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Era martes muy de noche; al salir, me detuve ante el coloso institucional, sembrado desde 1962 en terrenos del Fénix de la Colonia Industrial, y quedé embelesado con su entrada iluminada, y a un costado el admirable mural de Mauri, detalle destacado de la T-1 del IMSS, que habla del relato mitológico de Ícaro. De forma concomitante me alcanzó el céfiro nocturno, que me invitaba a reflexionar -ante tal escenario-, sobre la historia y posibles analogías con el mundo turbulento que nos atrapa.

Amable lector, Dédalo era arquitecto, artesano e inventor. Aprendió su arte de la diosa Atenea. Fue famoso por construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro, y fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.

Durante la estancia de Dédalo en Creta, el rey Minos le reveló que tenía que encerrar al Minotauro. Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Minos, para que nadie supiera cómo salir, encerró también a Dédalo y a Ícaro. Desesperados, se le ocurrió a Dédalo fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando.

Antes de salir, Dédalo le advirtió a Ícaro que no volara demasiado alto, porque, si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo, porque las alas se mojarían. Ícaro empezó a volar cada vez más alto y, olvidándose del consejo paterno, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera de sus alas, cayó al mar y se ahogó.

A manera de analogía, me atrevería a llevar este pasaje mitológico a cualquier terreno profesional y/o personal, recordándote que actualmente todos tenemos herramientas que, cual alas, nos permiten volar, dejando atrás humildad, principios, valores y consejos y olvidarnos de que todos portamos defectos y virtudes, dentro del gran laberinto de la vida, que en cualquier momento nos colocan en encrucijada, que tarde o temprano nos obliga a lamentar acciones o arrebatos de inmaduro proceder.

En fin, el coloso allí seguirá recordándonos que la soberbia y la falta de humildad nos harán llegar tarde o temprano al emblemático templo de la salud, sin importar profesión, credo o nivel socioeconómico. Conservemos nuestra historia y no la destruyamos con “fuegos estériles”, que a la larga lamentaremos haber abanicado.

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