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Hace unos años inicié los estudios en medicina que ahora tengo la alegría de finalizar con el pie derecho rumbo al futuro y les cuento que, durante ellos, escuché cierta premisa que dicta: “La carrera de medicina es la más difícil de todas” y vaya que no fueron pocas las veces que la oí, incluso en algunas ocasiones la recibí a modo de pregunta a la cual siempre le di la misma respuesta tratando de sonar sabihondo: La medicina es complicada pero no puedo decir que la carrera más difícil de todas, puesto que no he estudiado otras.

Sin embargo, tras seis años, mi punto de vista cambió y concluyo dando por positiva la hipótesis, pues estoy convencido de que la carrera más difícil de todas es ésta y no lo digo por lo complejo de la ciencia y los libros que uno se tiene que tragar con la vista, eso cualquiera con ganas lo hace.
Tampoco lo señalo pensando en que puedo ser un gran mecatrónico si apenas se prender la compu o un buen contador si suelo emplear mi calculadora para sumar. Lo digo debido a que medicina deja en claro ser abrumadora y desgastante, roba el sueño pero regala anhelos, te quita tiempo con tu familia, quiebra relaciones amorosas y destruye la posibilidad de despedirse de un ser querido en el lecho de muerte.

La medicina es una esposa celosa a la cual amas aunque te pegue, aunque no te deje salir con tus amigos o te guíe por un camino de incertidumbre, pero que, vista con cierto masoquismo, tiene una magia que enamora, que te invita a adentrarte más en ella, que te permite sentirte vivo, exitoso, invencible. Sin duda medicina es la carrera más difícil y quizá la más larga, pero la que cualquier ambicioso atleta desearía ganar.

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