La luz de los lectores

Pueden ser muchas las razones por las que alguien decide dedicar su tiempo...

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Pueden ser muchas las razones por las que alguien decide dedicar su tiempo, esfuerzo, dinero, juventud y mucho más a la mediación de la lectura, pero la mía es exactamente por lo que Claudio Magris expone en su libro “Alfabetos. Ensayos de literatura” cuando nos dice, parafraseando a Javier Marías y Juan Benet, que “hay una enorme sombra en la que sólo la literatura y las artes en general penetran; seguramente, no para iluminarla y esclarecerla, sino para percibir su inmensidad y su complejidad al encender una pobre cerilla que al menos nos permite ver que está ahí, esa zona, y no olvidarla”.

Hacer conscientes a los lectores de la existencia de esa zona es una de las finalidades de la lectura, abrir pasó a nuevas voces y otros mundos tan distintos o parecidos al nuestro. No es por ello nada exagerada la metáfora de un libro como fuente de luz, o como las luciérnagas lectoras que una vez mi amiga Pati y yo imaginamos como la imagen perfecta para decir que, donde hay libros, mediadores y lectores siempre hay luz. Esa llama palpitante que no se apaga, aunque parezca, es la misma que nos mantiene en el camino de la mediación lectora. Los jóvenes son nuestras luciérnagas y están mucho más dispuestos a la lectura de lo que cualquiera pudiera imaginar; los libros y nosotros lo único que hacemos es ayudarles a descubrir que llevan dentro mucha más claridad que sombras. Y cuando un joven se convierte en lector esa luz no se apagará nunca, aunque palpite.

Me ha tocado en estos días mudar mi Sala de Lectura de Kanasín a la comisaría de San José Tzal y aunque claro que extrañaré a los lectores que ya tenía ahí, he descubierto que en todos lados hay lectores en potencia, jóvenes ávidos por descubrir y reconocerse en los libros; por ello una vez más reafirmo que hace falta en este país el acceso al libro, una difusión adecuada y mejor administración en cuanto a lo que se publica y lo que realmente la gente quiere leer. Probablemente el día en que deje de importar más si comprenden lo que leen los alumnos por si les gusta, qué y cómo les gusta leer, los jóvenes, primordialmente, dejarán de verla como algo obligatorio, aburrido y tedioso para mirarla como múltiples ventanas y posibilidades, como luces que se encienden para alumbrar penumbras, porque cuando eso sucede el lector adquiere su propia luz y se alumbrará por sí solo. Así es como lo hizo e imaginó la lectora voraz Sor Juana, hace cinco siglos, cuando expresó: “El mundo iluminado y yo despierta”.

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