'La alegría de amar'

XXX Domingo Ordinario. Ex 22,20-26; Sal 17; 1Tes 1,5-10; Mt 22,34-40

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Los fariseos son como las personas que no saben escuchar: interpretan, calculan, confrontan pero no escuchan. Son autosuficientes. Por ello se conservan y no se dan al servicio de los demás, se perfeccionan pero no cambian, discuten para defenderse, pero no para buscar la verdad. (infovaticana.com)
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I.- "Atención generosa al servicio del prójimo”

La revelación del gran mandamiento del amor a Dios está ya en el Antiguo Testamento. Y en esta lectura vemos cómo ya en el Antiguo Testamento se insistía en el amor al prójimo.  Las relaciones deben ser armoniosas y generosas. Ya lo dice el Éxodo:

“No molestarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en el país de Egipto” (Ex 23,9)

“No maltrates ni la vida ni el huérfano” Dios se hace garantía de su vida. “Si maltratas, cuando invocara mi ayuda, escucharé su clamor, y mi cólera se encenderá…” y llega a particulares tan sencillos como el del “interés” que se cobra por el dinero prestado para que no actúes como los usureros”.

Lo mismo que le devuelvas el manto antes de la puesta del sol, porque a veces el manto lo utilizaban por la noche como el cobertor.

Se trata de una trilogía hacia la que hay que tener especial cuidado: extranjero, huérfano y viuda.
A esta parte del Éxodo (Cap. 20, 22 – 23, 19) se le llama “Códice de la Alianza".

De manera que ya en el Antiguo Testamento queda claro la tesis bíblica de atender todas las necesidades del prójimo, y la dedicación generosa a servirlo.

II.- “Háganse imitadores míos como yo lo soy de Cristo”

En esta lectura vemos como Pablo práctica estos dos mandamientos del amor. Les dice a los Tesalonicenses convertidos de poco tiempo y en aquello que se manifiesta su grande amor por el Señor.

“Así dice que se han hecho sus imitadores en el Señor, llegando a ser un ejemplo,.. partiendo de ustedes el mensaje se ha extendido,… se sabe de la fe que ustedes tienen en Dios. Ellos mismos hablan de cómo ustedes abandonando los ídolos se volvieron a Dios vivo y verdadero para servirlo” (1ª Tes 1,5-10).

Así se ve el grande amor de Pablo para el Señor.

Lo mismo que hacían ellos, -los Tesalonicenses-  a quienes conoce de poco, pero ya están presentes en lo más profundo de su corazón.

Les manifiesta su amor con delicadeza, les dice se han decidido a ser modelo de todos, y los alienta mucho a vivir una vida virtuosa.

El manifiesta su amor, a ellos con delicadeza y les valora su generosidad pues han recibido la palabra con el gozo del espíritu, aún en medio de tribulaciones.

Al alabar su fe les manifiesta su amor, y es un indicador de su celo apostólico, pues cuando hace elogio de una persona, la alienta a vivir de manera virtuosa. Este elogio es una manifestación del amor tan delicado que tiene, y que se proyecta de una manera positiva y fecunda.

Esta comunidad imita a Pablo que lleva a cabo con pasión la misión de la evangelización, en toda Grecia, imita a Pablo, en el  entusiasmo de la fe (v 8) en la espera de la venida de Cristo (v 10), lo que constituye núcleo teológico de la carta. Imitar al apóstol es como ponerse a seguir a Cristo: “Háganse mis imitadores como yo lo soy de Cristo”.

III.- La grande enseñanza del amor

El inicio y la conclusión del ministerio público de Jesús están marcados por un impacto polémico con el ambiente religioso de sus contemporáneos. Así sucedió al principio ver ( Mc 2 y 3); y lo mismo cuando llegó Jesús a Jerusalén, en la última etapa de su vida, cinco veces tiene discusiones con los fariseos, que eran los teólogos de esa época, representantes oficiales de la Jerarquía de las autoridades religiosas.

Los fariseos son como las personas que no saben escuchar: interpretan, calculan, confrontan pero no escuchan. Son autosuficientes. Por ello se conservan y no se dan al servicio de los demás, se perfeccionan pero no cambian, discuten para defenderse, pero no para buscar la verdad.

Para ellos el amor es una Ley, no una actitud. Ni aman, ni dejan amar. No es una disposición humilde en que se aprende amar y ser amado. Por ello de los preceptos “Amarás al Señor tu Dios” (Dt 6,5) y “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18).

Ellos con ese deseo pedante de ciencia y superioridad habían elaborado 613 preceptos, sobre los cuales todos los más altos teólogos y jerarcas discutían acaloradamente para ver cuáles precedían a otros. Por ello la respuesta de Jesús, simplifica y da absoluta prioridad a los dos preceptos que el cita y que están contenidos ya en la Ley.

Jesús al responder no quiere establecer precedencias sobre todos esos preceptos, sino la perspectiva de fondo y la actitud profunda como debe conocerse, comprenderse y vivirse toda la Ley.

Cuando se decide la persona a vivir una actitud de amor todas las actuaciones, aún las pequeñas tienen significado y valor.

Es como lo que pasa con una mamá, su amor maternal es como una luz de fondo que ilumina todos sus actos, gestos, signos, tanto en las actuaciones modestas de todos los días como en los heroicos que deberá afrontar.

Eso proviene de esos dos amores que en el corazón de la persona han sido aceptados con todas sus consecuencias, en una posición de paridad consecuencial: “El que ama a Dios, amará a su prójimo”.
Por eso suelo decir que esto significa:

• el palo vertical, el amor a Dios
• el palo horizontal, el amor al prójimo y que para llevarlos a realidad eficaz en tu vida muchas veces te tendrás –como Jesús- que crucificar.

Son por ello inseparables estas dos dimensiones del amor que se proponen, exigen y complementan. Y es en el amor donde la persona encuentra su identidad, es esa armonía de mente y corazón, que le permite vivir con sentido su vida: “Ser lo que soy, ahí donde estoy”.

De una manera muy explícita lo dice san Juan:

“si alguno dice: yo amo a Dios, y al mismo tiempo odia a su hermano es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve. Este es el mandamiento que tenemos de Él, quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20).

El mandamiento más grande es el que da sentido y orientación a todos los demás, que deben vivirse en la perspectiva del amor.

La felicidad es en esta vida no viene de una vida cómoda, sino de un corazón que sabe amar. Como decía Santa Teresa:

“mas esta fuerza tiene el amor si es perfecto, que olvidamos nuestro contento, por contentar a quien amamos…” (fundaciones 5,10)

Y por ello rezamos en el Salmo:

“Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío mi fuerza salvadora y mi baluarte… Bendito seas Señor, que me proteges…” (Sal. 17).

Por eso decía también San Agustín cuando se tiene la armonía de estos dos amores: “Ama y haz lo que quieras…” 

Pidámosle al Espíritu llene nuestros corazones de el amor cristiano propuesto por Jesús, que se proyecta en hogar, familia, trabajo. Y en un compromiso serio por los más pobres y afligidos como indica la primera lectura.

Para que podamos vivir con nuestro corazón ardiendo en el amor a Cristo, y con nuestra vida y actuaciones como lámpara que ilumina la vida de los que nos conocen. La Santísima Virgen nos obtenga esta gracia.

Amén

Mérida, Yuc., 26 de octubre de 2014

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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