La esperanza es lo último que se pierde y estamos en ese momento. Los que hablamos a través de estos medios, insistimos en la necesidad de corregir hábitos, que han situado a nuestra sociedad en posición de fracaso. No puedo decirlo de otra manera, cuando vemos que, para callar una protesta popular, basta un ofrecimiento a nivel personal. Y estos ofrecimientos se cumplen cuando comprobamos la cantidad de personas que viven del presupuesto gubernamental o fortalecen sus ingresos con esa fuente. Personas sin escrúpulos que, cuando riñen entre ellas y se exhiben, saben que nada pasa, pues en este país “no hay cadáveres políticos”, sólo es cosa de dejar pasar un tiempo y las afrentas a la sociedad son olvidadas.

Ellos nunca dejan de estar pegados a la ubre o con el hueso entre los dientes y los fortalecen a veces sus mismos contrarios, ya que todos pertenecen a la misma ralea de sinvergüenzas. Viven en otro mundo paralelo al nuestro en tiempo, pero no en lugar y forma, ya que pueden soportar cualquier embate sin sufrir grandes daños. A menos que se trate de una desgracia natural para que entonces aterricen y se den cuenta que ni el dinero ni el poder que contrae el dinero compran la salud o la vida y mucho menos la paz.

Pero qué esperanza, estas letras las leen personas que, como yo, cada día ven con menos esperanza que este sistema pueda cambiar por razonamientos. Los zares de la política, no conformes con todo lo que han despojado al pueblo, o sea a nosotros, quieren heredar el país a su descendencia, por que sienten que es suyo y no hay poder que los haga entender que están equivocados. A nosotros sólo nos queda la esperanza de que la misma vida, a través de la naturaleza, los sacuda y se den cuenta del daño que causan.