'Jesús ora con nosotros, en nosotros y por nosotros'

Enseñar a orar es un don del Espíritu, inspiración divina y privilegio de Cristo.

|
La oración es un elemento indispensable que alimenta la fe del creyente. (SIPSE)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

SIPSE.com
MÉRIDA. Yuc.- XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Gn. 18, 20-32; Sal. 137; Col. 2,12-14; S. Lc. 11, 1-13

El tema que prevalece este día es la oración, un tema ausente de ordinario de los medios de comunicación. No se habla de ella y, sin embargo, es elemento indispensable que alimenta la fe del creyente. Es una manifestación clara de que la persona está ubicada y actúa con sensatez, ya que es el orgulloso y tonto el que piensa no necesitar de Dios, “olvidando que la vida es un soplo” (Job. 7).

Enseñar a orar es un don del Espíritu, inspiración divina y privilegio de Cristo.

I.-La oración humilde e insistente

La primera lectura es una de las páginas más simpáticas de la Sagrada Escritura, porque tiene un cariz popular, rico en formas de hablar, y un 'regateo' entre Dios y Abraham, maravilloso. Y por este género literario se transmite un mensaje luminoso, y siempre de actualidad.

El patriarca es una persona que conoce muy bien a sus contemporáneos, fue elegido por Dios para un gran futuro. Mantiene con él una alianza que es una amistad muy especial, no esconde la verdad, se preocupa por sus paisanos e implora el perdón para ellos.

Abraham se acoge a la eventual presencia de algunos justos, que pudieran servir como pararrayos en protección de los demás pecadores.

La intervención de Abraham es muy interesante, porque ni siquiera sabe con certeza cuántos justos hay, por ellos su súplica vehemente apela no a la justicia, sino a la misericordia; no a los méritos humanos, sino a la bondad de Dios. Es como dice un autor: “hacerle recordar a Dios sus promesas y compromisos”.

Lo hace pensando que él es “polvo y ceniza”, que quiere decir 'criatura': el que depende en su ser y quehacer de otro. Esta actitud de humildad es la que le da una grande osadía, porque confía en la bondad de Dios, y pide ese favor en beneficio de los demás, sus contemporáneos, y conciudadanos.

Sabemos por la Biblia que Sodoma y Gomorra fueron destruidas. Encontramos la descripción de Sodoma en el Profeta Ezequiel: “Este fue el crimen de tu hermana Sodoma: orgullo, voracidad, indolencia de la dulce vida... no socorrieron al pobre y al indigente, se enorgullecieron y cometieron abominaciones ante mí” (Ez. 16, 49).

La soberbia y el orgullo, ciegan a las personas y las cierran para Dios. Viven en su egoísmo, ajenos y lejanos de las necesidades de los demás, narcotizados por la superficialidad, la “buena vida”, los satisfactores inmediatos, “pasarla bien”, y se olvidan de que somos peregrinos, tenemos todo prestado y daremos cuentas a Dios al final de nuestra vida acerca de nuestra administración.

Sodoma y Gomorra despreciaron a Dios; y no obstante la intervención de Abraham fueron castigadas. Sin embargo, en el mismo Cap. 16 del profeta Ezequiel, se hace ver que este tremendo castigo, es una purificación y una lección. (Ez. 16,62)

II.- Oramos con Jesús: Padre nuestro

Jesús se nos presenta en el Evangelio como aquel que ora, da testimonio y es maestro de oración.

Cuando se pongan a orar recuerden que son criaturas y que Dios es un Padre. En realidad son ustedes los que tienen necesidad de Él. Que tiene un 'nombre' que debemos santificar, un 'Reino' que debe establecerse en medio de nosotros; que tiene un proyecto sobre cada uno, que nos quiere comunicar su amor, hacer participar a su vida, y que al darnos su Espíritu nos da los dones para superar nuestra soberbia y egoísmo, dilatar nuestro corazón y servir con un serio compromiso a nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Ese proyecto que Dios tiene sobre cada persona necesita de mi respuesta y colaboración; Cristo siempre invita: “El que quiera venir en pos de mí...”

La novedad que aporta Jesús, es que Dios, permaneciendo en lo que es, se nos da –en Cristo- como Padre; nos recuerda al profeta que dice: “Los atraía con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño y lo ponen cerca de su mejilla...” (Os. 11,4).

Toda la oración cristiana surge y acompaña siempre la plegaria que brota del corazón de Cristo.

Cuando fallecía San Francisco exclamó: “De ahora en adelante, tan sólo diré: “¡Padre nuestro que estás en los cielos!”.

