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Nuestros antepasados indígenas tuvieron mucho miedo de los espejos que tenían los conquistadores, ellos pensaban que los espejos podían robarles el alma. Recuerdo que cuando escuché esto en mi clase de historia de primaria pensé: “qué inocentes, cómo podían pensar eso?” Han pasado los años y de pronto me doy cuenta de que esta profecía se ha cumplido por lo menos dos veces.

Al ver nuestro reflejo en el espejo hemos pensado que eso que vemos es lo que somos. El reflejo nos dio conciencia del yo y nos hizo olvidar que somos parte de una comunidad. Al vernos reflejados se nos olvidó todo lo que hay alrededor y olvidamos que éramos hijos de la madre Tierra y hermanos del lobo y los demás animales. Creímos que somos lo que vemos reflejado y entonces todos nuestros esfuerzos se fueron a ver en reflejo algo hermoso, se nos olvidó que el verdadero valor está en el corazón y que el reflejo de nuestra alma son nuestros actos y no nuestra imagen. Comenzamos a creer que era más importante vernos jóvenes que estar sanos, que era mejor ser hermosa que ser interesante. Y así hemos formado esta sociedad de hoy que solo ve lo físico, que se queda con la forma y olvida el fondo, un sociedad que va perdiendo su alma.

Y ahora la profecía se cumple una vez más, nuestro reflejo en los espejos negros que forman las pantallas de nuestro celular no solo nos ha robado el espíritu, nos roba también el tiempo, nuestra identidad, nuestra compasión. Este espejo negro nos quiere hacer creer que una persona popular es aquella que tiene mil amigos en sus plataformas sociales, aunque no conozca personalmente ni a veinte de ellos. Que una vida interesante es aquella que junta más fotos divertidas en su perfil de Facebook sin importar si es necesario mentir, usar editores de imagen o posar para las foto todo el tiempo. Nos quiere hacer creer que ayudar es compartir la foto de unos niños muriendo de hambre, o que comprometerse es darle like a una idea que alguien expresó en sus redes sociales.

Me acuerdo mucho de mi abuelita, ella ya era ya mayor y había perdido muchas de sus capacidades físicas. Pero estaba siempre serena y feliz porque tenía muchos recuerdos, recuerdos que fue construyendo cada minuto de su vida, dando amor y compañía a sus seres queridos. Ella no se sentía sola, porque cerraba sus ojos y llenaba sus momentos de recuerdos. Pero los recuerdos hay que construirlos, hay que realizar acciones para tenerlos, hay que amar, arriesgarse, salir, conversar, no pasar el tiempo viendo la pantalla imaginando vidas interesantes, viendo fotos de lugares increíbles y dándoles like a las fotos de nuestros conocidos.

Cuando nos permitimos gozar verdaderamente un momento intenso, un momento ya sea feliz o triste, no deberíamos romperlo para tomar la foto. Cuando estamos en compañía de un amigo y disfrutamos el momento, no deberíamos necesitar que otras personas lo vean, cuando sabemos que somos felices no necesitamos que la gente nos dé su aprobación en una foto ni convertirnos en tendencia. El tiempo corre, pasa, y cuando nos damos cuenta, la vida se fue y perdimos muchas oportunidades, esto ha pasado siempre, pero ahora nos damos cuenta que a lo que dedicamos nuestro tiempo fue a un celular, que no están a nuestro lado ninguno de nuestros cientos de amigos de las redes, que no podemos recordar casi nada de lo que vimos ayer en la pantalla y que se nos olvidó construir recuerdos y lazos con nuestros seres queridos, que se nos olvidó ayudar de verdad a quienes más lo necesitan, que para cosechar debemos plantar la semilla y acompañar con cuidado el crecimiento. Que nuestro planeta es uno solo y necesita nuestro compromiso más allá de postear que no debemos usar popotes. Que nuestra familia se forma con el cariño diario compartido, con los recuerdos que fabricamos, con el amor que nos dimos.

Hoy entiendo a las indígenas de antes, también siento un poco de miedo de los espejos que nos alejan de la realidad y nos muestran imágenes que nos engañan. Estamos a tiempo de usarlos como herramientas y de entender que no nos dan identidad. Esa identidad debe estar dentro de nosotros mismos, en nuestros actos, en nuestros valores, en nuestras creencias. No nos quedemos con la imagen, forjemos nuestro verdadero espíritu.

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