'La pedagogía de Jesús es extraordinaria'

XXV Domingo Ordinario Sab 2, 12. 17-20; Sal 53; Sant 3, 16-4, 3; S. Mc 9, 30-37

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Jesucristo era un líder aunque no tenía una autoridad que le hubiera sido conferida por los hombres poderosos ni religiosos ni políticos. (derecho-canonico.com)
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MÉRIDA, Yuc.- A continuación presentamos la homilía correspondiente al domingo 13 de septiembre de 2015.

Durante el camino Jesús daba instrucciones a los suyos con respecto a su pasión y a su cruz. Sin embargo algunos de entre los apóstoles discutían sobre quién sería el más grande e importante entre ellos.

Podemos aprovechar la oportunidad de este domingo para conocer mejor la mente de Cristo con respecto a los primeros y últimos lugares, respecto a la libertad de pretender o dejar los cargos de responsabilidad.

I.- La autoridad como servicio

La pedagogía de Jesús es extraordinaria por la manera como Él se presenta, vive y enseña. No tenía una autoridad que le hubiera sido conferida por los hombres poderosos, ni religiosos, ni políticos,  sus mismos contemporáneos se admiraban de su ciencia: “¿De dónde le viene esto? ¿y qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿y estos milagros hechos por sus manos?

¿No es éste el carpintero el hijo de María...?” (Mc 6, 2); de su doctrina: “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mt 7, 29).

Jesús, como posee la verdadera autoridad, da la oportunidad a la otra persona de encontrarse a sí misma, y desde su propia identidad, conocer el proyecto de Dios, y habiendo encontrado su vocación llevarla adelante con generosidad y entrega, transformándola en misión.

La Encarnación ha puesto de nuevo a Dios en el corazón del hombre, y la ley está anclada en el corazón mismo de la persona.
Jesús ejerce la autoridad como servicio, ayudando a la persona a crecer, a perdonar, a reconciliarse; integración de sí mismo, con los demás, con Dios, en la aceptación plena de lo que soy, sé y tengo; para con gratitud a Dios generosamente compartirlo, en la confianza operativa que se deriva de la esperanza, y de la fe inquebrantable: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

II.- Exigencias de reciprocidad en el amor

La comunidad es el lugar en el que se expresa y experimenta la autoridad transmitida por Jesús; en sus diversos extractos y funciones, y todas son valorizadas y respetadas.

Jesús insiste en que el que manda se haga como el servidor, como lo advierte San Pablo: “No pretendemos dominar sobre vuestra fe, sino que contribuimos a su gozo, pues os mantenéis firmes en la fe”. (2Cor 1).

La máxima autoridad de la Iglesia es siempre el Espíritu Santo que vive en el corazón de cada creyente como en un Templo.
Jesús pudo hablar siempre con autoridad, porque se identificaba con los pequeños, los más sencillos, los más pobres y con ellos recorre el camino del amor a Dios y al prójimo.

Alabó a los sencillos de corazón: “Te bendigo Padre...porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25).

Destruyó el pecado, el mal y la muerte; ofreciéndose como oblación agradable al Padre: “El, -Jesucristo- habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies” (Heb 10, 12).

Careceremos de autoridad evangélica si no actuamos como Jesús, así mientras nos dañan, hablan mal de nosotros, nos persiguen o incluso nos sacrifican y matan, debemos ejercitar siempre el valor del perdón. Perdono con Cristo que perdona desde la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Por ello aceptamos a Jesucristo en nuestras vidas, como Redentor, Revelador, verdadero Dios y Verdadero hombre, Maestro, Modelo y Pastor.

III.- La libertad del amor

Si somos verdaderamente servidores no pretenderemos vincular a nosotros a las personas, sino acompañarlas, para que descubran la vida, escriban su propia historia, asimilen sus experiencias, edifiquen su personalidad, definan su identidad, y lleguen a ser ellos mismos, conformes en todo a la Voluntad de Dios.

Muy diferente a lo que Jesús dice que hacen los fariseos: “Hay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito y cuando llega a serlo hacen de él una persona dos veces más merecedora del infierno que ustedes mismos”. (Mt 23.15).

Comenta Santo Tomás de Aquino:

“El hombre libre se pertenece a sí mismo, el esclavo a su patrón. 

El que evita el mal, porque es mal, ése es libre.

