La leyenda del 'otro' enterrador de ánimas de Tizimín

Estos espíritus tienen como objetivo ayudar a “cruzar la luz” a las almas inquietas, perdidas o que se han atrasado en cumplir su destino.

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Otra versión de la leyenda del enterrador de ánimas señala que vivía en Chichén Itzá. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Comúnmente se les llama “enterradores” a las personas que excavan y preparan el terreno de las futuras tumbas de los panteones y este nombre viene de varios siglos atrás. Sin embargo, existe una leyenda maya que habla de otro tipo de “enterradores”, refiriéndose a los que entierran, no a los cuerpos físicos de las personas que fallecen, sino sus almas y que por lo tanto su “trabajo” no está en los cementerios.

Aunque técnicamente no suena lógico que un alma pueda ser enterrada, al menos, en sentido figurado esta leyenda es sorprendente.

De acuerdo con la información que he recabado sobre los “enterradores de almas”, son espíritus que tienen como objetivo ayudar a “cruzar la luz” a las ánimas que están inquietas, perdidas o que, por algún motivo se atrasan en cumplir su destino.

Marcados desde el nacimiento

Por cada mil ánimas que no pueden cruzar, existe un “enterrador”, por lo que éstos tienen mucho trabajo, casi eterno, y nunca descansan. No se sabe con exactitud si es un premio o un castigo para el enterrador, pero se supone que desde que nacen, ya están marcados para este fin.

El único antecedente conocido que se tiene sobre un enterrador en Yucatán, ocurrió hace más de 30 años, cuando un joven nativo de Tizimín, quien, al parecer padecía de epilepsia, fue declarado muerto, pero despertó seis horas después y dijo que vio a una persona muy vieja, con una capucha negra, barba blanca, manos esqueléticas, sosteniendo un bastón, quien le dijo que era el “enterrador de ánimas” y que aún no le llegaba su hora.

Este joven no le dio mucha importancia a lo sucedido, pues pensaba que a lo mejor había sido su imaginación, o sugestión por lo que le había pasado. De hecho, lo platicó a sus familiares y amigos y, aunque la historia sonaba interesante, lo dejaron como una anécdota.

Su “pesadilla” ocurrió casi un año después, cuando falleció un tío lejano y acudió, junto con todo el cortejo fúnebre, al panteón de Tizimín. Ahí, casi con los ojos desorbitados vio a una persona vistiendo una capucha negra y con el rostro desfigurado, que no parecía caminar, sino que flotaba ágilmente entre las tumbas… ¡Se trataba del mismo ser que creyó haber visto solo en sueños!

En eso, se dio cuenta que el espíritu de su familiar muerto salió de la tumba, de forma horizontal, y se fue acercando al encapuchado, quien, con el bastón que tenía en el brazo derecho, lo tocó ligeramente y el “alma” de inmediato se fue hacia arriba hasta desaparecer.

El joven quedó impactado por lo que vio. Varios meses después falleció el hermanito de uno de sus amigos y, al ir al panteón, durante el entierro vio de nuevo al viejito, quien hizo lo mismo con el alma del pequeño difunto… 

Nombra sucesor

La tercera vez que tuvo que ir al cementerio (por la muerte del papá de un vecino) decidió quedarse fuera del panteón, pero de nada sirvió, también vio al ser del más allá, sólo que en esta ocasión le dijo: “prepárate, porque tu serás mi sucesor”.

Desde ese entonces, el joven quedó traumado, se convirtió en una persona muy cerrada que ya no gustaba de salir ni convivir con nadie, hasta que, varios años después, cuando tenía más o menos 28 años de edad, fue atropellado por un auto, cuyo conductor se dio a la fuga; y aunque fue llevado a la clínica para su atención médica, falleció dos días después.

Se dice que, a partir de ese momento, se convirtió en el nuevo “enterrador de ánimas” y por fin, el viejito que hacía ese “trabajo” pudo descansar en paz.

Esta leyenda me la platicó en la ciudad de Tizimín, hace más de seis años, una persona de avanzada edad que radica ahí. Él asegura ser el tío del joven que, quizás hasta la fecha, siga siendo el “enterrador de ánimas” en esa población.

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