'Jesús el Emmanuel, es el Dios con nosotros que nos salva'

Cristo, Dios y hombre, omnipotente y débil, es el único salvador de la debilidad, pobreza y fragilidad de nuestra existencia.

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María y José, una pareja virgen, constituyen la primera Iglesia-pequeña en la que carne y Espíritu continuarán a ser fecundos al obedecer con total fidelidad la Palabra y designios del Señor. (SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- IV Domingo de Adviento

Is. 7, 10-14; Sal. 23; Rm. 1,1-7; Mt. 1, 18-24

Cristo es el centro de la Palabra de hoy en toda la plenitud del acontecimiento salvífico: pues en la primera lectura es preanunciado como “Emmanuel” (Dios con nosotros), es un momento de grande peligro para el Reino de Judá, que no encuentra una salida delante de la amenaza del enemigo.

De esta profecía, la Palabra nos conduce a la síntesis teológica que elabora Pablo: pues lo presenta en la esencialidad de su misterio.

- Hijo de David según la carne.

-Solidario con el dolor de la persona humana hasta la muerte.

-Hijo de Dios, según el Espíritu, constituido en el Señorío y salvación para todos.

Entre la profecía y la síntesis teológica se pone la narración del Evangelio: 
“Así sucedió el nacimiento del Salvador” y ya, desde esta perspectiva de narración se propone el anuncio salvífico:

“Él salvará a su pueblo de sus pecados.”

I.- Una Virgen concebirá

Estamos en la primera lectura, en tiempos de la guerra 734 a.C., cuando Siria e Israel se aliaron contra Judá para abatir la descendencia de David.
Acaz era el rey de Judá, y se olvidó de la fe y procuró alianzas políticas con los paganos, despreciando lo dispuesto por Yahvé.

El profeta lo enfrenta para asegurar que Dios mantendrá su promesa, pero que pide una fe y fidelidad inquebrantables.

Dios intervendrá en la historia y el nacimiento de un niño será el signo de este señorío y conducción de la misma.

Admira más esta promesa cuando este rey Acaz entregó al fuego a uno de sus hijos para obtener la benevolencia de aquellos dioses paganos.  (2Re. 16,3)

La intervención de Isaías tiene una interesante observación:

-Un niño que el rey sacrificó a los ídolos. 

-Un niño que es el hijo del profeta y lo acompaña.

- Y un niño que nacerá de la “Virgen”, como signo de que Dios mantiene sus promesas.

Isaías afronta al rey que vive en ese estado de pecado y les recuerda: Dios es fiel, que sí regresará.

Es Dios quien da la salvación, ya sea en el futuro inmediato por medio de Exequias, que restaura el culto (2 Cron. 29; 30; 31); o en el futuro lejano por medio de un niño que está destinado a trascender las circunstancias históricas y a manifestarse cada vez más. “Dios con nosotros!

El pecado de cada persona es siempre el sacrificio a los ídolos de una parte de uno mismo.

La Palabra de Dios se pone en esta historia como un acto de juicio, que: discierne, sentencia y promete; y por ello invita a la purificación, anunciando que habrá siempre un “grupo fiel” llamado “el resto de Israel” que sobrevivirá a la purificación del fuego.

Acaz, no rechaza directamente a Dios, “no quiero tentar a Dios” dice; sin embargo, delante de los acontecimientos se evade, no cumple, acaba con aquello que Dios quiere que permanezca.

El pecado es rechazo de dar respuesta precisa, a una pregunta precisa. 
Dios invita a la persona y ésta no se pone a la altura de ese llamado, sino que da respuestas en su vida de convivencia y comodidad.

Dios, sin embargo, no se desilusiona, no obstante, el desperdicio de vida que hacemos los seres humanos, perdona y espera.

II.-  Cristo, el cumplimiento de las promesas divinas

Cristo es la última respuesta que Dios nos da, a pesar de los desprecios de los seres humanos.

Ya que como describe el Apóstol:

+ Es la buena nueva prometida por los Profetas.

+ Es de la estirpe de David.

+ Es dar a luz un niño que será “Dios con nosotros”.

Que es el grande anuncio de Pablo para obtener “la obediencia a la fe por parte de todas las gentes”.

Está claro que el Apóstol recuerda la profecía para el futuro de la humanidad y trata de revivir la conciencia del plan de Dios.

Debemos propiciar el encuentro entre la conciencia de la persona y la Palabra de Dios. Todos podemos caer en ese escepticismo de Acaz, silenciamos a Dios y queremos que Él se someta a nuestros planes convenencieros.