Sólo el Espíritu perfecciona de tal manera nuestro ánimo, que hace que nos abstengamos del mal por amor. Así seremos verdaderamente libres, no por someternos a la Ley de Dios, sino porque el Espíritu que está en nosotros, nos ha convencido de hacerlo por el Amor”. (Coment. A 2 Cor 3, 3).

IV.- El discipulado

Después de la confesión de fe de Pedro sobre su identidad, Jesús sigue la catequesis sobre la Pascua (pasión - muerte – resurrección) El día de hoy se nos presenta como la auténtica dignidad del discípulo que sintetiza en el v.35: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos, el servidor de todos” (Mc 9, 35).

Siguiendo el ejemplo del Maestro de lavar los pies de sus discípulos (Jn 13, 14).
Jesús además lo ejemplifica en la relación con el niño que no solo es “objeto de educación” por parte del adulto, sino que cada niño es portador de un mensaje.

Su limpidez, candor, disponibilidad, confianza, abandono, sin cálculos, ni doblez, ni oscuros intereses. Como el “niño en brazos de su madre” (Sal 131,2). Así el discípulo enfrenta al mundo y sus complejas vicisitudes, no con el poder de las armas, ni del dinero, ni de los acuerdos políticos, sino con la fuerza del Evangelio de Jesús que vino a servir.

A veces no será el problema de perder la vida, pero sí de la marginación, desprecio, burla, sarcasmo, relegación, abandono, para corroer, menguar, desprestigiar su persona y ministerio.

Es bueno cantar con el salmo responsorial:

“Gente arrogante y violenta contra mí se han levantado

… Pero el Señor Dios es mi ayuda, es Él quien me sostiene” (Sal 53).

El libro de la Sabiduría, joya de la literatura bíblica griega, en el capítulo dos dirige un mensaje de constancia y confianza, para fortalecer la fidelidad del justo (Sab 2) en medio de una sociedad corrupta y deshonesta.

Lo mismo sucederá con el siervo sufriente de Isaías 53 que permanece como símbolo profético de Cristo, en la persona del judío perseguido y destrozado.

El camino de la comunidad creyente, no obstante las dificultades tiene siempre la certeza de la ayuda y apoyo del Señor.
Una misión la de Jesús, de entrega a su pasión, pero también de fecundidad y gozo en la cosecha; como dice el Salmo: “Al ir iban llorando… al volver regresaban cantando” (Sal 126,6).

En la segunda lectura del apóstol Santiago, el párrafo nos propone dos modelos de sabiduría:
    + La que viene de lo alto (Sant 3, 17) y acompañada de virtudes morales muy altas, y trae consigo frutos de paz, concordia.

“Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia” (Sant 3,18) (cfr Mt 5,4; 1 Pe 3, 4-16; Sant 1, 21).
+ La otra que viene del mal, que es la terrena  que engendra luchas, conflictos, codicias y maldades, derroche y placeres; y sobre todo una tensión interna y continua en la persona que vive como marginado, excluido,  insatisfecho, disgustado.

Conclusiones:

a) A la luz de estas observaciones tratemos de examinar nuestra vida ¿con cuál sabiduría actuamos?, ¿estamos preocupados por servir o por sobresalir?, ¿no importan los medios con tal de que yo obtenga mis fines?, ¿la participación de poder que Dios me ha concedido lo pongo al servicio de los demás?, ¿ayudo a los que menos tienen con dinero, con mis servicios y soluciones, los defiendo en los tribunales?, o ¿elaboro con seriedad y conciencia profesional buenas leyes si soy legislador; buenos contratos si soy empresario; buenos acuerdos si trabajo en un partido; buenos proyectos si soy ingeniero y constructor; buenas homilías si soy sacerdote; buenas soluciones justas si soy mediador?

O sea que debo de manifestar en mi vida los frutos del Espíritu, para nosotros que queremos seguir a Cristo, y éste crucificado; sea un esfuerzo de purificación interior, para con la confianza del niño hacer uso de la sabiduría que viene de lo alto, viviendo en una actitud de confianza y esperanza. Así pondremos a Cristo en el centro de nuestro corazón y de nuestra comunidad. Amén 

† Emilio Carlos BerlieBelaunzarán
 Arzobispo Emérito de Yucatán
Administrador Apostólico de Yucatán

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