Alejandra Gámez Espinosa publicó que, según la mitología de los nigwás, los cerros guardan agua, maíz y animales que abastecen a los campesinos de los lugares cercanos. Agregó que también hay mercados y cantinas.

Un informante de la autora, al que se refiere como el mayordomo don Panchito, dijo que en los cerros hay unas cantinas con bebidas y mujeres que invitan a los hombres para que entren. Solo atraen a los varones, ya que son los únicos que pueden ingresar y ver la taberna.

Se supo que un señor iba pasando cerca de una cueva del cerro y lo invitaron a entrar. Le dijeron que podía beber todo lo que quisiera y sin tener que pagar. Tampoco había límite de tiempo.

El señor entró y dejó afuera sus burros amarrados. Dijo que el lugar tenía muchas bebidas y mucha luz. Él no era la única persona, había otros hombres.

Le gustó estar ahí, pero tenía el pendiente de sus animales. Cada vez que intentaba salir, las mujeres de la cantina lo convencían para quedarse otro rato.

Así estuvo toda la noche hasta que decidió abandonar el sitio sin escuchar lo que le ofrecían. Buscó sus burros y no los encontró; pensó que ya se los habían robado. Le dio mucho coraje y decidió ir a su casa.
La familia del señor, al ver que no llegaba fue a buscarlo.

Solo hallaron los burros atados cerca del cerro, pero no encontraron ningún rastro de él. Lo dieron por muerto. Siete años después el señor regresó a su casa pero envejecido. Narró su experiencia a muchos campesinos para evitar que les pasara lo mismo cuando fueran por el cerro.

Don Panchito piensa que tomar las bebidas que le ofrecieron en esa cantina es una forma de robar la vida de los hombres. En la cosmovisión de los nigwás los cerros están encantados, el tiempo es diferente al del pueblo; una noche puede durar siete años.

Quien ingresa a esas cuevas desaparece por largos periodos o puede no salir jamás, finaliza Gámez.n