Nos llovieron balas y ni para dónde huir

Una expedición en busca de antiguas construcciones en el norte de Yucatán se convirtió en peligrosa aventura en el monte.

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La expedición que acabó en una aventura en medio de balas perdidas. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Hace unos días, luego de una prolongada espera, realizamos una expedición en busca de antiguas construcciones de las que en una siguiente publicación narraremos.

Sin duda, quienes han recorrido la selva de nuestro querido Yucatán están conscientes que existen zonas prácticamente impenetrables, ya que la tupida maleza y en especial las plantas espinosas no permiten el tránsito a menos que se cuente con una poderosa coa o filoso machete.

Esta época de sequía fue la más importante razón por la que esperamos el momento, ya que debido a la falta de líquido las plantas pierden follaje, y esto facilita un poco el trayecto. Es así, que salimos de Mérida en la madrugada con destino al puerto de Progreso, y unos cuantos kilómetros antes de arribar tomamos un camino subalterno para encontrar el área más cercana al sitio en cuestión, descendimos del vehículo y comenzamos la marcha a pie a través de las brechas que logramos ubicar, y que presumiblemente nos acercaban lo más posible al sitio del que ya teníamos una referencia.

Luego de caminar algunos kilómetros llegamos al final de la última vereda, y nos encontramos, literalmente, con una pared de plantas, por lo que conferenciamos qué haríamos, ya que los brecheros de la zona a los que habíamos previamente contratado para que nos acompañaran, simplemente agarraron la jarra y no se levantaron; pero esto de ninguna manera era impedimento para no continuar con lo planeado.

Es así, que a filo de coa y machete, comenzamos a penetrar en el espeso y espinoso monte que se hacía más tupido conforme avanzábamos, y luego de poco más de tres horas de trayecto bajo la incesante mirada del astro rey llegamos al sitio, y comenzamos a observar las enmontadas construcciones a tiempo que tomábamos un merecido descanso, para luego iniciar la prospección.

Detonaciones y balas perdidas

No transcurrieron muchos minutos para que a lontananza empezáramos a escuchar detonaciones, por lo que uno de los expedicionarios preguntó a que se debía tal sonido, y le contesté que parecía una batida.

Seguimos con nuestro recorrido hasta que el Dr. Jorge Victoria dijo: “Creo que esos cazadores no son muy diestros con las armas ya que no  paran de disparar”. Y fue allá cuando el arqueólogo Mauricio Germon dijo que en alguna ocasión había escuchado que por la zona había un campo de tiro y los campesinos decían que a veces caían las balas.

Al escucharlo, no pude menos que reírme, ya que las detonaciones se percibían a gran distancia e ilusoriamente pensé que ni de chiste llegarían hasta nosotros. Sin embargo, tardé más en expresarme que en escucharel aterrador silbido de un proyectil que literalmente nos rozó la cabeza, por lo que simplemente nos miramos y reaccionamos intentando encontrar donde guarecernos, pero el problema es que no había dónde, ya que el sitio estaba muy ruinoso y solo había un enclenque arbolito, pero no tuvimos más alternativa que ir pecho tierra hasta allá.

Estando a la espera, escuchamos una bala que cayó a unos cuantos metros y más nos preocupamos, ya que eran incesantes las detonaciones. Una vez transcurrido alrededor de 40 minutos, el aterrador sonido cesó. Fue cuando respiramos y pensamos que ya nos encontrábamos a salvo, pues supuestamente luego de esa sesión concluían el entrenamiento.

Renudamos nuestro trabajo, pero no transcurrieron ni 10 minutos cuando de nueva cuenta comenzaron a rugir las detonaciones, por lo que regresamos a nuestro pelón arbolito a sabiendas que poco nos protegería, pero era mejor que nada.

Las descargas iban y venían, por lo que tomamos la decisión de regresar, ya que era muy inseguro el sitio, y así iniciamos el retorno, pero ante la presión de las balas, perdimos la incipiente brecha que forjamos a la ida, por lo que tuvimos que brechar un nuevo camino de retorno, y durante el trayecto, cuando comenzábamos a escuchar las ráfagas, nos guarecíamos donde podíamos.

Salimos a salvo, gracias a Dios

Finalmente, para no alargar la historia, gracias a Dios regresamos sanos y salvos, pero lo curioso del asunto es que los disparos siempre los escuchamos al oriente, pero luego nos enterábamos que venían del norte; y no era un campo de tiro, sino eran militares que realizaban sus prácticas en el monte, por lo que le hacemos un atento llamado al jefe de la región militar en Yucatán, pues en un descuido alguien come una bala. 

Finalmente, transmito el amable llamado ciudadano de nuestro amigo Carlos Evia: “Ayer y hoy fui a caminar al Parque Ecológico de Poniente, y observé que los cuerpos de agua están contaminados con envases de plástico, las palapas tienen los techos de paja muy deteriorados y varias personas llevan a sus perros a hacer sus necesidades. No vi a ningún vigilante. Solo estaba el acomodador de coches en su labor. La jardinería está muy bien hecha pero los asuntos mencionados parece que nadie se hace cargo". Mi correo es [email protected] y twitter@sergiogrosjean.

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