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Uno de los argumentos predilectos para descalificar a los diputados de representación proporcional es el de que son incapaces de ganar elecciones. La realidad desmiente la creencia.

El sistema de elección de un diputado por distrito se basa en concebir a un país como un agregado de comunidades locales. En México, el mecanismo fue tomado de la Constitución de Cádiz y es el mismo que se estableció en la de Filadelfia. Tanto en el Imperio Español como en los EU de la época era difícil pensar en elecciones en sus grandes extensiones territoriales sin tener que, por cuestiones de imperiosa práctica, dividir el territorio en unidades manejables. Estas, con los medios de comunicación y la dinámica de convivencia social existentes, eran a su vez los espacios naturales de la vida política, del consenso y del disenso. Un siglo después, sin embargo, al encogerse el mundo en virtud de las tecnologías de comunicación y transporte, comienza a reconocerse que la suma de las voluntades mayoritarias en pequeños territorios no refleja el estado de esas voluntades en los países en su conjunto. Esto lleva a la necesidad de buscar otros mecanismos de elección, concibiéndose una representación proporcional al número de votos de cada partido en todo el país. Se establecen así elecciones nacionales de listas de candidatos que son votadas en múltiples distritos.

Para estas listas, los partidos requieren candidatos con capacidad de obtener votos en zonas geográficas amplias y con demandas particulares distintas entre sí. Esta función no puede cumplirse adecuadamente por políticos locales, vinculados a las necesidades de sus pequeñas áreas, pero sin capacidad de ofrecer una alternativa política común a personas de otras zonas. No se trata pues de que los candidatos pluris no puedan ganar elecciones, sino de que no se supone que puedan lograr consensos en pequeños distritos. A la inversa, sí se supone que tengan capacidad de atraer a los votantes en torno a demandas relacionadas con las tareas del Poder Legislativo, que van mucho más allá de lo meramente local.

El problema práctico en México es que, con el uso de una sola boleta para elegir unis y pluris, pocos se enteran de por quién votan por representación proporcional. Si, como se hace en otros países, cada sistema se votara por separado, sería evidente que la vía pluri es la idónea para candidatos con capacidad de generar consensos de la amplitud que exige la tarea legislativa y de ganar votos en amplios territorios. No es casual que la calidad legislativa de los pluris sea, a menudo, superior a la de los unis.

Si queremos mejores diputados, diseñemos elecciones donde lo que se escoja sea buenos parlamentarios y no gestores eficaces. Reducir el número de pluris no hará sino agravar el problema.

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