Creer o no creer significa enfrentar nuestra historia con una actitud conforme a la Palabra y en comunión con ella, o dejarse llevar por el olvido convenenciero y fatuo de la voluntad de Dios y hacer nuestro antojo.

Cristo, Dios y hombre, omnipotente y débil, es el único salvador de la debilidad, pobreza y fragilidad de nuestra existencia.

Él comprende nuestro acontecer pues estamos sujetos a la debilidad y miseria de nuestra naturaleza humana, pero al mismo tiempo con el acto de fe y su gracia, nos abre el horizonte de una enorme grandeza, al vivir la experiencia de que la carne puede ser transfigurada, pero claro que existe también el riesgo de despreciar esta oportunidad y echar a perder la vida dejándose arrastrar por la debilidad de la carne, por la dependencia del mal, por la alineación del pecado que corrompe y destruye.

III.- Jesús es Emmanuel que significa: “Cristo con nosotros”

Existe una maravillosa presencia de Jesús; desde aquel niño anunciado por Isaías, pasando por su existencia histórica, y ya resucitado “sentado a la derecha del Padre, los nacimientos místicos en el corazón de cada persona. 
María y José, una pareja virgen, constituyen la primera Iglesia-pequeña (“ecclesiola”); en la que carne y Espíritu continuarán a ser fecundos al obedecer con total fidelidad la Palabra y designios del Señor para encarnar al “Dios con nosotros”, pobre en la carne y glorioso en el Espíritu.

Cada persona tiene miedo de confiar en la Palabra de Dios, no repudia, pero tampoco acepta en totalidad. El Señor nos dice “No temas José”. Cree más allá de la razón. Confía en la Palabra de Dios, como la más grande y absoluta garantía.

Ser cristiano es reto y es desafío, es enfrentar el interrogante que obstaculiza y la respuesta que urge; es un buscar, echar, indagar; es una puesta que se abre pero jamás de “par en par”, es un germen permanente, una gestación continua, una fecundidad en la dinámica de la realización. Se repite en la vida la dialéctica de gozo-dolor, de la mujer cuando da a luz.

Gozo-dolor es la dinámica de la vida, la de un inicio cada día y de una cotidianeidad que se enfrenta y se vive en la fortaleza de la fe. También a nosotros como a José nos dice el Ángel: “¡No temas!”.

Jesús es Emmanuel que significa: “Cristo con nosotros”, es real su promesa que se cumple en la Eucaristía. Ahí está presente como alimento y si bien no tenemos como pide el Salmo “manos inocentes y corazón puro”, nos acercaremos sin temor a Jesús ofreciéndole en cambio un corazón humilde y contrito que Él no despreciará.

IV.- Conclusiones:

1. La fe siempre será el riesgo de la confianza total en Dios. Por ello la verdadera fe, se traduce en obediencia total. Así la persona renuncia a su “propio futuro”, para abrirse y hacerse disponible, al designio y acontecimiento de Dios. “Nadie me quiere como Dios me quiere”, por tanto nadie quiere más para mí lo mejor que Él.

2. En aquellos dos esposos se da la invitación a la maternidad virginal, y a la paternidad legal. Ambos superando su temor inicial y la aceptan.

3. Como nos dice San Ireneo:

“La gloria del hombre es Dios. El beneficiario de la actividad de Dios, de toda su sabiduría y poder es el hombre”. (Adv. Hacres 3,20-2)

4. “El Verbo de Dios que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del Hombre, para que el hombre se habituara a percibir a Dios y Dios a vivir en el hombre, conforme a la voluntad del Padre”. (Adv. Haeres. 3,20-3).

5. Incluyo aquí, una hermosa súplica del filósofo de Dinamarca Soren Kierkegaard:

“Jesús, concédenos, el poder vivir como si fuéramos tus contemporáneos, verte donde y como has vivido aquí en la tierra, y no en la deformación de un recuerdo vacío”.

6. Que la Santísima Virgen nos enseñe a caminar hacia Belén: Humildes en la peregrinación, alegres en el corazón; y portadores de nuestros dones: Un corazón pacificado por la confesión, una familia reconciliada por el amor, y una solicitud hacia los más necesitados como signo de solidaridad cristiana.
Que como María y José, también cada uno puede escuchar de Dios al final de la vida: “¡Dichoso, dichosa, porque creíste a Dios!”.

Amén.

Mérida, Yucatán, 22 de diciembre de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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