Le ganó el “trasero”

Alguien entre los pasajeros le dice: “Chofer, no estás llevando vacas”, dos veces, porque la primera no oyó...

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Los pasajeros íbamos entre tumbos, frenadas, golpes y sacudones. Cada 20 ó 30 metros, el chofer metía al fondo el pedal del freno con inusitada violencia y era un chicoleo de personas dentro de la combi. Luego aceleraba, pitorroteaba a quien estuviera adelante y/o zigzagueaba entre autos buscando cómo rebasar por la izquierda o por la derecha y si hubiera podido hasta por arriba. Entre todas esas maniobras se dio tiempo de hablar por el celular para encargar su comida.

Alguien entre los pasajeros le dice: “Chofer, no estás llevando vacas”, dos veces, porque la primera no oyó, enfrascado como estaba en su plática con la cocinera: “Sí, pierna y muslo y sopa aguada. Al rato paso…”.

Recibida la llamada de atención del pasajero, el chofer atenúa sus ímpetus y le baja cinco rayitas a su desesperación. Luego explica: “Sabe qué pasa, jefe, que yo tengo un tiempo para llegar a la terminal y tengo una tarifa que cumplir (determinadas vueltas qué dar) y si no cumplo me sancionan.

Vea, por ejemplo, ahorita que le hice caso y bajé la velocidad, ya me rebasó mi trasero. Eso significa que me van a sancionar por no llegar a tiempo”. El “jefe” le responde: “Sí mi amigo, nomás que a mí me interesa llegar sano y salvo a donde voy y creo que también al resto de los que estamos aquí ahorita. Pero tienes razón: no es tu culpa, sino de quienes te exigen correr sin que les importe que transportas personas, no bultos”.

El asombro se mantiene y crece exponencialmente ante esa absurda explicación. Cómo es posible que los “patrones” (los del Frente Único de Trabajadores del Volante, una agrupación obrera se supone) pongan por encima de la seguridad de sus clientes la exigencia de cumplir determinadas vueltas y hacer su recorrido en un tiempo establecido sin tomar en cuenta los imponderables de la ruta como pueden ser embotellamientos, un accidente, alguna manifestación o intenso tránsito y que les valga algo menos que un comino ya no digamos la comodidad sino aunque sea la posibilidad de llevarlos sanos y salvos a donde vayan.

El chofer, al final del viaje, ofreció de nuevo disculpas al único pasajero que le llamó la atención. Se veía que los otros están acostumbrados al zangoloteo infernal. Y repitió la explicación. Estaba tragándose el enojo por la sanción que le esperaba.

Ni modos, alguien tenía que hablar, y eso que no hubo reclamaciones por la estridente música de banda que retumbaba en la combi, rematada luego por dos insufribles canciones del tal Arjona. Ya le había ganado el “trasero” y eso es suficientemente grave.

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