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En torno a esta interesante y famosa estructura ubicada en Veracruz, hay un mito que se originó antes de la llegada de los españoles y que recopiló Blanca Estela Mendoza.

Entre los pobladores originales del lugar que hoy ocupa el sitio arqueológico del Tajín había siete sacerdotes encargados de mantener el culto al Dios del Trueno, de las Aguas y los Ríos.

Se dice que cierto día entraron, como lo habían hecho otras veces, a una caverna donde supuestamente se encontraba el citado dios y efectuaron sus rituales frente a un altar colocado allí desde tiempos inmemoriales. Ubicados en los cuatro puntos cardinales, entonaron los cánticos sagrados. Poco después el cielo relampagueó y de inmediato la lluvia cayó torrencialmente.

La lluvia duró muchos días, parecía un diluvio. Los ríos hoy conocidos como Papaloapan y Las Mariposas se desbordaron. Pese a esto los sacerdotes siguieron su rito establecido. Cuando terminaron, la lluvia cesó. Tiempo después llegó a este lugar un grupo de personas que trajeron consigo otras costumbres. Su característica física particular fue la sonrisa permanente en el rostro.

Se decía que venían desde muy lejos y habían pasado muchas penurias antes de asentarse en las costas tropicales a las que llamaron Totonacan. Se autonombraron totonacas, que significa “hombres de tierra caliente”.

Un grupo de ellos se desplazó tierra adentro y llegó al Tajín. Traían consigo una gran cultura que atemorizó a los sacerdotes ya mencionados, quienes eran parte de los pobladores originales. Se refugiaron nuevamente en su cueva para producir truenos y relámpagos con el fin de amedrentar a los recién llegados. Pero los totonacas se deshicieron de ellos embarcándolos en el mar.

Sin embargo, la lluvia no cesaba. Era preciso calmar a aquel dios para evitar el desastre. Entonces se reunieron los principales sacerdotes totonacas, quienes decidieron rendir culto a aquellas fuerzas.

En ese mismo lugar donde estaba el antiguo templo y la caverna, los totonacas levantaron la asombrosa pirámide de los Nichos del Tajín, que en su propia lengua quiere decir Lugar de las Tempestades.

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