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A veces las casualidades de la vida pueden aparecer de nuevo ante nuestros ojos y recordarnos viejos pensamientos o viejas emociones. Nunca sabemos exactamente qué es lo que encontraremos y la sorpresa resulta por demás abrumadora. Esta semana no ha sido la excepción.

Como parte de la enseñanza de los clásicos de la literatura, muchos ojos jóvenes estuvieron atentos a lo que fue la historia de Moby Dick cuando en clase tocó el turno de leer fragmentos y discutir sobre eso que se siente como la magia de la lectura: el provocar reacciones. Debo admitir en este punto que gané una perspectiva.

Tendemos a considerar que todos aquellos que tienen menos años que uno son como materiales maleables dispuestos a lo que tengamos qué enseñar porque nos respalda el tiempo recorrido que llevamos en experiencia. ¿A mayor edad, mayor sabiduría?

¿Hay un límite de aprendizaje cuando sentimos que hemos visto todo? Invito a considerar como posible la sorpresa que las almas jóvenes pueden aportar a nuestra compleja manera de ver el mundo.

Para Herman Melville, su novela Moby Dick resultó la obra que lo consagró como un clásico de la literatura. En la historia de la novela, el capitán Ahab recluta gente para ir en busca de la gran ballena blanca o Moby Dick. ¿Por qué? Tiempo atrás, Ahab se había encontrado con Moby Dick y ésta destrozó su barco y le arrancó una pierna, mutilándolo y dejándolo con una pata de palo. ¿Venganza? ¡Por supuesto que habría venganza! La búsqueda de la ballena fue incansable y un último encuentro resultó el final de una de las partes; la única que tenía voz para contar lo sucedido.

Nuestros años sienten empatía hacia Ahab, quien actúa desde una venganza justificada que habita en sus entrañas y nos permite calificar sus acciones como adecuadas y entendibles. Grande fue la sorpresa cuando mis estudiantes exclamaron: “¿Por qué no simplemente la perdonó por el daño hecho y la dejó vivir?”. Las preguntas simples llevan las respuestas más difíciles. Quizás la juventud pueda enseñarnos más de lo que creemos.

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