Historias de cantinas: 'Óscar de la Olla' visita Mérida

Sergio Grosjean nos narra las historias que se vivieron en el conocido restaurante-bar La Prosperidad.

|
Muchos pensaban que La Prosperidad fue una cantina cincuentera pero ¡oh sorpresa! Ya transcurrieron casi 100 años desde su inauguración, ya que esta imagen es del año de 1921. (Sergio Grosjean/SIPSE)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Antes de entrar en materia quiero advertirles a nuestros apreciados cantineros y admiradas cantineras que en las últimas semanas ha habido una caterva de pelafustanes que han llegado a los sagrados abrevaderos a extorsionar, con el argumento que si no cooperan para la campaña de un partido político les clausurarán. Pónganse buzos y denúncielos. No permitamos los yucatecos que nos suceda lo mismo que en el resto del país, y confiemos que las autoridades actuarán. Como sociedad tenemos que cooperar, ya que si ahora no lo hacemos y ponemos un freno, luego solo podremos lamentarnos.

Advertidos del asunto, les narraré una anécdota más de las cantinas de Mérida ya que el segundo libro está a un paso de ver la luz y si desea señorear su cantina o bar en la obra, escríbame que le queda una semana.

Hasta finales del siglo XX existió en la capital meridana un afamado abrevadero y tragadero denominado restaurant-bar La Prosperidad, ubicado en la confluencia de las calles 56 con 53 del centro, que por cierto, escuché interesantes planes de reabrirlo.

Gracias al talento y carisma de su propietario don Jorge Medina, este sitio fue uno de los restaurantes más prósperos en la historia de Mérida, e incluso llegó a convertirse en un arquetipo.

El sitio emulaba a la tradicional vivienda yucateca, entre la que destacaba su fresca techumbre de paja y sus delgados bajareques resguardaban los espacios divisorios entre la acera y el bar. Podía observarse que la decoración evocaba la cultura maya, tal y como lo eran las imágenes costumbristas, las pieles de venado, los vetustos e inservibles rifles llamados butbitsones, jícaras y otros elementos afines a las tradiciones yucatecas.

Los meseros, ataviados a la usanza vernácula, portaban pantalón blanco y filipina del mismo color que, aderezados con las típicas sandalias, enmarcaban parte de la escenografía que se respiró hasta ya iniciado el siglo XX.

Amplia lista de variedades

Día a día se adentraban a esta particular atmósfera decenas de clientes originarios de todo el mundo que acudían seducidos por la magnífica botana y los diversos espectáculos que allá se presentaban, llámese música de trova, espectáculos internacionales como los de nuestro entrañable amigo Ramón Triay Pedrero, o funciones cómico-regionales como las ofrecidas por el simpático "Cachito", quien poseído en su papel se mofaba de la clientela causando gracia a propios y extraños, e incluso al pitorreado. Eso sucedía todos los días en el sitio.

Pero nos narran nuestros amigos Jorge Medina Jr. y “José José, el Príncipe de la Atención” -por cierto, les recomiendo mucho su bar en la colonia Maya-, que una tarde triste y desolada La Prosperidad se encontraba sin la copiosa clientela que la caracterizaba por lo que don Jorge comenzó a ingeniársela para ver cómo atraerla, y se le ocurrió una simpática idea: instruyó a sus empleados para que anunciaran con bombo y platillo que al día siguiente iría el famoso boxeador Oscar de la Hoya a La Prosperidad. Y así lo hicieron, salieron a la calle y comenzó a correr la voz que allá iría el pugilista de moda. Llegado el día, comenzó a concurrir muchísima gente y a correr los ríos de aguas fuertes, botanas, chistes, espectáculos y todo lo que se nos pueda ocurrir.

La llamada que mantuvo atentos a todos

Transcurría el tiempo y el deportista no daba visos de hacerse presente; la gente comenzaba a desesperarse y don Jorge, ante tal situación, iba a la barra cada 15 minutos para hablar por teléfono con el manejador, al tiempo que le gritaba a la gente: "¡Shhh! ¡Cállense, estoy hablando con su mánager!". Todos, hasta los que odiaban el box y eran simples parroquianos, estaban atentos a la llamada. Don Jorge, hombre astuto y maestro de las artes cantineriles y culinarias, tomaba el teléfono y decía: "¡Sí, claro! ¿Pues en cuánto tiempo llegan? ¿En una hora?". El golpe estaba dado, pues la gente no despegaba el oído de la conversación, pero aún así, el hombre anunciaba que en una hora llegaría el deportista. Luego de la llamada, la gente, entusiasmada, seguía feliz bebiendo con enjundia como cosacos y la caja seguía timbrando.

A las 5 de la tarde, cuando ya todos se encontraban sumamente alegres y borrosos, don Jorge salió y dio el añorado anuncio: "Que salga Oscar de la Hoya". Todos los comensales y beodos quedaron atónitos y expectantes ante tal mención, y en ese instante hizo su aparición un empleado que se llamaba Oscar, quien pasó al lado de todos agarrando y golpeando una olla con gran potencia y estruendo. Al percatarse los clientes de tal ocurrencia, simplemente se carcajearon y continuaron con la fiesta. Mi correo es [email protected] y twitter: @sergiogrosjean

Lo más leído

skeleton





skeleton