Mancha de agua

Escribo desde un café porque mi casa está agujereada. No tengo ya lo que...

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Escribo desde un café porque mi casa está agujereada. No tengo ya lo que Virginia Woolf llamó una habitación propia. Mi techo tiene un hueco por el que entra la lluvia, entonces el piso se desborda, inundándose todo el dormitorio. Al final lo único que queda es una gran mancha de agua sobre la pared, que oculto discretamente tras un espejo de cuerpo completo. Aunque la mancha está desde hace semanas, año tras año sucede que llega la temporada de lluvias y el agua se filtra por aquel agujero. Es un hoyo que nunca termino de tapar. La pared está tan húmeda que tuve que bajar todos mis libros a la sala. La bufetera de mis padres se volvió el nuevo librero. Tal vez la propia casa me dice que es momento de irme a otro lugar. Al caminar entre los artículos de decoración de alguna tienda departamental, una voz en mi cabeza siempre me dice: vete y llena un espacio con tus propios muebles.

Quizá la mancha de agua sobre mi pared es una metáfora de mis intentos de mantener ordenada mi vida. Entonces, cuando todo parece estable por fin, el agua llega a hacer de las suyas. Una de las explicaciones que encuentro es que soy piscis y el agua me reclama su presencia. Un amigo me dijo que ordenar la cama y abrir las ventanas para que el aire ventile los pasillos, cocinar un platillo laborioso, sacudir el closet y hacer la limpieza son maneras de sobrevivir al caos de la ciudad, la rudeza de afuera. Por eso me gusta pasar tiempo en la casa: ver la cama tendida, las libretas y lápices dentro de las cajas sobre el escritorio, los libros en sus respectivos libreros. Me hace sentir que tengo un poco de control, que mi existencia no es tan azarosa.

En el tiempo en que tuve domicilio en Tabasco, a mi padre le cruzó el pensamiento de dividir en dos la casa de la familia. El segundo piso podría volverse un departamento en el que yo podría vivir, sin mayores complicaciones, con el que fuera mi esposo y los hijos que procreáramos. Hoy el inmueble está vacio, debimos deshabitar la casa porque el exterior le ganó a los deseos paternos, que tampoco resultaron compatibles con los de la niña que vivió bajo ese techo.

Ahora un cubo emplazado debe estar esperando a que desempaque mis sueños, miedos y preocupaciones hasta que aparezca una nueva mancha de agua.

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