La leyenda del cazador de venados

Don Santiago aprendió que uno siempre debe ser agradecido con los dioses del monte.

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Asegura la leyenda que si no se levanta un altar en señal de respeto a los dioses del monte, aparece un gran venado con cuerpo humano. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- No existió mejor cazador en el pueblo de Akil que un hombre de avanzada edad llamado Santiago, era tan hábil en las artes de la cacería que se daba el lujo de vender por anticipado a las presas, mucho antes de salir a cazar venados, pavos de monte, jabalíes, tepezcuintles, armadillos y otros animales característicos de la región sur de Yucatán

Decía el viejo cazador: “No sé cuántos animales he matado, algunos dirán que son demasiados, pero para mí son pocos; todavía sueño con cazar un gran venado de varias puntas en los cuernos”.

Santiago prefería cazar solo, pocas eran las ocasiones en las que salía en batida, su presa favorita eran los venados y en ocasiones, en un solo día cazaba dos o tres. A pesar de tantos años dedicado a esta labor, se sentía triste por no toparse con el gran venado que le quitaba el sueño.

Años más tarde llegó el día con el que tanto había soñado el veterano cazador. Fue una mañana del mes de junio, se encontraba en lo más alto de un árbol espiando a su víctima, cuando se sorprendió al ver salir de entre los arbustos a un imponente animal, se trataba del venado más grande que había visto persona alguna. 

Contuvo la respiración, con las manos temblorosas tomó su arma, esperó que el astado se acercara un poco más, apuntó y realizó un certero disparo a la cabeza del animal que lo mató de forma inmediata. 

Bajó del árbol tan rápido como su edad le permitió, se acercó, se puso de rodillas y agradeció a los dioses del monte por cumplirle su anhelo, pero olvidó construir un altar, donde, después de cazar, siempre encendía una veladora. Después se puso de pie y fiel a su costumbre se dispuso a llevar la presa hasta su casa para que la destazaran y preparan para su entrega o venta.

Imposible tarea

Pero por más que lo intentó no pudo mover a la majestuosa bestia, le faltaron fuerzas; así pasaron los minutos y las horas. Impotente y desesperado por no lograr su objetivo, Santiago se puso a llorar amargamente como un niño, ya era mediodía y los zopilotes empezaban a revolotear por la zona esperando que el hombre abandonara la presa, entonces, el cazador decidió destazar al venado en ese lejano sitio.

Cuando terminó, enterró la roja carne en un hoyo con brasas que excavó para tal propósito, tomó sus utensilios y se dirigió al pueblo en busca de sus compañeros cazadores para que lo ayudaran a llevar la carne.

Dos de sus amigos, Luis y Esteban, se ofrecieron a acompañarlo, pero por más que Santiago los condujo por el monte, no pudieron localizar el lugar de la matanza; los cazadores le decían a Santiago que mejor regresaran al pueblo porque ya entraba la noche, pero él les dijo que no regresaría hasta encontrar sus pertenencias.

Entonces continuaron con la búsqueda, pero como a las 10 de la noche sus acompañantes, ya cansados, le dijeron: “¿Dónde está el altar con tu veladora?”. “¡no puede ser! olvidé construirlo, pero verán amigos que por aquí enterré la carne”, aseguró.

Sus amigos se retiraron dejando solo al viejo cazador, quien se quedó pensando qué había sucedido y por qué no hallaba la carne que él mismo preparó con sus manos y al no encontrar respuestas a sus interrogantes, lloró de nuevo hasta caer en un profundo sueño. 

Lección aprendida

Al despertar, sintió que alguien lo observaba, se puso de inmediato de pie y descubrió que lo miraba fijamente el gran venado que había dado muerte un día antes. 

Sin decir nada, Santiago comprendió que los dueños del monte lo castigaron por no agradecerles y olvidar el pequeño altar, enseguida construyó con piedras un altarcito, encendió una vela y rezó pidiendo perdón; después, se puso de pie y se dirigió al lugar donde había visto al venado. Al buscar las huellas del animal para volver a perseguirlo, se topó con un pequeño orificio en la tierra del que salía un pequeña humareda. Al cazador le brillaron los ojos y enseguida escarbó hasta encontrar los trozos de carne que tanto había buscado y que pensó no recuperaría.

Tomó su botín y regresó al pueblo a mostrarle a sus amigos Luis y Esteban, la prueba de lo que decía, ya que estos empezaron a pensar que Santiago se estaba volviendo loco. Desde ese momento, el viejo cazador dejó para siempre la cacería, regresó al lugar donde vio al venado, enterró su vieja escopeta y juró a los dioses del monte nunca jamás volver a matar animal alguno del monte.

Le agradezco a don Víctor Navarrete Muñoz que nos haya mandado esta leyenda para compartirla con nuestros lectores.    

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