'La fe se manifiesta en la perseverancia, confianza y humildad'

XX Domingo Ordinario. Is 56, 1. 6-7; Sal 66; Rm 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28

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La mujer de Cananea fue tan insistente con Jesús que su fe salvo de morir a la hija de la desconocida. (plus.google.com)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- Hemos escuchado las lecturas de la Palabra de Dios correspondientes al vigésimo domingo del tiempo ordinario.

El texto del Evangelio de hoy puede ser catalogado como una enseñanza sobre la perseverancia en la oración motivada por una profunda necesidad que no se desalienta ante las adversidades.

A diferencia de san Pedro, aquella mujer cananea no duda en ningún momento. Con perseverancia logró la curación de su hija, aunque su confesión de fe en cuanto a su formulación  sea, por así decirlo, menos perfecta que la de los discípulos al final del episodio del domingo pasado.

San Pedro "sintió miedo" al caminar sobre las aguas; la mujer cananea se mantuvo convencida y firme ante la respuesta desconcertante de Jesús.

Explicación del evangelio

El evangelio de Mateo está dirigido a una comunidad de judíos piadosos y observantes, convertidos a la fe de Jesús.

Imitando el ejemplo del Maestro, ellos continuaron viviendo según la tradición del pueblo judío, observando en todo la ley de Moisés. Pero ahora se encuentran en una encrucijada.

Después de la destrucción de Jerusalén , los fariseos, sus hermanos de raza, habían comenzado a reorganizar el judaísmo y, en nombre de la fidelidad a la misma ley de Moisés, trataban de bloquear la difusión cada vez más fuerte del cristianismo.

Esta hostilidad no prevista hizo entrar en una crisis profunda de identidad a la comunidad de los judíos cristianos. Puesto que, tanto los fariseos como los cristianos afirmaban ser fieles a la ley de Dios, ¿cuál de los dos estaba en la verdad? ¿Con quién estaba Dios? ¿La herencia del pueblo hebreo a quién pertenecía: a la sinagoga o a la ecclesía?

En la discusión sobre qué cosas eran puras y cuáles impuras, Jesús había enseñado lo contrario de la tradición de los antiguos, declarando puros todos los alimentos y había ayudado al pueblo y a los discípulos a salir de la prisión de las leyes de la pureza.

Ahora, en este episodio de la mujer cananea, Jesús sobrepasa las fronteras del territorio nacional y acoge a una mujer extranjera que no pertenecía al pueblo y con la cual estaba prohibido hablar.

La mujer era de otra raza y de otra religión. Ella comienza a suplicar por la curación de su hija que estaba poseída de un espíritu inmundo. Los paganos no tenían problema en reconocer a Jesús.

Los judíos al contrario tenían problemas de convivencia con los paganos. A ellos les estaba prohibido entrar en contacto con una persona de otra religión o raza.

Ahora bien, la mujer grita, pero Jesús no responde. ¡Extraña conducta! Porque la certeza de la que está llena la Biblia en su totalidad es que Dios siempre escucha el grito del pueblo oprimido. Pero aquí Jesús no escucha. No quiere escuchar ¿Por qué? Hasta los discípulos se sorprenden por el comportamiento de Jesús y le piden que preste atención a la mujer.

Ellos quieren librarse de aquel griterío: "Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros". 

Jesús explica su silencio: "No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel".

El silencio está en relación con la conciencia que Jesús tiene de su misión y con la fidelidad a la ley de Dios. La forma pasiva indica que el sujeto de la acción del verbo es el Padre.

Es como si dijera: "Dios Padre no quiere que yo oiga a esta mujer, porque Él me ha enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel". Por el mismo motivo, en la época en la cual Mateo escribía su evangelio, los fariseos decían: "¡No podemos entrar en contacto con los paganos!

Pero la mujer no se preocupa del rechazo de Jesús: El amor de madre por la hija enferma no se preocupa de las normas religiosas, ni de las reacciones de los demás, sino que busca la curación allá donde su intuición materna le hace ver una solución: es decir, ¡en Jesús! Ella se pone más cerca y arrojándose a los pies de Jesús, comienza a suplicar: "¡Señor, ayúdame!

Fiel a las normas de su religión, Jesús responde con una palabra y dice que no conviene tomar el pan de los hijos para dárselo a los perros. La comparación está tomada de la vida familiar. Niños y perros son numerosos en las casas de los pobres. 

Jesús dice que ninguna madre quita el pan de la boca a los propios hijos para darlos a los perros. En el caso concreto, los hijos serían el pueblo judío y los perros los paganos.

