'La respuesta de fe: es la gratitud'

Hay que vivir permanentemente agradecido con Dios, reconocer y valorar su presencia, poder y providencia.

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"¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?", con esta pregunta Jesús se dirigió a los leprosos que habían sido curados, pero aplica para todos aquellos que hemos sido favorecidos por Dios, y no lo agradecemos. (obreofiel.com)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- XXVIII Domingo Ordinario.

2Re 5,14-17: Sal 97; 2Tm 2,8-13; S. Lc 17,11-19.

"¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?", con esta pregunta, dirigida a los leprosos que habían sido curados, y a todos aquellos que de algún modo hemos sido favorecidos por Dios, el Señor Jesús nos plantea la cuestión fundamental de la fe, que es respuesta agradecida al don de Dios.

La primera y tercera lecturas nos hablan de personas que siendo extranjeros han sido milagrosamente aliviados de su enfermedad: Naamán de Siria y el samaritano.

La lepra es considerada en la Biblia como una enfermedad símbolo de un castigo de Dios por el pecado, y por lo tanto su curación también signo de la amistad recuperada con Dios.

La universalidad de la misericordia de Dios se percibe en cuanto que los dos curados son extranjeros, no creyentes, no acordes con la Ley y sin embargo son beneficiados.

I.- Y los otros nueve ¿dónde están?

En el Evangelio se subraya que no obstante que los curados fueron diez, uno tan sólo regresó a dar las gracias y éste era un extranjero; uno que estaba fuera de la Ley, y a los ojos de muchos contemporáneos de Jesús no eran estos amados por Dios. Probablemente los otros cumpliendo las disposiciones de la Ley de Moisés (cfr Lev 14,1).

El samaritano que no estaba vinculado a la Ley responde con la fuerza de la gratitud y el amor. Descubre con ella que el don de Dios viene distribuido por el Señor en la magnanimidad y gratitud y que nadie puede sentirse con derecho para reclamar nada.

Con frecuencia en el evangelio son los extranjeros, los lejanos, o los paganos, los que mejor entienden el mensaje de Jesús, y se convierten así en dignos ejemplos aún para aquellos que forman parte del pueblo elegido.

Así sucedió con el Centurión romano, un pagano cuya fe fue exaltada directamente por Jesús: “Les digo que ni tan siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lc 7,9). Lo mismo con la mujer cananea que si bien al inicio fue rechazada por no pertenecer al pueblo elegido, después fue alabada por su fe: “Entonces Jesús le dijo: “Mujer, qué grande es tu fe”. (Mt 15, 28)

Jesús vino a revelar la plenitud de la alianza, pacto de amistad entre los hombres y Dios, no a favor del pueblo de Israel, sino a favor de todas las personas. La amistad de Dios va más allá de cualquier trámite o frontera.

II. Amplía tu corazón: Dios Padre de todos

Los Israelitas, -es frecuente de las personas religiosas- habían hecho de Dios como una exclusiva propiedad. Jesús en cambio vino a transmitir el mensaje de que Dios es “propiedad de todos”.

A todos nos viene esa tentación, de estimar y valorar tan solo a los que tienen una experiencia religiosa afín a la nuestra; es decir, con las mismas opiniones, normas y comportamiento.

El discurso del monte tiende precisamente a superar este aislamiento y hacer de la humanidad una única grande familia: “Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? (Mt 5, 46)... Pero yo les digo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen; así serán dignos hijos de su Padre”.

Por ello, Jesús tuvo dificultades con los poderosos de su pueblo, porque todos quisiéramos tener ideas claras, superación, metas, declaraciones de principios que no dejen dudas.

Pero los verdaderos amigos de Dios son los que reciben los dones de Dios, lo reconocen y agradecen como venidos de su mano, los ponen al servicio de los demás, con sencillez y humildad, sin querer privilegios, ni hacerles pasar sobre los demás.

Todos hemos recibido dones, pero a veces parece que dichos dones no son obsequio de Dios, sino obtenidos por nuestras conquistas, capacidades o cualidades.

