede salvar a las personas y a los pueblos.

I.- Problema constante: El hambre

El ser humano es siempre limitado y dependiente, y hay un hecho que cada día se lo recuerda: el hambre.

Detrás de la búsqueda de “ganarse el pan”, existe el reconocimiento de ésta aguda y constante necesidad cotidiana que nos recuerda nuestra fragilidad.

Hay un hambre física, que está relacionada con la sobrevivencia, como para las personas que estaban frente a Eliseo, o como la muchedumbre que seguía a Jesús, o como las dos terceras partes de la humanidad que viven sub-alimentados.

Existe indudablemente el hecho doloroso del hambre, para tantos pueblos y en nuestra misma patria. Hay otras personas que referente al hecho de la alimentación tan sólo piensan en sus dietas, en sus kilos, y en su figura.

Cuando al Profeta Eliseo se le ofrecen 20 panes de horno, les dice “Dénselos a las gentes”, igual que cuando Jesús se conmueve de ver aquella multitud hambrienta y le pregunta a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman estos?”.

Hay un hambre más profunda interior. En tiempos de Eliseo una gran parte del pueblo no reconocía que era Yahvé quien daba los frutos de la tierra, y lo pedían a Baal, porque decían que el Dios del éxodo, es un Dios de nómadas y no de los agricultores.

Eliseo al realizar el milagro, hace comprender de quien dependen los frutos de la tierra.
Este texto puede ser útil para tantas personas que abundan en bienes y viven satisfechos, y por otro lado carecen de valores, principios y orientación.

II.- Ef 4, 1-6

La Eucaristía domina prevalentemente la primera y tercera lectura, en cambio la segunda se centra en el Bautismo.

A los que han sido bautizados, Pablo les insiste en formar una sola Iglesia, llevando una vida digna, acorde a su “ser cristiano”, rechazando toda división, animadversión y sectarismo.

A los retos que se presentan en toda comunidad de discordia y división, hay que oponer la fuente de la unidad: la presencia y fuerza del Espíritu Santo.

Esta convergencia a la que nos conduce la fe, nos llevará a proclamar con el Apóstol “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre”.

Esta espiritualidad de comunión, guiada y potenciada por el Espíritu Santo, se hace eco de la invitación  en el Antiguo Testamento: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo” (Deut 6.4). Y también la Eucaristía será fuente y raíz de unidad y comunión. “Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. (1Cor 10,17).

III.- S.Jn 6, 1-15

San Juan sitúa el milagro de la multiplicación de los panes en un contexto de éxodo, y en perspectiva de la Pascua cercana. Es una pedagogía para que la persona vaya descubriendo de que tiene hambre la persona en el mundo actual que sería de: Paz y Unidad.

Cuando las personas encuentran una provisión de pan de inmediato, los pueblos se transforman en comensales.

La gente tiene necesidad de comer, y aquel que es la vida (1.4) que la promete a las personas (4.14) y de ella dispone (5.26) se preocupa también de lo necesario para mantenerla.

Ya vino la tentación de añorar a Egipto por el hambre del pueblo en el desierto; por ello Jesús aquí nos muestra un amor atento al hambre de las personas que lo escuchaban.

El discípulo al responder se olvida del poder de Jesús y se atiene a los datos técnicos. El escepticismo de cómo solucionar aquella situación, por parte de Felipe y Andrés, es superado por Cristo con un milagro.

Tanto en el caso del profeta Eliseo, como en éste que Jesús da disposiciones a discípulos y seguidores, el milagro se realiza en base a lo muy pequeño, (apenas 5 panes y 2 peces).

¿Qué sucederá si los cristianos como consecuencia y coherencia de su compromiso, diera cada uno algo “un pan”, a los que tienen hambre?.

Sabemos que cuando se es incluyente, cuando se comparte, cuando pensamos en los demás, generamos unidad, armonía, comunión y paz.

El principio que anima el compartir, no se queda en la justicia distributiva o retributiva, sino en el amor que da, que da generosamente y da en todas direcciones.

Compartir es crear comunión de corazones e intenciones; y de la que el signo material es tan sólo una muestra.

Pero en el alma de cada persona debe entrar Jesús, que con su acción de gracias y bendición, libera el corazón del acaparamiento egoístico, de la apropiación; y conduce a la persona a reconocer y agradecer el amor generoso y providente de Dios.

Debemos recordar una y otra vez, que somos “administradores de los dones de Dios”, como peregrinos, pasajeros que tenemos todo de prestado.

La donación, colaboración, beneficencia, realizada con gratitud y bajo la acción de la bendición de Dios; crea la abundancia, y es la manifestación del milagro del amor.

IV.- Conclusiones

1)    Debemos insistir desde pequeños, y asumirlo nosotros los adultos, la exigencia cristiana de dar y compartir.
2)    Animados por el Espíritu, formamos un solo cuerpo llamados a una única esperanza, tenemos un solo Dios Padre, y estamos invitados a una única mesa en la Eucaristía, como preludio y preparación al banquete celestial.
3)    Debemos examinar seriamente el uso de nuestros bienes. La codicia, el acaparamiento, la avaricia, son pecados graves que la Biblia condena, y que van en contra de la justicia y la caridad.
4)    No dejarnos llevar del consumismo, dispersión, diversión, que vacían de contenidos y disminuyen a la persona como tal, cuando no tienen adecuada medida, y se vuelven un vicio.
5)    Dar de lo que soy, sé y tengo; para ponerlo al servicio de mis hermanos, particularmente los más necesitados; con gratitud a Dios, de quien todo hemos recibido.
6)    Donde abunda la gratitud a Dios, abundará también la gratuidad hacia los hermanos. De la gratitud, a la gratuidad.

Hagamos nuestra la oración de San Francisco de Asís:

“Señor haz de mí un instrumento de tu paz,
que donde haya odio, siembre yo amor,
que donde haya injuria, lleve tu perdón,
que donde haya duda, siembre la fe en Ti,
que nunca busquemos ser amados, sino amar,
comprendido sino comprender,
porque dando es como recibimos,
porque amando es como somos amados,
y muriendo a nosotros mismos,
como nacemos a la vida eterna”.
Amén.

Mérida, Yuc., 26 de julio de 2015.

† Emilio Carlos BerlieBelaunzarán
 Administrador Apostólico de Yucatán

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