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Quien en su vida ha negado sus experiencias dolorosas nunca podrá ofrecer a otros su empatía y acompañamiento sincero.- Henry Nouwen, escritor

El reconocimiento de la propia vulnerabilidad nos permite relacionarnos empáticamente con quien necesita apoyo para afrontar o superar situaciones dolorosas que se presentan en la vida. La vulnerabilidad es la susceptibilidad de ser herido, propia de los seres humanos. Es una de las consecuencias inevitables del proceso de vivir y del crecimiento para la autorrealización.

Cuando nos abrimos a la intercomunicación personal quedamos vulnerables a la crítica y al rechazo. A veces el temor a estas situaciones nos impide relacionarnos con los demás, renunciando así al gozo de la amistad, la reciprocidad de los afectos, la compañía y apoyo mutuos. Tal vez la propia vulnerabilidad sea el regalo más auténtico cuando amamos, porque nos ofrecemos y damos uno al otro. Nos comprometemos aun sabiendo que podemos resultar heridos al compartir convicciones, creencias y sentimientos.

No reconocer la propia vulnerabilidad tiene graves consecuencias en las relaciones interpersonales, ya que cuando uno se desentiende y rechaza sus propias heridas es porque pretende que los demás lo crean invulnerable y lo vean solo en su dimensión sana. Esta actitud lleva al paternalismo, donde se quiere ser el “sanador”. En esta posición se abruma a otros con consejos y “soluciones”, sin tomar en cuenta y consideración que las otras personas tienen fortalezas propias para resolver sus situaciones.

También existe la postura del “todopoderoso” queriendo parecer invulnerable y negando las dolorosas realidades que tiene la vida e ignorando que cada quien tiene límites diferentes. Se tiene poca compasión así como poco reconocimiento de la libertad de los demás y de su capacidad para afrontar y fortalecerse al afrontar los diferentes acontecimientos de su vida.

Para ser y amar hay que percibir al otro como otro: distinto de uno mismo. Es esencial y no tan fácil porque existe la tentación de anularlo absorbiéndolo en nosotros, creyendo que ha sido creado para llenar nuestras expectativas, negando las diferencias, impidiendo así que siga su propio camino como persona autónoma.

Solo puede acompañar a alguna persona en el proceso de curación del dolor de las pérdidas (ya sea por muerte o por el término de alguna relación importante) quien toma consciencia de sus propias heridas y ha podido irlas sanando.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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