¿Literatura liquida?

No se puede negar que algunas antologías literarias permiten saber acerca...

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No se puede negar que algunas antologías literarias permiten saber acerca de lo más representativo y fiable de las obras al suponer, cuando no son evidentes,  las extensas horas de lectura y especialización en el tema que tuvo que dedicarle el antologador. Casos maestros como “Mejor que ficción: crónicas ejemplares”, de Jorge Carrión, son el equilibrio entre gusto y conocimiento de años sobre el género. Pero existen antologías que nunca terminan de complacer a los lectores; curiosamente este público lector insatisfecho no es el que tiene la sola pretensión de conocer sino que son los propios escritores. Una de las razones por las que se da esta insatisfacción es que la subjetividad con que se realiza una antología literaria puede pasarse más de la cuenta.

Numerosas polémicas ejemplifican las discordias editoriales, desde las veces que se protestó debido a un exceso de amistad entre el compilador y los seleccionados, hasta los controversiales “México 20: La nouvelle poésie mexicaine” y “Palabras Mayores: Nueva narrativa mexicana” en que se atribuyeron fines comerciales y criterios muy reducidos, nada inclusivos, ya que para aparecer entre sus páginas uno debía vivir en el centro del país y publicar en editoriales de firma internacional. Aspectos en los que coincidieron la mayoría de los antologados.

En plática con un antologador que recién había elaborado una muestra poética de escritores peninsulares, éste me dijo que tomó muy en serio la vigencia del autor, si seguía publicando o no. Ni siquiera consideró si todavía escriben, lo que él buscaba era que la escritura se mantuviera visible y no precisamente por la calidad. Este criterio me dejó pensando: ¿acaso la literatura tiene fecha de caducidad?  

No ignoro que en esta sociedad de inmediatez cualquiera publica con facilidad sea el formato que sea, que hay quienes dejan de escribir y regalan al mundo una única creación y con ello otros suponen que están retirados (aunque podrían estar  cercanos a la literatura en la docencia, la lectura y enseñando formas de leer) o que también la escritura pudo haber sido una simple epifanía de juventud. Sin embargo, si reducimos a este criterio toda la literatura: ¿dónde quedaría Juan Rulfo con su nada prolífica narrativa?, ¿y qué pasaría con Josefina Vicens y sus dos reconocidas novelas?  

La literatura no permanece inerte dentro de la sociedad liquida de la que surge. En estos tiempos todo expira a la vez que empezamos a consumir lo nuevo. Es en esa  liquidez en la que se escenifican las prisas por escribir, leer el nombre de uno entre una fila de diez más que mañana serán otros. ¿O qué diría Bauman?

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