La Navidad, el misterio del amor de Dios que nos visita

Mons. Emilio Carlos Berlie Belaunzarán señala que encontrar a Cristo en la propia vida se traduce en serenidad y alegría

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El Arzobispo de Yucatán. (Milenio Novedades)
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Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- En la víspera de la fiesta de Navidad, el Arzobispo de Yucatán, Monseñor Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, dirige el siguiente mensaje a los fieles de la Arquidiócesis de Yucatán:

Al acercarse la celebración de la Navidad les saludo con gran alegría, haciendo eco de las palabras del apóstol san Pablo: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. (...) El Señor está cerca” (Flp 4, 4-5).

La Navidad del año 2012 nos ofrece, en el contexto del Año de la Fe, una magnífica ocasión de profundizar en el significado del misterio que celebramos y  los frutos que se deben manifestar en nuestra vida. Todos estamos expuestos al influjo del secularismo y el consumismo que, en su expresión más lograda,  pretenden promover  la Navidad como un producto más de la industria de la diversión, vaciándola de su contenido central: la alegría por el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos.

La verdadera alegría no es fruto del divertirse, en el sentido de desentenderse de los compromisos de la vida y de las propias responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo, a nuestra relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. La Navidad nos trae la verdadera alegría porque nos da la oportunidad encontrarnos con el Dios que ha puesto  su morada entre nosotros,  el Emmanuel que nos abre el acceso a la vida divina.

Uno de los recursos más sencillos y eficaces que está a nuestro alcance para profundizar  sobre el sentido cristiano de la  alegría propia de la navidad es el la tradición del  “nacimiento”.

En el pesebre de Belén podemos aprender el secreto de la verdadera alegría, que no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amados por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros.

Cuando contemplamos la escena del pesebre podemos descubrir que la Virgen y san José no parecen, a simple vista, una familia muy afortunada: han tenido a su hijo en medio de grandes dificultades. Sin embargo, ellos están llenos de profunda alegría porque se aman, se ayudan y sobre todo están seguros de que en su historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús.

Los pastores también están alegres porque la fe les ayuda a reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo” del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “a quienes él ama” (Lc 2, 12.14), entre los cuales también se encuentran  ellos.

En eso, queridos hermanos, consiste la verdadera alegría: en sentir que el misterio del amor de Dios visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que da calor a nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos.

Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el pesebre, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Que él nos conceda la verdadera felicidad en esta navidad que se aproxima.

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