¡Caso cerrado! Obediente al Padre, fiel a su misión, Jesús sigue su camino y ¡no atiende la petición de la mujer!

Pero la mujer no se da por vencida. Está de acuerdo con Jesús, pero alarga la comparación y lo aplica a su caso: "Cierto, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos".

Ella lanza sencillamente la conclusión de aquella imagen, mostrando que en la casa del pobre -y por tanto también en la casa de Jesús-, los perritos comen las migajas que caen de la mesa de los niños.

Muy probablemente, en "la casa de Jesús", o sea, en la comunidad cristiana del tiempo de san Mateo, al final del primer siglo, había más de "doce canastas llenas" para "los perritos", o sea, ¡para los paganos!

La reacción de Jesús es inmediata: "¡Oh, mujer, grande es tu fe! La mujer obtiene lo que pide. A partir de aquel instante su hija quedó curada. Si Jesús respondió es porque comprendió que Dios Padre quería que Él acogiese la petición de la mujer.

El encuentro con la mujer cananea le hace salir de la condición de su raza y abrirse a toda la humanidad. Esto significa que Jesús descubría la voluntad del Padre oyendo las reacciones de las personas.

La conducta de aquella mujer pagana abrió un nuevo horizonte en la vida de Jesús y lo ayudó a dar un paso importante en el cumplimiento del proyecto de Dios Padre. El don de la vida y de la salvación es para todos los que buscan la vida y se esfuerzan en liberarse de las cadenas que aprisionan la vida.

Este episodio nos ayuda a percibir algo del misterio que rodeaba la persona de Jesús, cómo estaba en comunión con su Padre y cómo descubría la voluntad de Padre en los acontecimientos de la vida.

Aplicación del mensaje

Así pues, existe una gran diferencia entre la fe de la mujer y la de los discípulos: la fe y la constancia de la mujer es la que posibilita el milagro de la curación de su hija: su fe antecede al milagro; la confesión de fe de los discípulos es consecuencia de la salvación realizada por Jesús a favor de ellos: la fe sucede al milagro.

Pero además, en el episodio evangélico se encuentran los ‘ingredientes necesarios’ para ser escuchados en oración: perseverancia, confianza y humildad. Todas están puestas de manifiesto en la actitud de la mujer frente a Jesús para implorar la sanación de su hija enferma.

Por último, la actuación de Jesús como Mesías Salvador históricamente estuvo circunscrita al ámbito geográfico de Israel. Si hacemos caso a los Hechos de los apóstoles, de igual manera actuaron al principio los discípulos, y Pablo mismo, pero, ya lo mencionaban los profetas del Antiguo Testamento y la comunidad cristiana lo descubrió muy pronto: también los no judíos estaban llamados a la salvación.

Como cristianos, sabedores de nuestra realidad de hijos de Dios, deberíamos no solo hacer oración sino estar continuamente en una actitud de diálogo y búsqueda del Señor.

Desafortunadamente en muchos creyentes la oración, que debería ser un fruto de su relación madura con el Señor, es sólo una acción funcional para pedir a Dios algún beneficio.

Es indudable que en la oración de petición es donde ponemos de manera sincera nuestra vida delante de Dios al presentarle nuestras necesidades o las de los demás.

Es en ella donde queda de manifiesto nuestra pequeñez y limitación de frente al Señor que viene en nuestra ayuda y al que invocamos con confianza y perseverancia.

La petición que la mujer cananea hace a Jesús es el grito desesperado de tantas madres que se ven a sí mismas impotentes ante el sufrimiento de sus propios hijos o de sí mismas.

Escuchándola, el Señor hace sentir su cercanía a todos aquellos que se encuentran en situaciones similares y saben que la única ayuda que pueden recibir les viene de Dios.

Su grito insistente es una interpelación para que caigamos en la cuenta de que todos los hombres son destinatarios con pleno derecho del alimento que se recibe en la mesa del Padre, para no conformarnos con buscar migajas.

Conclusión

Es necesario intensificar de diversas maneras la oración, por la paz del mundo, por todas las necesidades de nuestras familias, por las vocaciones.

Oremos con perseverancia, confianza y humildad. Oremos con la misma seguridad con que lo hizo aquella mujer cananea…

Que nuestra Señora de Izamal, patrona de la Arquidiócesis, nos conceda la perseverancia necesaria para mantenernos siempre en la lucha cotidiana.

Amén.

Mérida, Yuc., 17 de Agosto de 2014.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
 Arzobispo de Yucatán

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