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Emilio Pérez Cruz publicó en la prensa un relato mitológico vinculado con una problemática socioeconómica de Michoacán, pero muy común a otras regiones del país. Se sabe que muchos de los habitantes del estado mencionado emigran hacia los Estados Unidos en busca de trabajo.

En esa entidad federativa, muy cerca de la presa Tepuxtepec, hay una colina llamada Cerro de la Cocina y allí existe una cueva escondida en el bosque. Quien quiera ingresar a ella tendrá que remover una enorme roca que impide el paso. Adentro se avanzaría un poco en la penumbra y luego en la oscuridad.

Se cuenta que la persona mirará con asombro objetos de oro, piedras preciosas y bellas perlas. Allí encontrará al Diablo, quien reside en la oscura estancia. Dicen que pregunta al recién llegado si gusta llevarse algo.

Por supuesto, quienes acuden a esta cueva son personas necesitadas de dinero por haber perdido su cosecha o por algún problema específico, pues no por gusto se enfrentarían al Diablo que tiene forma humana pero astas erguidas y ojos brillantes.

Le dice al solicitante que estampe la huella de su mano izquierda en un papel y con ello le cederá su alma. Pero si el solicitante no acepta, le ordena que se vaya; este hombre deberá salir rápido del sitio, pues, de lo contrario, moriría aplastado por la piedra de la entrada que le dio acceso.

Todo esto se lo contó a Pérez Cruz un hombre llamado Leonardo, quien a su vez lo ha escuchado muchas veces de la gente de su pueblo. Este hombre tiene 25 años de edad, sus padres octogenarios, su esposa e hijos dependen de él.

Leonardo dijo que perdió la cosecha por las fuertes lluvias. Sus hermanos se fueron a los Estados Unidos a trabajar y nunca regresaron. Para aliviar la pobreza tendría dos opciones: irse al país del norte o entrar a la Cueva del Diablo, hablar con él y gozar del tesoro mientras se pueda. Si no pacta con el demonio también morirá, pero de hambre.

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