Dios es santo tres veces y el coro de los ángeles canta como la Iglesia que peregrina en la santa Misa: “Santo, Santo, Santo”. “También nosotros pedimos que los que fuimos santificados con el Bautismo, perseveremos en aquello que comenzamos a ser en él”. (S. Cipriano Or.12).

Que Él sea santificado, por nosotros y en nosotros.

El Reino es el secreto de Jesús, sus ansias, deseo, anhelo y vocación equivale a decir: Venga tu Reino y hágase Tú voluntad de amor. Porque “Tú Voluntad, es nuestra paz” (Cf. Sal. 40,9).

Que venga Cristo, Resucitado, omnipotente, real y verdaderamente en la Eucaristía, que Él nos nutra con “el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía”, para que esté Cristo en nosotros, esperanza de la gloria (Col. 1,27), y nos lleve al compromiso del amor fraterno y solidario.

También nos educa a pedir el pan cotidiano, que significa todo lo necesario para vivir con dignidad y decoro, y poder realizar el proyecto que Dios tiene sobre mí. Y el perdón de los pecados, que es una petición en la que suplicamos y prometemos contemporáneamente que ya lo había dicho Jesús: “si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, les perdonará a ustedes su Padre celestial” (Mt. 6,14).

III.- La oración es armonía con la voluntad del Padre

No nos dejes caer en tentación sino líbranos del mal, que es la “tentación objetiva”, que viene del enemigo, “el maligno”, y lo que nos rodea; y la “tentación subjetiva”, que proviene de nuestras malas inclinaciones.

Dios puede permitir la prueba para ver “lo que tenemos en el corazón”: “Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas”. (1Cor. 10,13)

Como dice San Agustín: “En el Padre Nuestro Cristo ora por nosotros, ora en nosotros, y es suplicado por nosotros; ora por nosotros como nuestro sacerdote, ora en nosotros como nuestra cabeza y es suplicado por nosotros como Dios”.  (Enarr. En Salmos 85,1).

Así lo confirma el apóstol cuando dice “Dios ha manifestado en nuestros corazones el Espíritu de su hijo que grita: Abba Padre”. (Gal. 4,6).

Es el mismo Espíritu Santo el que ora en nosotros, pues no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu Santo intercede por nosotros... (Rm. 8,26).

Jesús nos dice: oren en actitud de hijos, en torno a lo fundamental y con este orden; de manera que nos enseña una plegaria, pero nos enseña también un modo de orar.

Por ello nos alienta a darle el primer lugar a la alabanza, adoración y acción de gracias; como María lo hace en el Magnificat. 

Conclusiones:

1. La oración es el alma de la existencia de Jesús. La nuestra, a imitación de la suya, debe ser: valerosa, espontánea, sincera y personal, como la de Abraham o del amigo inoportuno.

Es contemplación, abandono y confianza; y nos recarga para el compromiso fraterno y el valor para enfrentar la vida.

2. La oración cristiana no es tan sólo una espera personal, sino el Espíritu del Señor que habla a nuestro corazón de la persona que lo interpela y escucha, y de la comunidad que se expresa en nosotros y pide ayuda en su caminar al encuentro con Dios.

3. La oración supone la escucha de la Palabra y la adhesión gozosa a ella, como decía San Jerónimo: “¿Lees? Es el esposo que te habla; ¿oras? Eres tú que le hablas al esposo”.

4. Dios me despierta por la oración y dice con mucha gracia a Pronzato: Por la oración no es que consiga un descuento en el boleto del viaje, sino que obtengo un compañero para el viaje de la vida.

5. Procuremos transformar en oración aún las situaciones cotidianas. Siempre en contacto con Dios, siempre en relación con Dios, siempre iluminados por su Palabra y la acción del Espíritu en nuestro corazón, para vivir conforme a la voluntad del Padre.

6. La oración debe ser insistente y humilde, como la de Abraham, a la persona que vive en alianza con Dios, el Espíritu le concede la gracia de llegar a influir al corazón de Cristo.

7. “Por eso les digo, que todo cuanto pidan en la oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán”. (Mc. 11.24).

8. Quedémonos con el sabor de dos frases muy hermosas escritas en el campo de concentración:

“Tus manos Señor, son a veces manos de gozo y a veces manos de dolor, pero siempre son manos de amor” (D. Bonhoeffer).

“No quiero comprender tus caminos, para eso soy tu hija; eres Padre de sabiduría y un Padre también para mí. Si me llevas a través de la noche oscura sé que Tú me llevas a Ti”. (Santa Edith Stein).

En ésa confianza filial, con Cristo decimos: “¡Padre nuestro!”

Amén.

Mérida, Yuc., a 28 de julio de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

Lo más leído

skeleton





skeleton