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No es por presumir, pero era yo una pistola para estacionar un automóvil, aun en lugares difíciles, y, según yo, lo seguía siendo hasta que hace unos días sudé y sufrí para lograr aparcar un vehículo que no era el mío, y me di cuenta de que he perdido gran parte de esa habilidad. El motivo: el auto que uso cuenta con una cámara de reversa, que es un gran auxiliar en la ejecución de esa tarea, y el que me prestaron carece de ella.

Más tarde el mismo día, pero en otro sitio, se me solicitó llenar un formulario en el que tenía que poner el número del teléfono móvil de uno de mis hijos; lo consulté entre los contactos que tengo grabados en el mío, y caí en la cuenta de que no me sé de memoria el teléfono de ninguno de mis tres hijos, solamente el de mi esposa, ya que ambos mantenemos el que adquirimos desde que se iniciaron los celulares y aún no había tan sofisticados y con directorios de contactos fáciles de manejar.

Estos dos eventos me llevaron a pensar que debemos tener mucho cuidado con todo aquello que resulta fácil de realizar, porque indudablemente nos vuelve inútiles para resolver problemas sencillos y comunes de la vida diaria. ¿Significa esto que debemos rechazar ciertos avances tecnológicos que nos facilitan la tarea, brindan mayor seguridad o nos proporcionan una mejor calidad de vida? Probablemente no amerite ser tan drásticos, sin embargo merece la pena reflexionar sobre eso.

También tenemos que sacar como conclusión que en la educación de nuestros hijos debemos procurar no estar resolviéndoles todo; algo bueno dejaremos en ellos si permitimos que se aporreen al realizar algunas tareas, que corran riesgos, que se equivoquen y que aprendan de esas experiencias.

En el mundo de los negocios y el trabajo profesional que a diario realizamos podría ocurrir algo similar. En la industria de la construcción, ramo en el que me desenvuelvo empresarialmente, hemos estado viviendo desde hace algunos años una aguda crisis de corrupción que deriva en la muy fácil obtención de contratos por parte de algunos, especialmente funcionarios públicos que deshonestamente han creado empresas con prestanombres para acaparar las obras, y muchos verdaderos y antiguos constructores nos hemos quedado sin oportunidades.

Y por supuesto que no agradezco haber sido de los marginados, lo cual me obligó a ser más productivo para mantener a flote mi empresa, ni me consuela que esos que fueron favorecidos ahora serán inútiles e incompetentes en un mercado abierto y más justo.

He leído declaraciones del gobernador electo en el sentido de que no hará una “cacería de brujas”, sin embargo los constructores que hemos padecido esta situación le exigimos que haga justicia; no hacerlo lo convertiría en un triste cómplice.

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