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Andrés García Lavín me enseñó -sin proponérselo creo yo- varias cosas que aún en estos días me sirven para sobrevivir. Una de ellas es preocuparme por la salud, porque cuando estás en buen estado físico todo lo demás se resuelve, y tenía razón.

Otra es que nada que va en contra de tus creencias vale la pena, el respeto por el otro, y sobre todo que cuando de ayudar se trata que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.

Apoyar a los que necesitan se vuelve el pan de cada día y parece que siempre hay alguien que requiere de ti, pero lo mejor del mundo es que eso te permite ver los círculos virtuosos en los que te involucras a cambio de sonrisas. Nada más satisfactorio.

Siempre recordaré las enseñanzas de Don Andrés, como todos sus empleados lo llamábamos, ya que su ejemplo fue suficiente para dejar aprendizaje. Son muchas las historias que recuerdo y de las cuales obtuve conocimiento, no solo por mí. Otras personas me contaron sus anécdotas, pero también viví, como espectadora, algunas más, así que sé que fue un hombre caritativo, que daba a manos llenas, que se preocupaba por el bienestar de otros, que trabajó muchas horas, que tuvo cientos de amigos, que convivió con presidentes, reyes y pontífices, que era católico y devoto, que le gustaba estar informado, que era estricto, pero respetuoso, que atendía a la gente que se arremolinaba a las afueras de su oficina, aun cuando iba con prisa, cuando no tenían cita. Lo vi en acción. Lo agradeceré siempre.

Ya en otras ocasiones he escrito sobre el fundador de Grupo SIPSE como un gran roble de profundas raíces y enorme sombra bajo la cual cobijó a muchos antes de mí y a quien recordaré a pesar de los once años de que se fue de esta dimensión.

Mientras yo aprovecho que es lunes y que las elecciones terminaron para disfrutar de este país que sigue lleno de mexicanos con esperanza. ¡Qué sea feliz!

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