“Como si sus dones fueran pago de nuestras virtudes”, y se nos olvida la gratuidad de sus dones, que provienen de su misericordia: “Él es bueno porque es grande su amor para nosotros”:  (Sal 105)

Todos sabemos que nuestros propósitos de ser buenos no hemos sido capaces de mantenerlos, porque solo la gracia de Dios nos da fortaleza para ser fieles.

III. Cristo: ¡salvador de todos!

Fue bien difícil para los judíos aceptar la ampliación de sus límites y la apertura a todos los pueblos, durante la etapa de la Iglesia primitiva apostólica. San Pablo fue el líder de esta actitud, deducida del espíritu de Jesús en el Evangelio, así lo vemos en el Primer Concilio en Jerusalén.

Aún ahora inicio del siglo XXI, sigue siendo seria dificultad e incluso motivo de escándalo, desde la perspectiva de los no creyentes.

Los que se convierten del ateísmo, son los que más admiran la universalidad del mensaje cristiano.

A veces pensamos que por ser católicos, tenemos seguro el paraíso, podemos permitirnos incongruencias. Los demás “son los malos y como que actuamos con un cierto desprecio o menosprecio hacia los que “no son de los nuestros”, “no piensan como nosotros”.

Afortunadamente el Concilio Vaticano II nos hizo más sensibles a proyectar y reflejar la bondad de Dios, y pensar que Él es más grande que nuestra comunidad, nuestros criterios, nuestros prejuicios; Cristo ofrece a todos la redención, sin excluir a nadie, de nuestra respuesta depende, respuesta de amor en la libertad: “Si quieres...” no podemos quedarnos en la actitud del hermano del hijo pródigo celoso y egoísta de la generosidad del perdón de su padre, ante su hermano que había regresado.

En el amor no se procede por “derechos”, porque los “derechos” pueden llevar a acabar con el amor. Cuando se ama con sinceridad, lealtad y fidelidad, los sacrificios y exigencias se cumplen y no pesan, porque se ama.

El amor tiene la capacidad de amar sin pedir, exigir o esperar nada, por ello dice san Bernardo: “¡amo porque amo, amo por amar!” y vale la pena meditar la excepcional página de san Pablo sobre el amor cristiano de 1Cor 13, 1-8.

IV Conclusiones

1. Hay que vivir en una permanente gratitud a Dios. Reconociendo y valorando: su presencia, poder y providencia.

Hay que ser agradecidos en la espontaneidad y en la libertad de ser hijos de Dios, la gratitud es el antídoto al pecado, es la oposición al “no serviré” de Satanás.

Agradecer es decirle Sí a Dios, Amén con Cristo al Padre, (Apoc 3, 14) y con María: “Hágase en mi según tu Palabra”,(Lc 2,38 ) y es la actitud que nos recomienda el apóstol Pablo:  “No cesamos de dar gracias a Dios”. (1Tes 2,13 y 5,18) “Soportarlo todo con perseverancia y paciencia, para que llenos de alegría den gracias al Padre”. (Col 1,12)

Así podremos con facilidad ir pasando: “De la gratitud, a la gratuidad”, o sea dado que recibimos tantos dones de Dios y los recibimos gratuitamente al servicio de los demás. Comprometiéndonos en el trabajo de apostolado laical de nuestra parroquia y diócesis.

2. A las enseñanzas de hoy: De la gratitud, y de la universalidad del amor de Cristo, al beneficiar a un extranjero; se añade también la fe, se fueron a presentar a los sacerdotes sólo confiando en la palabra de Jesús y al regresar el samaritano, Jesús hace la distinción, es verdad que todos fueron curados, pero este además obtiene de Cristo: “¡Tu fe te ha salvado!”

3. Es Cristo  el que puede “curar la lepra de nuestras culpas” como decía santa Catalina de Siena, y “puede sanar nuestro espíritu de la lepra del pecado”.

4. Hay que valorar que en la primera lectura Naamán el general de Siria, recibe la curación por la humildad de su obediencia, que se traducirá después en fe y gratitud.

Creo que es muy bella la oración colecta como conclusión:

“Te pedimos Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe siempre para que podamos descubrirte en todos, y amarte y servirte en cada uno”.  Amén.

Mérida, Yuc., octubre 13 de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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